El desafío de integrar la diversidad

La inclusión de alumnos con discapacidad es un reto para las escuelas comunes, en las que el desconocimiento es el principal obstáculo. Padres, docentes y especialistas aportan distintas estrategias para incorporar a todos los estudiantes. 
Desde el 2008, a través de la sanción de la ley 26.378, la Argentina reconoce el derecho de los niños, adolescentes y adultos con alguna o varias discapacidades a una educación inclusiva en todos los niveles. Como consecuencia, entre el 2007 y 2010, la inclusión se incrementó un 47% en las escuelas comunes, según la Dirección Nacional de Información y Evaluación de la Calidad Educativa (DINIECE).

Sin embargo, en el nivel secundario solo el 15% de los jóvenes con discapacidad asisten a un colegio común, y las puertas siguen cerrándose para muchos niños.

Fuente: Diario Clarín. Por Luciana Aghazarian

En este sentido, si bien el país ­en algunos distritos más y en otros mucho menos­ ha avanzado en materia de inclusión educativa, el análisis de las estadísticas por parte de voces autorizadas y las dificultades en el paso de la teoría a la práctica demuestran que la educación para todos, basada en la equidad y la inserción incondicional, sigue siendo un desafío.

Clarín Educación consultó a padres, docentes y especialistas que analizaron la situación actual respecto de la inclusión y la exclusión educativa, las herramientas con las que cuentan los educadores, los retos que quedan por delante y el gran enemigo: el desconocimientoy la desinformación.

Una cultura inclusiva
Hablar de educación inclusiva sin contemplar, primero, la necesidad de una cultura que nos incluya a todos por igual desde la niñez, pareciera sumergirnos en un círculo del cual es difícil salir.

¿Por dónde empezar, entonces, este proceso? Según Verónica Rusler, consultora en educación y discapacidad de UNICEF, “la inclusión en la escuela no puede pensarse separada de la inclusión en el resto de los ámbitos sociales. Creo que ha habido un cambio importante y asistimos a la participación de personas con discapacidad que han podido formar familia, desarrollar sus vocaciones, seguir sus proyectos, y ahí es donde a la escuela se le plantea que pueda acompañar esta participación”. Desde otro punto de vista, Ricardo Berridi, médico pediatra especialista en discapacidad de la Sociedad Argentina de Pediatría, cuestiona: “¿Cómo hacemos una sociedad inclusiva si no tenemos inclusión escolar? En una situación ideal cualquier chico con discapacidad podría ir a una escuela común. No es éste el que se tiene que adaptar, sino la sociedad la que tiene que hacerlo“.

“Es momento de abrir las cabezas ­pide Vanesa Buján, mamá de Nicolás, de 4 años, a quien le diagnosticaron un detenimiento del desarrollo simbólico­. Los chicos nos enseñan tanto, porque ellos lo ven como algo natural. Los que discriminan son los adultos”. En este sentido, si bien la ley 26.378 se refiere a que “puedan acceder a una educación primaria y secundaria inclusiva, de calidad y gratuita, en igualdad de condiciones con las demás, en la comunidad en que vivan”, son muchos los padres que aún recorren largos y engorrososcaminos para conseguir una vacante.

La ley los ampara, pero ­dicen los expertos y quienes conviven a diario con estas dificultades­ es imprescindible, además, lavoluntad por parte de docentes y directivos. Es decir, la familia que quiera presentar un recurso de amparo por la negativa de algún colegio para incluir a su hijo, puede hacerlo y la Justicia responderá rápidamente en favor de ese joven, pero ¿qué padre querría exponer a su hijo a un ámbito desde el comienzo tan hostil? Entonces, el rechazo institucional, en todos los casos, genera frustración y la desesperación de tener que seguir buscando después de varios intentos fallidos.

Contra el desconocimiento
Todo lo nuevo genera dudas y temores y, a pesar de que la temática de la inclusión haya empezado a instalarse hace por lo menos una década, el proceso es lento y todavía la falta de información genera confusión. Al respecto, Raúl Quereilhac, presidente de la Asociación Síndrome de Down de la República Argentina (ASDRA) ­creada en 1988 por un grupo de padres­ denuncia: “Hay una movida muy grande desde los gremios docentes que no conocen el tema pero por las dudas se oponen, y ese es uno de los obstáculos. Tienen miedo de perder el trabajo porque no saben de qué se trata“.

En la misma línea, Verónica Rusler expresa: “Si bien hay mayor conocimiento por parte de la sociedad de todo lo que tiene que ver con discapacidad, ese conocimiento no siempre llega a las escuelas. Los colegios tienen mucha urgencia de capacitarse en distintas áreas por lo que quizás la prioridad no sean estas cuestiones.

Creo que sería importante que se generen instancias de formación conjunta de los maestros de educación común y especial“.

Entonces, más allá de la legislación que le dio un marco necesario a la cuestión, “la idea ­agrega el presidente de ASDRA­ no es forzar a los docentes, sino que haya una apertura natural. Hay que tomar conciencia. Más que nada confiamos en que lasnuevas generaciones de docentes que, de alguna manera han conocido estos temas más de cerca, a la hora de tomar cargos en un ámbito educativo nos acompañen y apoyen.

No es rápido ni es fácil, pero sé que son cada vez más los que se suman a esta movida. Nuestra aspiración es que no tengamos que estar luchando para encontrar una vacante”.

De la teoría a la práctica
El incremento paulatino de la matrícula de alumnos con alguna discapacidad en escuelas comunes ­también aumentó en las escuelas especiales­ demuestra un avance, sobre todo en el nivel primario, ya que el secundario sigue siendo una deudapara el sistema educativo inclusivo. Ahora bien, ¿con qué herramientas cuentan los docentes para enriquecer y enriquecerse de esta diversidad? ¿Cómo se lleva adelante la educación inclusiva y qué sucede en los colegios que optan por la exclusión? Los entrevistados por Clarín Educación coinciden en que la propuesta escolar debe ser para todos. Quizás no sea la misma para cada año ni para todos los cursos por igual, porque la clave es entender que somos todos diferentes y cada curso requiere un proyecto anual diferente.

“Por ejemplo ­explica Verónica Rusler­, si tengo que enseñar los planetas en un curso en el que hay un alumno ciego, preparo mi clase incorporando una maqueta e imágenes que a la vez describo y las explico. Esa propuesta gana en riqueza. Que todos puedan tocar ese material y luego puedan exponerlo en la feria de ciencias y se pueda pasar a otros docentes, no es una pérdida de tiempo, es de una riqueza sin igual. No se hace para el alumno ciego, es un recurso de la escuela, que se va socializando y enriquece toda la educación en general”.

La Escuela Arlene Fern, de Belgrano, nació hace 17 años siendo inclusiva. Su directora, Beatriz Plotquin, comenta: “Cuando empezamos la inclusión educativa no existía, con lo cual no había un lineamiento a seguir. Armamos unos supuestos teóricos que con el tiempo fuimos modificando, pero la base era un proyecto inclusivo que trabajara con todo tipo de patologías”. Incluir, aclara la directora, tuvo que ver desde un principio con adecuar la currícula y la metodología de enseñanza de acuerdo a las necesidades de cada grupo y cada alumno, ya sea que tuviera una discapacidad o no, trabajando con una pareja pedagógica conformada por el maestro de grado y el maestro integrador.

“Si tenemos un niño que tiene un ritmo lento de aprendizaje, sobre todo en su producción escrita ­agrega Beatriz­, podemos acortar las consignas en una evaluación, pensar menos preguntas y más globalizadas. O una evaluación que para la media se toma en un tiempo determinado, para este niño manejar otros tiempos. Esto no es que está bien ni está mal, esacompañar a cada uno desde la necesidad que va teniendo“.

Desde una visión menos optimista, Ricardo Berridi opina: “La educación inclusiva en niños con discapacidad mental hoy no existe, hay una integración que dura unos años, porque solo pueden tener dos años de desfasaje, la infraestructura no da porque hay grados de 40 chicos. No hay ningún contenido de discapacidad ni en medicina ni en la carrera de docente, entonces piensan que les van a meter un monstruo”. Estos falsos supuestos, aseguran padres y especialistas, se combaten con esfuerzo, voluntad y capacitación, que en muchos casos nunca llega.

¿De qué forma generar, entonces, una mayor apertura hacia la inclusión? ¿En todos los casos es posible la inclusión? ¿Debería serlo?

Los padres, el motor
La gran mayoría de las luchas ganadas en materia de inclusión se debe al tesón de los padres, quienes luego de reponerse a la angustia que les genera la realidad que les tocó vivir a sus hijos, hacen todo para que los chicos logren un lugar en el nivel educativo, en el ámbito laboral, en los espacios de la vida cotidiana, en la sociedad en general.

Cuando Vanesa Buján se enteró que su segundo hijo, Nicolás, transitaba un síndrome con características de autismo, lloró mucho, se preguntó por qué, pero trató de reponerse, se unió a la familia, y juntos comenzaron a informarse.

En el proceso cometieron, según relata, algunos errores, quizás necesarios para que hoy Nico esté a punto de pasar a sala de cinco en un jardín de infantes común: “De no poder comunicarse, de golpearse y hacer berrinches por todo, pasó a cumplir una rutina, bailar arriba del escenario junto a sus compañeros en un acto escolar y pedirme, a su modo, ir a un cumpleaños. Para nosotros es un milagro que no hubiera sido posible sin la escuela“, se emociona.

Llegar hasta este punto en el que cada aprendizaje se festeja, tomó tiempo. Incluso Nicolás tuvo que asumir el costo de quedarse un año sin escolaridad cuando del primer jardín lo invitaron a retirarse: “Son ellos los que eligieron educar ­reclama Vanesa­, entonces tienen que ponerse a la altura.

Nos costó mucho encontrar esta escuela en la que hay lugar para Nico. En el colegio anterior, la maestra lloraba y me decía que no sabía qué hacer”.

El caso de Carolina es diferente.

Nació con síndrome de Down y a los 6 meses le detectaron síndrome de West (alteración cerebral), lo que la dejó socialmente desconectada. A los dos años comenzó la estimulación temprana y ya en preescolar estaba adaptada en un colegio común. Su mamá, JuliaSosa, relata: “Anduvo bien hasta tercer grado, cuando nos dijeron que Caro iba a repetir. No queríamos dejarla en el mismo colegio, entonces empezamos a buscar otro. Al principio nos enojamos, estuvimos muy mal,muchas escuelas comunes nos cerraron las puertas“, relata.

Carolina hoy tiene 12 años y asiste a una escuela especial. “Lo que nos sirvió como familia es tener en claro que al colegio se va a aprender y en la escuela común Caro no estaba aprendiendo. Ahora son aulas con menos chicos y está aprendiendo. Acá no fracasó ni mi hija ni la institución, lo que sucede es que a los docentes no se los prepara para tratar con chicos con discapacidad“.

Los expertos concluyen que, en un contexto ideal, todas las personas con discapacidad deberían poder ser incluidas en la escuela común, siempre con el apoyo y el trabajo conjunto con una escuela especial. El camino es ese, pero es complejo. Es fundamental, para esto, la adaptación de las instalaciones, la capacitación docente, el trabajo en conjunto de las maestras comunes y especiales, pero, por sobre todas las cosas, es clave tener la voluntad de hacerlo.

Verónica Rusler sintetiza: “No estoy muy de acuerdo en criticar al maestro que se resiste a esto, hay que escucharlo porque si no se fortalece más la resistencia. En algunos esto genera miedo y hay que entenderlos; si los entiendo tal vez pueda proponerles algo que sea útil para él y para el alumno. Siempre hay que acompañar, nunca juzgar. Es muy interesante cuando el maestro se da cuenta todos los recursos que tiene para aportar, porque muchas veces se angustia porque siente que no tiene nada para darle a este alumno”.

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