Amparo para Montañistas: los Refugios de Montaña.
Los refugios de montaña brindan una opción de seguridad y amparo para quienes disfrutan de los ascensos y demás actividades que se realizan en la montaña.
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La desaparición de dos alpinistas italianos en el cerro Tronador en febrero de 1934 fue un doloroso episodio del andinismo sureño cerrado una vez concluida la última búsqueda de marzo. Pocas semanas después, mientras el doctor Juan J. Neumeyer, presidente del Club Andino Bariloche (que había encabezado la búsqueda de los desaparecidos) elaboraba el primer trabajo sobre avalanchas que llamó “Los peligros de la nieve”, los socios del CAB decidieron salir el 15 de abril en paseo familiar al cerro López para cumplir en las alturas con el primer aniversario del refugio que dominaba un magnífico panorama (inaugurado el 16 de abril de 1933).
Para entonces lucía como en esta página (foto y postal Kaltschmidt enfocada hacia la torre Finó), ya que el interés que consiguió ese cálido albergue a 1.600 metros mereció varias ampliaciones (lo destruyó una serie de tormentas invernales de 1957).
Los socios reunidos en el primer aniversario gozaron un par de jornadas en el refugio, pero no pudieron olvidar lo ocurrido -poco antes- en el Tronador. Un refugio era -y es- un apoyo para toda ascensión, por lo que decidieron fortificar un plan de construcción de refugios. El esfuerzo que demandó instalar refugios en las alturas del Nahuel Huapi constituye una epopeya sin crónica sobre esos montañistas que treparon con cargas inadmisibles y aún trabajaron en la construcción.
· Los idus de marzo
Ya en la reunión del 8 de marzo, sin esperanzas de encontrar con vida a los italianos, la comisión directiva del CAB planteó construir el primer refugio del Tronador. Propusieron lugares como el portezuelo Reichert, el promontorio Claussen o la cueva Meiling. El 10 de mayo se recibieron las primeras donaciones, y en parte se apoyó la construcción iniciada para el refugio Dormilón del sector Correntoso. Una semana después se resolvió dar un baile de despedida al joven Otto Meiling, quien había decidido viajar a Europa a un curso de perfeccionamiento de esquí. En el baile se conocieron otras donaciones. Las había destinadas al refugio del López (2 camas, 9 frazadas y hasta “tres cueros lanudos”) que desde su inauguración hasta el 12 de agosto de 1934 recibió las primeras visitas invernales en homenaje al tercer aniversario del club. Su “libro de oro” 241 visitas ya tenía piso y entrepiso de madera, pintura en el techo, postigos de las ventanas, además de un acopio de leña, todo por un costo de 314,70 pesos.
También en el invierno de 1936 esquió junto a ese refugio el recién llegado campeón europeo Häns Nobl, de tan decisiva intervención en el nacimiento del Centro de Deportes de Invierno Catedral. Lo acompañaban, entre otros, el doctor Antonio Lynch, cuyo nombre se perpetuaría en el veterano centro de esquí.
Para entonces, los audaces excursionistas, seguramente ya habían leído las recomendaciones que el doctor Neumeyer pudo publicar en la Memoria del Andino de los años 1933/34. “Si el club propaga las excursiones en la montaña, es su obligación dar algunos consejos para evitar accidentes serios”, sugería al encabezar las recomendaciones. Prometía para más adelante desarrollar un tratado sobre técnica y equipos para emergencias. Pero la primer advertencia con que encabezó su breve capítulo titulada “Avalancha o aludes”, sostenía que “la inclinación peligrosa de la pendiente para la formación de avalanchas, se ha calculado de 23 grados para arriba, pero más importante es la calidad y profundidad de la nieve y la forma del terreno y aunque éste sea muy fácil de ascender o atravesar en verano, puede ser muy peligroso en invierno”.
Neumeyer analizaba en su trabajo tres tipos de avalanchas, de nieve seca, pulverizada y húmeda, además de las precauciones que había que tomar frente a todas estas calidades de terreno blanco, además de detenerse en el análisis de cada peligro de los ventisqueros. Al señalar las medidas a tomar, también cerraba su comentario con una alusión aterradora. Decía: “El esquiador tiene a su favor que el peso accione en una superficie más grande (las tablas), pero la nieve de invierno no aguanta tanto pesos. Conviene bajar con prudencia para evitar caídas, y si el terreno es difícil y peligrosos...”. Al recomendar encordarse, el hecho de depender de una atadura derivaba en un fastidio de “poner soga en los lugares peligrosos, (pero que) si es poco agradable bajar a tirones, peor es el frigorífico subterráneo”.
Siguieron un par de años apacibles en la región de los lagos, por lo menos desde el punto de vista de las excursiones sin tragedias. Esto último respecto a la montaña, ya que el año a fines 1935 el socio protector Carlos Ortiz Basualdo se había ahogado en el Nahuel Huapi, según consta en el obituario que el club publicó con la memoria de 1936 del ejercicio concluido. En ese período el refugio del cerro López había recibido 269 visitas, 85 de las cuales habían pernoctado. También se había registrado la primera misa rezada en esas alturas -el 21 de enero de 1936- ante una dotación de 21 exploradores del Colegio de Don Bosco de Bahía Blanca. Al día siguiente también llegaron -jadeantes- al refugio 10 alumnos de la Goetheschcule porteña y su director.
· El tercero, con chimenea
El tercer aniversario del refugio fue castigado con mal tiempo que no amilanó a 26 consocios que gozaron de la novedades: una chimenea de piedra y juegos de mesas y banco. También lucía un bien abastecido botiquín.
En realidad el primer refugio del CAB había sido instalado por los señores Meiling y Tutzauer en el cerro Otto, una especie de bock-house que fue dado de baja hacia 1942. El refugio mimado seguía siendo el del López que para entonces agregó cuchetas para varones, se equipó con nuevos colchones y fue atendido por Augusto Martín y esposa.
Los refugios aparecían en los anuarios del club con publicidad orientada a destacar la seguridad que merecía toda excursión, algo que reforzaban con la sugerencia de contratar algún experimentado guía autorizado.
Los avisos se acompañaban de fotos y algunos detalles de sus comodidades. Del erigido sobre el Tronador -escasamente sobrepasado a territorio chileno-, se señalaba que permanecía encaramado a 2.270 metros y quienes superaban la picada -caminata en ascenso que demandaba entre 6 y hasta 8 horas- que conducía hasta los primeros mantos de nieve, podían pernoctar en él. Su capacidad era para 8 o 10 personas y se recomendaba llevar la llave desde la sede del CAB o desde el hotel Tronador, donde también se conseguían caballos. Con una parecida capacidad de albergue pero en mejores condiciones, se ofertaba el refugio Dormilón, a 1.400 metros y al que se accedía luego de dos horas de marcha desde Puerto Arbolito. La llave era proporcionada en el Hotel Correntoso de Francisco “Pancho” Capraro. Nuevos refugios darían mayor seguridad a los excursionistas y enriquecería los planes andariegos de los consumidores de una vida diferente, cuando los operadores turísticos ni soñaban con armar el turismo aventura (el turismo, en sí mismo, era una aventura).
Por Francisco Juarez