La inmensa trama teórica que impregna la atmósfera intelectual de nuestro tiempo no deja de interrogar e interpelar a la escuela. Sus relatos la transforman, afectan, son afectados, reformulados, utilizados por una voluntad que invoca una novedosa y conflictiva racionalidad.
Los discursos emancipadores que toman allí su lugar prometen un futuro más justo y multicultural, mientras se inscribe –con idéntico trazo– los nuevos nombres de la diferencia.
Una pregunta inquietante, corrosiva, tal vez imposible, recorre nuestra escuela: ¿es posible transformar la educación en un ámbito más democrático? ¿podemos soñar allí con un acceso socialmente justo al conocimiento? ¿puede esperarse una relación con el otro que excluya la violencia del estigma o la exclusión?
O se trata de una utopía, aquella que nos permite seguir soñando, pensando, sintiendo o viviendo. O tal vez aquella otra que a veces se inventa y sueña para sustituir y evadir la realidad.
Ser optimistas o pesimistas, esa es la cuestión actual.
Suscribirnos a un deseo nihilista que comprueba la imposibilidad de cambio o sostener la posibilidad de la utopía.
¿Hay algo que autoriza al menos a soñar con una micropolítica del aula, como lo proponen los nuevos estudios culturales y pedagógicos? ¿Con transformaciones locales de la escuela –y de la sociedad – que avancen, se multipliquen, transversalicen y generalicen sin ser coaptados, finalmente, por la inercia de conservación? ¿Existen en el ámbito escolar, en una escala que pueda ser visible, dispositivos alternativos de enseñanza, inclusión y democratización? ¿Es posible conmover a la escuela, avanzar hacia una pedagogía (y una política) de las diferencias?
Es posible soñar con que un día, cuando la multiplicidad de cambios locales entren en resonancia, aquellas microtransformaciones de la escuela alcancen dimensiones mayores y tenga efectos verdaderamente transformadores.
¿O debemos abandonar, finalmente, no el proyecto emancipador sino el planteo mismo, tal como lo hemos desarrollado y salir del dilema optimismo/pesimismo?
La mayoría de los análisis filosóficos, sociológicos y pedagógicos actuales eluden una lógica opositiva radical y dirigen su mirada, más que a los contrastes absolutos, a las posibilidades infinitas de la escuela, a sus diversos matices, a sus ricas tonalidades, diferencias que definen los mundos reales y posibles de la escuela.
Allí es donde debemos revisar –ese es el objetivo del espacio que proponemos– las actuales propuestas de la escuela (pedagógicas, didácticas, institucionales, comunitarias), sus promesas ampliamente promovidas (de enseñar, de incluir, de integrar) y sus utopías.
Eduardo De La Vega