Gabriela Michetti

Vos no te preocupes, que yo voy a ser feliz igual en una silla de ruedas…”. Esa fue la frase que Gabriela Michetti (40) le dijo a su padre, médico, cuando él la recibió en el hospital de Laprida, provincia de Buenos Aires, después de un accidente automovilístico. Fue en noviembre de 1994, y la legisladora lo recuerda como si fuera hoy. “Yo estaba dura, en una camilla de madera, y sabía que tenía una lesión grave, porque no sentía nada de la mitad del cuerpo para abajo. Los estudios confirmaron que había quedado parapléjica debido a una lesión medular en la cintura. Pero desde el primer minuto enfrenté la situación con ese ánimo, porque tengo una filosofía de vida que consiste en no quedarme en lo doloroso, en lo conflictivo. Pienso: esto es lo que hay, tengo muchas cosas buenas y aunque algo esté mal, hay que ir para adelante”, cuenta en Punta del Este, donde está de vacaciones con su hijo Lautaro, de 13 años. Ella es la titular del bloque Frente Compromiso para el Cambio, la mujer fuerte de Mauricio Macri en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.
–¿Cómo enfrentás la vida cotidiana?
–Nuestros países todavía no han tomado conciencia de la discapacidad, y hay que vencer pequeños y grandes obstáculos todo el tiempo. En Canadá, por ejemplo, no necesitás ayuda desde que salís de tu casa a trabajar hasta que volvés. En Buenos Aires es al revés: tenés que pedir ayuda 30 veces, sólo el 10 % las rampas te sirve para subir sola. Entonces los únicos discapacitados que tienen la posibilidad de hacer una vida más normal son los que tienen recursos económicos.

–Y también te pasa cuando estás de vacaciones…
–A diferencia de Argentina, donde casi no hay playas con rampas de madera, acá en Punta del Este hay cuatro. Entonces el esfuerzo es mínimo, por suerte. Porque el hecho de que te tengan que cargar genera una situación incómoda, y te lo tomás con humor o te recluís.

–¿Cómo mantuviste una actitud positiva?
–Le puse garra, tuve recursos no sólo económicos, sino también afectivos… Otra clave fue mi fe. Yo soy muy creyente y vivo la religión no desde el temor ni desde el castigo, sino desde los valores. Fue un gran sostén para seguir adelante.

–¿Qué fue lo más difícil?
–Lo que más me costó fue lo estético. Porque yo sentía que podía ser mamá de Lautaro, que en ese momento tenía dos años, y podía trabajar (porque mi trabajo depende más de mi cabeza). Pero al principio pensaba que al entrar a un lugar todo el mundo iba a mirar la silla de ruedas. Así que tuve que ir a una psicóloga, y esa fue la única vez en mi vida que hice terapia.

–¿Te sirvió?
–Sí, la psicóloga me dijo algo clave: todo depende de cómo te posiciones frente a la silla. Es decir, si vos creés que sos la silla de ruedas y estás todo el tiempo pendiente de eso, los demás la van a ver. Pero si es sólo el instrumento que necesitás para trasladarte, entonces vas a lograr que no sea lo más importante.

Gabriela es licenciada en Relaciones Internacionales (Universidad del Salvador), hizo una Maestría en temas de integración económica y regional y realizó cursos de posgrado en Ginebra, Suiza, y también en Ottawa, Canadá.

Fuente: Revista Para Ti

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