Por Patricia Brogna
En esta sección se propone contar eso…sucesos aislados, brevísimas historias, anécdotas. Trazar aguafuertes que nos muestren, en unas pocas pinceladas los prejuicios y estereotipos con que pensamos la discapacidad. Poner frente a un hecho gracioso, a veces ridículo, un espejo crítico que nos muestre la verdadera cara bajo las mil y una máscaras tras las que escondemos nuestros propios miedos, ignorancias e inseguridades. Desnaturalizar palabras y gestos que nos compramos (o nos vendieron) como naturales.
Cortísimos relatos referidos lo que la sociedad hace respecto a la discapacidad. Desdramatizar la discapacidad problematizando a la sociedad. Relatos que enfaticen aquellas cosas de nuestra humanidad que sostienen y legitiman que algunas personas son diferentes… “y NUNCA serán como nosotros” (¡¡como si tal cosa homogénea existiera!!). Hacer, a la usanza del neorrealismo del cine italiano, que mientras nos reímos nos preguntemos –desconcertados- ¿¿de qué nos estamos riendo??
De la gente
que está aquí y ahora.
En los noventas, luego de la Declaración de Salamanca, inició en nuestros países una corriente que fomentaba la integración de alumnos con discapacidad en escuelas regulares. “Una escuela para todos”. Casi veinte años después, y salvo experiencias aisladas, “una misma escuela para todos-todos” sigue siendo una utopía.
Cambiar el chip, cambiar el sistema y las prácticas resultó mucho más complicado que cambiar los discursos. Todos aprendemos casi de inmediato lo que es “políticamente correcto” decir. Así, mientras las frases van por un lado, los hechos van por otro, o se mezclan de manera contradictoria.
La escuela de educación especial de Patagonia, donde trabajaba, desarrollaba acciones en la comunidad para lograr la integración de alumnos con discapacidad en escuelas regulares: capacitábamos a los docentes, realizábamos reuniones con los padres, organizamos jornadas y talleres, se asignaban maestras integradoras que acompañaban y apoyaban junto a un equipo interdisciplinario la inclusión de los alumnos, en fin: todo lo que facilitara abrir espacios y cambiar mentalidades. O eso pensábamos…
Sin embargo en una de las visitas de seguimiento, para saber cómo estaba “nuestro alumno”, le pregunté a la docente de la escuela regular cuántos alumnos tenía y respondió muy convencida: “treinta, y un integrado”. ¿Si está integrado por qué lo cuenta aparte? ¿O acaso cree que tiene treinta iguales y un diferente?
En otra ocasión, durante una reunión estatal de docentes, la supervisora de educación especial (educada ella misma en el esquema más médico de la discapacidad) afirmaba “yo estoy de acuerdo con la integración escolar…pero cuando estén dadas las condiciones”.
El problema es que las condiciones tardarán décadas en “estar dadas”, mientras el alumno está aquí y ahora. Parado a la puerta de la escuela, de la mano de su mamá, con su uniforme nuevecito, sus cuadernos listos para estrenar, todos sus lápices con punta ordenamos por color en el portalápices, esperando con ansiedad –la misma que todos nosotros tuvimos- entrar en su escuela, conocer a su maestra y hacer nuevos amigos. Aquí y ahora.
Envía una anécdota sobre tu propia experiencia (máximo dos cuartillas tamaño carta). Escribe a Patricia. Brogna, correo:brogna@gmail.com”
¿Porqué les copio este texto? la Declaración de Salamanca es del 1994, La Convención del 2006 ¿vamos a seguir excusándonos NOSOTROS, en que aún no están dadas las concidiones? ¿o vamos a pelear porque YA ES HORA de que eso deje de ser una excusa? Entiendo los casos que comentan. Que sin lengua de señas ni español hablado es casi imposible comunicarse. PERO desde la Convención los apoyos que la persona necesite son su derecho y las barreras para su inclusión social, laboral y educativa o su plena participación o para el ejercicio y goce de sus derechos son obstáculos que lo discriminan y le niegan la igualdad con los demás y vulneran su dignidad como persona. Validar que “igual cada uno ya ve cómo lo resuelve”, es volver 30 años atrás, es aceptar que estábamos mejor cuándo estábamos peor, y es tirar una herramienta de cambio, como lo es la Convención, a la basura. Ese discurso que lo tengan los políticos, los burócratas, pero ¿nosotros? Las condiciones NUNCA van a estar si no se pelean, NUNCA van a estar y coincido con Laura en que para muchas personas y sus familias es una lucha que debe difundirse y debemos apoyar. Han pasado 20 años de Salamanca y más de 6 de la Convención ¿cuánto más nos parece esperar?
Estimado Dr. Garate: las palabras no son ingenuas. El término de minusvalía es de la CIDDM, clasificación médica de 1980 y fue ampliamente cuestionada con muy sólidos fundamentos. Da cuenta de un momento del proceso de cambio conceptual que ha sido amplia, muy ampliamente superado. Las palabras no son ingenuas y tampoco es ingenua la decisión de elegir una sobre otra sabiendo lo que significan y representan.
Queridos y queridas colegas, gracias por ayudar a pensar, cuestionarnos y reflexionar!
Saludos a todos
Pato
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