SYDNEY, AUSTRALIA (Enviado especial).- Con un territorio enorme y muy poca población, uno de los ingresos per cápita más altos del mundo, un excelente sistema de salud y educación estatal moderna e integradora, buenas universidades y transportes terrestres y ferroviarios, Australia es un paraíso con un altísimo nivel de vida. Los suburbios de Sydney, Melbourne o Canberra, con sus grandes casas y jardines, se parecen a los de los barrios de clase media de Estados Unidos, sólo que entre los australianos las desigualdades sociales están atenuadas y todos disfrutan del estado de bienestar.
Según explica Hakan Akyol, de la Comisión Multicultural del Estado de Victoria, Australia es un país de inmigración, de los 21 millones de habitantes, 6,5 nacieron en el extranjero. La gente proviene de 200 naciones diferentes, habla 125 lenguas y profesa 120 credos distintos. A diferencia de lo que ocurría antes de la segunda Guerra mundial, cuando el país captaba migración europea, en la actualidad abrió sus puertas a chinos, vietnamitas, latinoamericanos y africanos. Existe una legislación moderna que propugna la tolerancia racial y religiosa.
El continente-isla se parece en algunos aspectos a la Argentina, fundamentalmente por la diversidad racial, las grandes extensiones inhabitadas y la gran potencialidad en materia de agricultura y ganadería. Pero a diferencia de nuestro país su economía está muy diversificada. Es una potencia minera, comercial y financiera, posee una fuerte industria y capta una porción interesante del turismo mundial.
Los dos grandes partidos, el Liberal y el Laborista, uno de centroderecha y el otro de centroizquierda, han sido capaces de compatibilizar políticas de Estado duraderas desde que el país se independizó en 1901.
Es un lugar común que a principios del siglo 20 Australia y Argentina, ambas con un gran territorio, una producción primaria poderosa y poca población parecían tener un destino similar. Sin embargo, transcurrido el siglo el perfil de los dos países no podría ser más diferente: Australia es rica, diversificada y estable económica y políticamente, la Argentina observa grandes desigualdades sociales, está lejos de ser una potencia industrial y financiera, y su población, golpeada por los cambios permanentes y el traumático tránsito por varias dictaduras, parece desencantada con su presente y su futuro.
Gerard Henderson, un periodista que preside The Sydney Institute, un prestigioso ´think tank´ local, advierte que los dos países se parecían mucho el siglo pasado -"ambos eran colonias de Inglaterra", bromea- pero, admite que evidentemente han tomado caminos diferentes.
Henderson no quiere hablar sobre Argentina, pero afirma que Australia "siempre ha tenido una economía abierta".
Un diplomático argentino advierte que "los australianos se llenan la boca con el libre comercio, pero es imposible venderles algo que ellos producen", de tal magnitud son las barreras para-aduaneras con que protege su economía.
Bien pensado -agrega- la prosperidad de los países exitosos parece pasar no tanto por la apertura irrestricta de su economía, como quedó demostrado en los ´90 en la Argentina, sino por el sostenimiento de un poderoso mercado interno y el desarrollo de una agresiva política comercial en el mercado internacional.