Con semblante serio, la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, escuchó atentamente al primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, mientras éste anunciaba una serie de reformas exigidas por Washington. Rice asintió con la cabeza cuando el político chiíta habló de reconciliación.

Después, todas las miradas se concentraron en ella cuando el ministro del Exterior iraní, Manuchehr Mottaki, criticó la "errónea política de las tropas de ocupación". Pero Rice ni pestañeó.

Los parlamentarios iraquíes se apresuraron a la sala de conferencias de Sharm el Sheikh. Primero, porque allí les prometían ayuda para la reconstrucción de su país y segundo, porque el viaje a la ciudad balnearia egipcia supone para muchos un gran cambio, ya que aquí pueden caminar tranquilamente por las calles sin miedo a que estalle un coche bomba o aparezca un francotirador. "En Bagdad, hoy en día sólo se pagan 100 dólares por un asesinato a sueldo", dijo Kamal al Basri, asesor económico de Nuri al Maliki.

Este prometió justamente que su gobierno hará un nuevo esfuerzo en pro de la reconciliación nacional, ganándose la aprobación de Rice. Pero, reconciliación "¿con quién y para qué?", se pregunta Al Basri. En su opinión, no hay relación entre la reconciliación y la violencia. "Los terroristas matan al azar a mujeres y niños sin tener en cuenta quiénes son", afirma. En la oscura sala de conferencias climatizada, Al Basri se sienta junto a otros políticos chiítas y kurdos. No hay ningún partidario del predicador radical chiíta Moqtada al Sader, que ha retirado su lealtad a Al Maliki, ni del Frente para el Consenso sunnita, que amenaza dejar el gobierno.

ANNE-BEATRICE CLASMANN