Domingo 16 de diciembre de 2001
 

¿Podría contarme esta historia desde adentro?

 

Grandes y pequeñas historias son las que los periodistas, como alguna vez hicieron los escritores de la novela realista, tienen la posibilidad y hasta el deber de contar. Con ganas, con técnica y sobre todo con estilo. El futuro de las crónicas, los reportajes y las entrevistas tienen mucho que ver con esos ingredientes. En este Cultural: de Dickens a Tom Wolfe, pasando por la eternas y nuevas formas de hacer la profesión. Una recopilación de joyitas de la escritura periodística y el encuentro imaginario de algunas leyendas del oficio.

 
El cambio se dirime en cómo buscarlas y de qué manera transmitirlas. El concepto "entretenimiento" todavía es mala palabra en algunas redacciones.
Pero no podemos olvidar a Balzac, no podemos dejar de reírnos con las ocurrencias de Roberto Arlt y ni qué hablar de los relatos desopilantes de Osvaldo Soriano en su paso por "La Opinión". El mismo hace confesiones, en una de las columnas aquí reproducida, acerca de la manera en que decidió encarar el caso Robledo Puch. Una obra maestra de la crónica policial.
Wolfe define en su clásico libro el verdadero teorema a resolver para quienes se suman a este movimiento estético y conceptual: "El problema inicial radica siempre en tomar contacto con completos desconocidos, meterse en sus vidas de alguna manera, hacer preguntas a las que no tengas derecho natural de esperar respuestas, pretender ver cosas que tú no tienes por qué ver, etcétera". A esto se le agrega la necesidad de dominar tiempos verbales y una mínima capacidad para cambiar la perspectiva de la narración.
También hay otro prejuicio frente a esto: la calidad de la narración. No pocos han confundido el natural talento de escribir con belleza con hacer correctamente una crónica. Wolfe pide lo mismo que cualquier otro editor: profundidad, pasión, entrega, puntos de vista, varias fuentes y una pizca de literatura. Un narrador de talento hará con ello una obra de arte. Un periodista sólido, una crónica que invite a la lectura.
Hace unos cuantos años, Roberto Arlt, que convirtió su crónica semanal "Aguasfuertes" en el motivo de venta de "El Mundo", comenzaba una de sus columnas con este sencillo acto:
"Iba el otro día en un tranvía, cuando oigo que un fulano le decía al otro:
-Yo nací en cuna de oro".
Con eso basta para que el lector se olvide del resto y se inmiscuya, él también, en ese diálogo. Cuna de oro, hombre ¿y qué es eso?
O cómo sustraerse a este principio de entrevista de Terry Southern.
"Larry M., 34, raza blanca, nacido en Racine, Wisconsin, ha vivido en Nueva York durante nueve años, y actualmente está empleado como asistente en uno de los hospitales más grandes de la ciudad. Lo que sigue es una copia literal de una entrevista grabada allí el 7 de marzo de 1965:
P. -Bueno. Bien, veamos... usted ha sido un enfermero maricón durante nueve años, ¿no?
R. -Bien, ahora ¡espere un minuto! Ja, ja. O sea, mire... bien, no sé qué revista es ésa suya, el Realist, dijo. Quiero decir que en la copia que me enseñó y todo eso, no había nada sobre esa clase de cosas... o sea, ja, ¡yo no voy a continuar con esa clase de cosas!
Una pregunta que no debería estar allí. Una escena que abre las puertas de la percepción.
La solemnidad es el principio de la estupidez, escribió en su "Diccionario personal" el filósofo, también habitual columnista de diarios, Fernando Savater, y no pocos profesionales pecan de ese pecado.
La discusión que ha terminado por quedarse madura es aquella que trata de resolver si una buena crónica puede sentarse en el mismo escalón que un buen cuento. Si la obra periodística, por fin, merece acceder al status del arte. Los mismos que se escandalizan con esta posibilidad seguramente también lo hacen con la candidatura al Nobel de literatura del músico y compositor Bob Dylan. Los comportamientos estancos siempre tienen sus razones de peso. Aunque sean razones mezquinas.
¿Es Balzac aburrido? ¿Se tergiversa la verdad en una crónica que intercambia puntos de vistas y posibilidades descriptivas?

-No está mal, dijo.
-Me gusta esta línea con la lluvia escurriéndose por su rostro.
-Gracias.
-A propósito, ¿este tipo hablaba inglés?
-No.
-¿Y de dónde mierda sacaste todas estas citas?
-Hablo un poco de español -dije.
-¿En serio? ¿Y cómo es eso de que un tipo cualquiera de Brooklyn habla español?
-Fui a la escuela en México, un año.
-¿En serio?
-En serio.
Prendió un Camel. Luego señaló un párrafo cerca del final.
-¿Ves aquí -dijo-, donde dices que esto es una tragedia?
-Sí.
-Lo voy a sacar. Y nunca más uses esa maldita palabra "tragedia". Cuentas lo que pasó y dejas que el lector decida si es una tragedia. Si uno llora, el lector no llora.
-Entiendo.
-Eso espero -dijo dando una pitada a su cigarrillo. Después bebió un sorbo de su café. Miró la nota otra vez.
-Puede ser que en ocho ó nueve años llegues a ser bastante bueno en este oficio miserable.
-Gracias, dije, y empecé a irme.
-Ah, a propósito, dijo Paul Sann, estás contratado.

(Del libro de memorias "A Drinking Life" de Pete Hamill)

En los 20 años últimos el periodismo en castellano hizo bastante más que imitar a las grandes plumas norteamericanas. No es fácil probar suerte después de atravesar ese océano por el que navegan tan grácilmente Normal Mailer, Pete Hamill, Terry Souther, Hunter Thompson, Tom Wolfe y tantos que quedan por agregar.
En Latinoamérica, las notas de Osvaldo Soriano, Rodolfo Walsh, Miguel Briante, Homero Alsina, Susana Viau, marcaron una generación con talento y estilo. Entre los periodistas jóvenes hay nombres que invitan a la lectura de sólo escribirlos: Marcelo Panozzo, Camilo Sánchez, Rolando Graña, Claudio Uriarte, Claudia Acuña, y muchos más. Además de otros como Bobby Flores que, sin ser estrictamente del rubro, se mueven en las fronteras de la tradición oral, el periodismo y la filosofía callejera.
En España la lista es provocativa e intensa: Rosa Montero, Maruja Torres, José Ribas, Eduardo Haro Tecglen.
Uno de los periodistas que más hizo por reformular los géneros clásicos del rubro fue Feliciano Fidalgo. Supo repensar la crónica de los placeres, la de viajes y sobre todo la entrevista.

P. -¿Sería posible vivir cada día sin embriagarse de pecado, aunque fuese con la imaginación?
R. -Rotundamente no.
P. -¿Cómo es la sonrisa de la soledad?
R. -Triste
P. -¿Qué es una carcajada?
R. -A veces, un tiro.
P. -He traído una pistola cargada para que la use: ¿he acertado?
R. -Le contesto en voz baja: sí.

(De la sección Luz de Gas. Entrevista de Feliciano Fidalgo al escritor Agustín Gómez Arcos. Diario "El País")

Después de todo el Nuevo Periodismo no es otra cosa que la utilización de los recursos necesarios y honrados para informar mejor a un lector sin tiempo. Y eso no es nuevo sino imprescindible. Tanto como el sabor de un plato bien servido.
Las reglas han sido rotas. Las posibilidades se multiplican, estimado lector. No es lo mismo ver el recital de los Rolling Stones que atravesar la barrera del camarín. ¿Y no es eso lo que esperas?
"Aquella canción había sido una de las favoritas de mi madre, siempre la ponía en la radio mientras yo desayunaba en la cocina antes de ir al colegio.
-Ziggy Elman -dije.
Charlie Watts me dirigió una expresiva Mirada. Los ingleses debieron pensar: "Vaya un listillo". Al menos, alguna de mis credenciales funcionaba.
Ahí está. ¡La sobremesa de los Rolling Stones!, en un fragmento de los esfuerzos de Robert Greenfield para obtener su historia titulada "Viajando con los Rolling Stones".
Los diarios no perderán su lugar de privilegio en la medida en que cuenten historias. Pequeñas, grandes, emocionantes, terroríficas, densas o sencillas. Pero historias. Los ingredientes están sobre la mesa: cultura, adjetivos, sueños, texturas, ritmos, diálogo, testimonios, múltiples personas del acto narrativo. El brujo de la pluma remueve con su gran cuchara la olla donde se cuecen las pócimas.
Ten... prueba... hummmm... hummmm...


Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar
   
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