Por DANIEL DIBENE
En noviembre de 1987 fui a buscar el plan de estudios a la Escuela Superior de Periodismo. Sabía que quería estudiar, que participaría en política y en qué partido lo haría. Esa mañana me regalaron una revista: Generación 83. Y luego de leer la nota que le hacían a Osvaldo Álvarez Guerrero a esas certezas les agregué sustento. "Si a través de la democracia no podemos amparar a los muchos desprotegidos, a los pobres y a los marginados, no podemos respetar un sistema económico que sería profundamente inmoral". Estaban allí los conceptos que haría presentes durante los siguientes 20 años.
Que los destinatarios, los beneficiarios de nuestro accionar político debían necesariamente ser los sectores populares, los vinculados con la producción y al trabajo. Que la causa de los desposeídos es vincular la democracia con la justicia social y el desarrollo autónomo del país. Que no hay medidas puramente técnicas que puedan tomarse en el ejercicio de un gobierno. Si permanecen neutras terminan convirtiéndose en avales del statu quo y no modifican las relaciones de fuerza entre los distintos sectores que componen la estructura económica. Que el esquema desarrollista de incremento de las exportaciones como instrumento de acumulación del capital como receta excluyente de crecimiento estaba agotado.
En mi casa le tenían mucho respeto, por haberse opuesto a la invasión militar que originó la Guerra de las Malvinas en 1982. Osvaldo venía de cumplir su mandato en la provincia de Río Negro, donde impulsó una planificación participativa, mediante el plan de integración y desarrollo y promovió una reforma constitucional donde rechazó toda tentación de reelección.
En el 2001 participé de su candidatura presidencial por la UCR, en el Movimiento Nacional de Intransigencia Radical. Las actividades de campaña lo trajeron a La Plata. Lo acompañé a dos visitas. De allí fuimos a un diario local. Osvaldo disparó munición gruesa: los caudillos precandidatos del PJ (Kirchner, Menem y Rodríguez Saá) son millonarios que hace rato dejaron de sentir los problemas cotidianos de los excluidos del sistema; sólo van a buscar nuevos negocios para sus amigos. Pasado el tiempo, Cristóbal López, Ulloa y tantos otros parecieron darle la razón.
En el 2001 participé de su candidatura presidencial por la UCR, en el Movimiento Nacional de Intransigencia Radical. Cuando en una reunión en el Comité Nacional Osvaldo y Gustavo Calleja anunciaron que desistían de presentarse en la elección interna. Tomé la palabra y objeté la decisión.
Mi pataleo no cambiaba el curso de una resolución tomada sobre datos objetivos. Es que quedábamos huérfanos de representación los que resistíamos al pensamiento hegemónico triunfante de los ´90 y que continúa triunfando podríamos decir.
Al terminar la reunión Osvaldo se me acercó y con tono paternal me aseguró que no se trataba sólo de poner el nombre. No se trataba de ganarle elecciones al caciquismo desideologizado. Se trataba de desmontar las estructuras de privilegio.
Osvaldo atacaba durísimamente el pragmatismo.
"Cuando se quiere pasar de las convicciones ideológicas a la reducción de la acción política, como si ésta fuera una simple técnica o ingeniería en la gestión de los asuntos de gobierno, ya no se tiene en claro ni siquiera el modelo de sociedad a la que se aspira porque se borran de su diseño los valores éticos. Y el problema es que cuando se olvidan esos valores o sencillamente se renuncia a ellos, lo único que parece quedar es la búsqueda del poder por el poder mismo". La dimensión ética para él era lo más importante. Que impone deberes y responsabilidades rigurosas. "No se trata de hacer lo que se puede, ni de hacer lo que se quiere, sino de hacer lo que se debe", señalaba.
Tiempo después, en el Comité de barrio que presidía, lo invitamos a hablar en una fecha muy importante para nuestra tradición. El aniversario de la Declaración de Avellaneda. Al terminar la charla Luis Malagamba y Gustavo Cremaschi lo acompañaron en su salida. Osvaldo caminó hacia la terminal de calle 42. Allí tomó el micro que lo devolvería a Buenos Aires ya entrada la medianoche. Aquella noche, como en muchas otras oportunidades, planteó sus objeciones al presidencialismo y maldijo la oportunidad perdida de la reforma constitucional del ´94 para hacer cirugía mayor en ese sistema.
Dicen, desde adentro de la política, que son necesarios más "cuadros". Militantes que se hayan formado en el análisis lucido de la realidad. Pero para la formación son necesarios los maestros. Con Osvaldo hemos perdido al más grande. Porque no sólo enseñó con palabras, sino con los hechos. Pero está claro que las conductas no se comentan. Sencillamente se imitan. Eso sería hacer lo que se debe.