El martes, seguramente "Avatar" sumará más estrellas a su ya estrelladísima chaqueta de logros: los Oscar, es probable, se rendirán ante los números. Millones en el presupuesto; millones en la recaudación; millones de espectadores; dos -¿prestigiosos?- Globos de Oro a la mejor película y mejor director, en su repisa, y el aparentemente incuestionable logro de ser "la película más vista de la historia".
Si tanto respaldo debería darle mucho aire, ¿por qué uno sale del cine con la idea de haber sido asfixiado por el marketing (y con un poco de dolor de cabeza por el aclamado y revolucionario 3D que "cambiará para siempre el modo de ver cine")?
Nadie puede negarle a James Cameron -el creador de este mundo "tan Greenpeace" que sedujo hasta las lágrimas a Evo Morales, y puso al Vaticano a hacer críticas-, la capacidad de crear imágenes sorprendentes, a veces impresionantes, y la mayoría realmente bellas.
Pero la metáfora de los marines atacando a los azules nativos del planeta Pandora en este caso, con la conversión incluida del protagonista-marine-paralítico en uno de los adorables Na´vis, resulta tan obvia que es difícil no pensar en decenas de películas similares ("Danza con Lobos", "Pocahontas", "La Misión", y largos etcéteras), y varios hechos de la realidad más inmediata -y menos azul- protagonizados por los propios norteamericanos. Algo que la crítica especializada ha visto con buenos ojos, por aquello de que alguien (Cameron), desde adentro del sistema (Hollywood), critique la política invasiva de los Estados Unidos (podría ser Irak, su propia conquista de su propio Oeste, o cualquier lugar).
Pero en "Avatar" el problema no es sólo la metáfora. En el cine, en los libros, en cualquier clásico, el cuento puede ser siempre el mismo, y uno encuentra placer: ese viejo placer infantil de que nos cuenten siempre la misma historia con alguna ligera variación. El problema con el filme de Cameron, entonces, es la total falta de sutileza para ser tan totalmente -y a veces risiblemente- obvio.
La historia es así: Año 2154. Jake Scully (Sam Worthington), un ex marine paralítico y aparentemente poco iluminado, debe reemplazar a su fallecido hermano gemelo, un científico respetado, en una misión en el planeta Pandora.
Allí hay un grupo de inescrupulosos marines, comandados por un estereotipo burdo de los malos, el coronel Miles Quaritch (Stephen Lang), que quiere sacar del medio a los nativos de Pandora para conseguir un preciado mineral del subsuelo del planeta. Pero tendrán que lidiar, en su propio campo, con los científicos, y sobre todo con su líder, la doctora Grace Augustine, una admiradora de la vida de los Na´vis (Sigourney Weaver, la heroína de la saga "Alien", cuya segunda entrega dirigió Cameron). En ese doble frente entra Jake: marine por un lado, científico por herencia de ADN de su hermano muerto, por otro, que ya tenía un avatar listo para sumarse a los Na´vis.
El malo del grupo, el comandante, le pide a Jake que utilice a su avatar para infiltrare, traer datos de los Na´vis y lograr así deshacerse de ellos para hacerse del metal. Pero, obvio, no cuentan con que Jake, en su nuevo cuerpo esbelto y azulado, y devuelto a la posibilidad de caminar, se enamore perdidamente de una nativa, Neytiri. Será ella la que le enseñe las costumbres de los nativos, la que lo conecte con la naturaleza con sus mensajes pseudo místicos, y la que lo acompañe a pasar por cada uno de los rituales de iniciación que terminarán convirtiendo al antihéroe Jake en "el elegido"; el converso salvador; el nuevo mesías.
Todo, obvio también, con la necesaria batalla entre el ahora azul Jake y el malo, embutido en una máquina destructora que no podrá contra la madre naturaleza.
Y eso es todo. The End. Los nuevos ojos de Jake -ahora azul para siempre tras abandonar su cuerpo humano y hacerse Na´vi- se abren, ocupan toda la pantalla, y uno se va del cine con la certeza de que habrá más "Avatar", y de que la maquinaria de Hollywood, tierra prometida de la megalomanía de Cameron, tiene leyes que espantarían a sus inocentes nativos de Pandora.
VERONICA BONACCHI