Para ser una película del futuro, "Avatar" tiene demasiadas deudas con el pasado. Y no justamente con el pasado clásico sino con el pasado a secas. Donde hubo una idea digna de ser repetida, allí fue a buscarla James Cameron, su director, y se la apropió.
No debería esto considerarse como una suerte de homenaje a todas esas buenas películas de ciencia ficción que gustaron a Cameron. Huele más bien a otra cosa: falta de ideas. Hace años ya que Hollywood agotó su fuente de recursos creativos. Pero si desde un perspectiva naif creyéramos que Cameron apenas se inspiró en otros filmes para constituir el suyo, habría que reconocer que el director de "Titanic" le rindió tributo a "La guerra de las galaxias", de George Lucas, "El Nuevo Mundo" de Terrence Malick y a "Matrix" de los hermanos Wazowski, entre otros. Esto sin contar que en el fondo, todas las películas con "avatares" dando vuelta por ahí, le deben y mucho a William Gibson y a su novela "Neuromancer", donde se plantea por primera vez el concepto de ciberespacio y en la que ya se relata la duplicación de la personalidad en sistemas virtuales.
Terrence Malick fue el director de una obra maestra del cine bélico llamada "La delgada línea roja". Años después se despachó con una película aparentemente comercial pero que de fenicia tenía poco y nada. Se trataba de "El nuevo mundo", protagonizada por Colin Farrell, Q´Orianka Kilcher y Christian Bale. Se dijo que Malick volvía sobre la leyenda de Pocahontas. Lo cierto es que el director hizo que sus personajes reflejaran el vínculo que los pueblos originarios de América tenían con la naturaleza. A lo largo del filme el espectador es introducido al diálogo constante de los nativos con el medio ambiente, el movimiento corporal que grafica ciertos estados emocionales canalizados a través de la tierra, los animales y la vegetación, y a una filosofía de vida no contaminada por el egoísmo.
Sobra decirlo, de aquella película extraña Cameron tomó la mayoría de los comportamientos que observamos en los personajes centrales de "Avatar".
Las vinculaciones con "Matrix" son bastante claras. La "representación" de una ser a una escala y en un ambiente distintos a los originales, fueron ampliamente explotados por esta trilogía. Los humanos utilizan acá el propio ADN y cámaras de inmersión para proyectarse en avatares y desarrollar así una mejor respuesta por parte de los alienígenas. El truco del adentro-afuera, prendido-apagado, dormido-despierto vuelve a funcionar.
Hacia el final surge de entre las imágenes un raro deja vú. Esas escenas de lucha en medio de la selva, con robots armados con súper metralletas y conducidos por hombres, con correrías dramáticas en las cuales se define las suerte de una civilización, tienen un profundo parecido a los momentos culminantes de "Matrix" y "El regreso del Jedi".
Es como si Cameron hubiera puesto a sus amigos azules en una batalla en medio de la cual se entrecruzan culturas, tiempos, ideas estéticas y políticas distantes entre sí. Un dios del fuego cayendo caprichosamente sobre sus cabezas.
En el fondo, "Avatar" no hace más que apelar al pasado de conquista y destrucción de una cultura sobre otra. Un guión que en los últimos siglos podrían volver a escribir los propios aborígenes americanos o las tribus del Amazona que por estas horas soportan un acoso semejante que no alberga una pizca de ficción.
CLAUDIO ANDRADE