ROCA.- Cámaras testigos. Ojos puestos es un paisaje argentino que no es el que nos llega habitualmente desde la pantalla grande. La marginalidad, la pobreza, a veces la explotación. Historias de amor con fondos bucólicos. Personas olvidadas incluso por quienes trazan la línea más baja de las encuestas del Indec.
No hay allí clase media venida menos. No hay una mirada sorprendida de burgués que se adentra en los bajos fondos.
Son miradas honestas, sin bajada de línea. Son miradas auténticas, que no juzgan. Apenas cuentan lo que ocurre más allá de los límites de la General Paz, límites dentro de los cuales Buenos Aires -y la Argentina en general- concentra muchas veces lo que parece que ocurre en cada rincón del país.
El material que reunió en estos días el Primer Festival de Cine y Video de Río Negro quizás sea apenas una muestra de lo que ven los ojos del nuevo cine argentino. Difícil saber si representa a todos los cineastas jóvenes. Pero esta fragmentaria muestra bien vale para representar historias que ponen el ojo en la llaga de un país. Éste.
Pasa con "Criada", la ópera prima de Matías Herrera Córdoba, que pone la cámara al servicio del trabajo mudo, incansable y realmente agotador de Hortensia, una mapuche que desde hace 40 años trabaja en la finca de una familia, en algún lugar de Catamarca, sin recibir por pago más que una pieza donde dormir. Una mujer que trabaja sin descanso hasta en las tareas más masculinas que implican llevar adelante una finca. Hortensia corta la leña, arregla el tanque de agua, barre, cocina, cosecha las aceitunas y los damascos, abre zanjas para el riego, le da de comer a los cerdos. Hortensia atiende a los dueños cuando van de visita. Pero Hortensia no tiene nada, ni siquiera el sueño de irse a otro lugar o de poder ir a visitar a su hijo a otra ciudad porque no tiene dinero. No le pagan nada por todo lo que hace.
Matías Herrera Córdoba, el director, era dueño de esa finca, o su familia, más bien. Y Hortensia es la misma Hortensia que siempre hizo ese trabajo. Desde ese punto de vista, esta película casi documental es una dura mirada a su propia familia y a una costumbre argentina.
El ojo en la llaga también está puesto en "Vil romance", un duro romance gay que transcurre en el Gran Buenos Aires, dirigido por José Campusano. La película, de lo mejor que se vio en el Festival, es por sobre todas las cosas, auténtica: la historia de amor entre Roberto y Raúl, una suerte de Papo gay de los suburbios, que juega a ser heterosexual para el afuera, tiene toda la violencia y la crudeza posibles. Pero ni la una ni la otra son juzgadas como marginales sino como la única normalidad posible. Y allí es donde gana este filme que ahora se va al festival de Hamburgo.
Pasa también con "La Tigra, Chaco", (Ganadora del premio Fipresci en el último Festival Internacional de Mar del Plata), una película que justamente transcurre en esa pequeña localidad del Chaco. Y allí, con pocos recursos, los directores del filme, Federico Godfrid y Juan Sasiaín, logran una historia de amor pequeña pero entrañable.
Y pasa también con "Parador Retiro", del rionegrino Jorge Leandro Colás. (Ver aparte)
Un festival seguramente es un recorte de todo lo que hay disponible en el universo de las películas. El de éste, es sin dudas, interesante. Y deja al espectador con la sensación de estar viendo un material que -si bien ya se vio en otros lados y ya fue premiado en muchos casos- fue criteriosamente seleccionado. Y eso es siempre un buen comienzo.