-En el libro, ustedes abordan uno de los problemas emblemáticos que tiene la UCR en materia de ejercicio de poder. Dicen concretamente que el tema se proyecta como trauma para el partido. No es una confesión menor, la sociedad percibe ese déficit...
-Sucede que es así y hay que asumirlo. Nosotros hablamos de problemas en el ejercicio psicológico del poder. Apelamos incluso a Spengler para fundamentar lo que le pasa al radicalismo en este tema.
-Sí, en aquello de que cada plano -político en este caso- tiene una masa que acompaña a un núcleo enrolador?
-Bueno, es en los enroladores del radicalismo donde está el problema. Viven el ejercicio del poder, conquistado legítimamente, como un problema y eso afecta el ejercicio de la autoridad.
-¿El mando, concretamente?
-El mando, sí, el mando.
-Ustedes acreditan esta dificultad a ciertas características que tiene la composición social del radicalismo, pero no parece ser una explicación suficiente, que cierre?
-Tampoco tiene esa pretensión; por supuesto que es un tema abierto a ser reflexionado también desde otras causales que en todo caso quizá no sean contradictorias con nuestra explicación. Pero sí, creemos que en mucho el problema se debe a la conformación social que tiene el partido desde siempre, donde predomina la clase media, lo cual explica la presencia de cierto grado de individualismo? de cierta cuota de "anarquismo", no desde una perspectiva de contenido ideológico sino de cierta independencia con el mando; es así.
-En un libro interesante pero ignorado -"El fin de la quimera. Auge y apogeo de la Argentina populista"- James Neilson sostiene que el déficit de los radicales a la hora de gobernar consiste en estar convencidos de que de alguna manera siempre las cosas se van a arreglar, casi como por la dialéctica misma de la situación que se enfrenta o de un problema puntual. ¿Está de acuerdo?
-A ver, a ver. El radicalismo sabe luchar por el poder; lo dice su historia: nació peleando, a los tiros incluso. Tampoco hay razones para sostener que no sepa dar soluciones a los problemas del país. Se podrá estar o no de acuerdo con sus propuestas, con sus planteos, pero no está ahí su déficit en relación con el mando. Está en que tenemos pánico de que nos tomen por autoritarios. Muchas veces en nuestra historia hemos confundido mandar desde la legitimidad de poder con autoritarismo... y la presidencia de Illia fue -en ese sentido y como lo reconocemos en el libro- heredera en un primer momento de ese legado. Es un tema con mucho pasado. Cuando comienza el tramo final del derrocamiento de Arturo Frondizi, el general Fraga le dice: "Venga a Campo de Mayo y no lo voltea nadie". Pero Frondizi no lo hizo. A Arturo Illia, en las horas del golpe, el general Caro, legalista y jefe del Segundo Cuerpo de Ejército con comando en Rosario, le dice: "Véngase, yo lo defiendo". Pero Illia no lo hace y los golpistas detienen a Caro... en fin.