NUEVA YORK.- Jack Ni-ckolson aplaude de pie, Neil Diamond sonríe, Alec Balwin no sale de su asombro, lo mismo que toda la oligarquía de Nueva York que ocupa los glamurosos palcos y no puede creer que un pibe de 20 años de un país colgado del mapa este tirado ahí en el piso, festejando. Es Juan Martín Del Potro el que llora y el gran Roger Federer el que sufre. Es como si hubiera caído el Imperio Romano.
Anoche el deporte argentino sumó un hito más en su ya rica biografía. El triunfo de Del Potro en cinco sets (3-6, 7-6, 4-6, 7-6 y 6-2 en algo más de cuatro horas) tiene el sabor de las hazañas más dulces, por la forma en el que fue conseguido y por el calibre del rival, un deportista legendario, un suizo que parece movido por Dios, que no perdía aquí desde hacía seis años. Que llevaba cinco títulos al hilo.
La victoria tuvo los mejores ingredientes posibles: el triunfo del más débil, del que siempre estuvo abajo, del que no tenía nada pero quería todo.
Premio enorme para un tipo que nunca bajó los brazos, ni aún en los momentos en los que el suizo parecía apuntar inapelablemente hacia la gloria.
Claro que lo de Del Potro no se debió solamente a su hambre de gloria o a su coraje, sino también a su tenis, un juego que se adecua a la perfección con el circuito de hoy.
Ya lo veníamos diciendo en las crónicas anteriores: su tenis no tiene fisuras y, lo que es mejor, aún no llegó a su techo.
Que haya sido su primera final de Grand Slam en un estadio, si bien no hostil, siempre a favor del suizo, exacerba el valor del triunfo. Lo lleva al paroxismo.
Haber soportado la presión de ir perdiendo siempre y lograr absorber, además, toda la luz legendaria que irradiaba su rival, posiciona a Del Potro claramente en un lugar sólo reservado para los elegidos.
Su triunfo se asemeja mucho más al de Guillermo Vilas (ganó aquí ante el ídolo local, Jimmy Connors, en 1977) que al de Gastón Gaudio, por caso, vencedor ante Guillermo Coria en Roland Garros en 2004.
Si bien siempre mantuvo la tensión, el partido, al menos en el comienzo, tuvo un desarrollo esquivo para Juan Martín. Fue Roger el que llevó el ritmo del juego, controlando con autoridad todos los rincones del court. Durante casi dos sets se vio un Federer magistral, ese tenista que acostumbra a sorprendernos con su exquisito arte. Un deleite para los sentidos ese Federer.
Por suerte para él, y aún viéndose dominado, Del Potro pudo mantenerse en partido durante el segundo set.
Logró recuperar un quiebre y forzar el tie break, donde sacó de manera notable para igualar el partido. Esta vez, durante este duelo antológico, Delpo ganó el 65 por ciento de los puntos con el primer servicio, mientras que Federer apenas obtuvo el 50.
El tercer y cuarto set tuvieron una trayectoria similar. Logró quebrar Del Potro al suizo, que ya no hacía tanto daño al tandilense con su slice bajito, ni tampoco con derecha invertida, un golpe tan preciso como devastador.
Del Potro comenzó a presionar con su saque, que si bien no causó los estragos de los partidos anteriores, al menos logró contener las embestidas del suizo, que sabía que no podía seguir perdiendo oportunidades.
Casi sin combustible -al menos eso es lo que se veía desde el palco de prensa-, el tandilense logró llegar al tie break del cuarto set. Fue un momento extraordinario: el público de pie aplaudía el espectáculo, al tiempo que las luces de la noche y la tensión que se vivía le daban a la final un matiz de drama.
Y si ese tie break resultó asombroso y apasionante, mucho más lo fue el quinto set, al menos para el tandilense, que aprovechó el envión anímico que le dio haber ganado el cuarto y se puso adelante 3 a 0.
Claramente Roger percibió el golpe de haber perdido su chance. Su enorme energía bajó. Y Del Potro no hizo más que capitalizarlo. Ya en su memoria no pesaba el 0-6 en duelos personales.
Juan Martín conservó su saque y volvió a quebrar en el último game, el séptimo, el que le dio la victoria final y el que le permitió ocupar un lugar en esta magnífica historia que duró cuatro horas y seis minutos, 246 minutos de sudor, talento y sufrimiento.
Son pocas las veces en las que el triunfo de un hombre solo nos deja perplejos y emocionados. Son pocas las veces en las que podemos estar al lado de la historia justo cuando está sucediendo.
Por suerte ocurrió anoche en Nueva York. Gracias a Del Potro, nos acordaremos de esta aventura para siempre.
PABLO PERANTUONO
(Especial para "Río Negro")