-Así como las orejeras limitan la perspectiva del caballo, ¿las nuevas tecnologías limitan la mirada del periodismo?
-Las nuevas tecnologías han ayudado mucho al periodismo pero también le han hecho mucho daño en el sentido de que hoy los periodistas resuelven todo desde la mesa de trabajo, sin salir a la calle. Por lo tanto se pierden muchas cosas. Hacen todo por teléfono.
-En un sentido profundizó la vagancia también.
-Sí, vas siendo cada vez más pasivo. Llega un momento en que salir a la calle te cuesta un esfuerzo enorme. Pero claro, es un esfuerzo que efectivamente hay que hacer.
-El periodismo siempre fue una profesión de calle.
-Tradicionalmente, claro. La realidad pierde tonalidad y color desde el escritorio. Uno para contar provocando el interés del lector primero tiene que haber sentido el interés provocado por la risa, el llanto o lo que sea. Difícilmente va a transmitir al lector una sensación que no conoce o no tuvo. Esto da lugar a un periodismo muy frío, anodino, opaco y pequeño.
-¿Por qué piensa que ocurre esto?
-Creo que es un complot y que el desarrollo de las tecnologías ha contribuido mucho a eso. Como puedes resolver muchas cosas por teléfono y por internet llega un punto en que no te mueves de la mesa. Es como aquel que va a todas partes en taxi o en coche y nunca camina, coge la bicicleta, el metro o el autobús. Resulta que en un viaje en metro te pasan doscientas aventuras e ideas por la cabeza porque estás viendo gente, movimiento y vida. Me gusta mucho imaginar y ver a la gente. Me encantan los bares. Tengo ese hábito de ir construyendo y rumiando todo el tiempo. Los escritores somos así, un poco carroñeros: todo lo que vemos lo convertimos en materia para un relato o para un artículo.