La pasión y la devoción que genera Diego Maradona en todo el mundo supera cualquier tipo de expectativa e imaginación, como sucedió en Marsella, que lo trataron como a un hijo pródigo pese a que sufrieron en su narices una dura derrota.
Como sabiendo lo que iba a suceder en la noche de Francia, Maradona vivió muy tranquilo las horas. Sereno, confiado, seguramente guardando los nervios, y tratando de poder responder a tantos pedidos de saludos, fotos o autógrafos.
Una vez en el estadio comenzó a verse al Diego atento a todos los detalles, hablando casi siempre con Alejandro Mancuso y arengando a sus dirigidos. La fría noche de Marsella no le cambió el semblante y las primeras muestras de cariño no lo inmutaron, debido a que todo eso ya es parte de su vida.
Cuando apareció su figura en el verde césped, en el momento del calentamiento de los jugadores, se vino literalmente la cancha abajo: "Ole, ole, ole, ole, Diego, Diego" cantó todo el estadio, argentinos y franceses. Duró pocos segundos sentado. Tres minutos tardó en dar la primera indicación, para Jonás Gutiérrez, el que se movía más por su sector, a quien se cansó de pedirle que cuide las subidas de Sagna. Cuando el más solicitado por Diego marcó el gol llegó el abrazo con Mancuso.
En el segundo tiempo, Maradona caminó más, sin llegar al estilo de Marcelo Bielsa, y explotó, saltó, gritó y se abrazó con todos con el gol de Lionel Messi. Con la victoria consumada, con los franceses insultando a Raymond Domenech -le pidieron la renuncia-, todas las miradas y los gritos fueron para el futbolista más grande, un Maradona que ahora quiere hacer historia como DT.