El escritor argentino Julio Cortázar fue quizá el mayor de sus propios cronopios, un hombre de inspiración herética que delineó en sus obras una telaraña fulgurante de tiempos discontinuos. En ella desafió los cánones de la literatura sociológica y filosófica, que él veía ilustrada en Franz Kafka, James Joyce e incluso en el absurdo finalmente racional de Ionesco, entre otros.
"La literatura es un juego, un gran juego y muy serio al mismo tiempo. No tiene nada de cosa científica o filosófica", plasmó en una cinta inédita que dejó a un amigo chileno, el semiólogo Álvaro Cuadra, y a la que tuvo acceso DPA.
Cortázar soñó nuevos modos de significación para la narrativa. Para ello apeló a lo súbito, al relato no lineal y a una escritura en collage que exige al lector construir los senderos de las ficciones desde su propia enciclopedia, como en "Rayuela" (1963).
Su obra tiene la doble intención de cuestionar el orden ilustrado en forma y fondo, como la de atacar también la modernidad. En esa obsesión por destruir la novela, un gran conflicto de Cortázar fue cómo embestir el orden racional desde su propio lenguaje, cómo proponer lo mágico en lo normado.
"En cada uno de sus géneros se advierte una mirada otra, una poética singular que se emparenta con el surrealismo, con la parafísica y, en el caso de los cuentos, con la mejor tradición que inaugurara Edgard Allan Poe", agregó Cuadra, académico de la Universidad ARCIS en Chile.
Y en esa búsqueda la obra de Cortázar, como las "Ficciones" de Jorge Luis Borges, anticipa la disposición fragmentaria del mundo actual, los lenguajes cibernautas. En forma y fondo, lo fugaz y lo perenne se amalgaman en su imaginario.
El académico chileno añade que Cortázar era antes que nada dualidad. Fantasía y compromiso político; eros y tánatos. (DPA)