Raúl Castro, investido presidente de Cuba ayer a los 76 años, carece del poderoso carisma de su hermano Fidel, pero es el hombre fuerte del sostén militar del régimen, realista, con dotes de organizador y armador de consensos.
Diecinueve meses de gobierno provisional por una grave crisis de salud de Fidel, le dio una imagen de firme partidario de la polémica y el cambio, en vez de la del general enérgico y duro juez que mantuvo por decenios.
Raúl fue el general que implementó en los años '60 unidades militares que concentraron homosexuales y otras personas mal vistos por el gobierno, y también el político que encabezó el cierre de una revista de intelectuales en 1971 o acusó a académicos de "quintacolumnistas" en 1996. Pero hace 10 días aplaudió y abrazó públicamente a Antón Arrufat, uno de los escritores marginados en la política de censura de los años '60 y '70, tras oír su discurso en que criticó aquella época, en la Feria del Libro.
En la simbólica fiesta del 26 de julio, Raúl convocó a reparar lo mal hecho y desató la lengua de los cubanos cuando los alentó a hablar de los problemas "con sinceridad y valentía", "sin miedo de ninguna clase". A los dirigentes les pidió que aprendan a escuchar. Más de cinco millones hicieron catarsis en debates que duraron más de dos meses, pero "sin impugnar el sistema", dijo Raúl en una de sus contadas comparecencias.
Pragmático, pidió paciencia y realismo para solucionar los problemas, pues -dijo- antes "hay que forjar consensos". En diciembre levantó inquietud en sectores inmovilistas al afirmar que el sistema "tiene que democratizarse más" y que dentro del Partido Comunista "es bueno que se tengan diferencias", aunque "no antagónicas". Defendió el sistema de partido único, pero advirtió: "Si somos un partido, tenemos que ser el más democrático que existe". Pero las autoridades de gobierno sostienen que es el primer fidelista. "No hay en el pensamiento político de Fidel y Raúl un alfiler de diferencia", describió el canciller Felipe Pérez Roque. (AFP)