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Domingo 01 de Octubre de 2006
 
Edicion impresa pag. 42 y 43 > Sociedad
Cuando el viento complica los planes
Los hábitos del savorín obligan a que la tarea sea a destajo.
Los hábitos del savorín obligan a que la tarea sea a destajo.
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Cae el sol detrás del horizonte y nubes rojizas parecen desgarrarse como fragmentos de algodón. Algo pasa con el clima. Pero los marineros no dicen nada, como si pretendieran no generar alarma. Poco después las primeras ráfagas empiezan a sentirse.

Daniel informa por radio a otros patrones que se está poniendo feo. Las tareas de pesca siguen, aunque el barco se mueve cada vez más mientras la noche se hace más profunda en el golfo.

La cena transcurre con tranquilidad. Se escucha cómo golpean las olas contra el casco amarillo del "Viernes Santo". El rolido se hace más pronunciado y cuando suena el timbre todos se presentan rápido para virar. Esta vez no vuelven a "calar", el clima no acompaña y Daniel sabe que es mejor no arriesgar en estas condiciones.

Todos parten a sus camarotes. Al día siguiente volverá el sol, calmará el viento y se podrá trabajar. Daniel permanece en el puente. El viento sur, a unos 60 km por hora obliga a alejarse a toda marcha de la costa norte para evitar sorpresas. No hay tiempo de fondear ni guarecerse del temporal. Lo único posible es encarar las olas de frente. Mientras, la tripulación intenta dormir.

Al amanecer, cuando el trabajo llama, los comentarios no cesan. "Parecía que el barco quedaba suspendido en el aire y luego caía contra algo seco", dice Victoria todavía asombrada por la paliza. "Había un golpe que no me dejaba dormir, no sé qué era", cuenta Martín, el fotógrafo.

"Era el ancla golpeando contra el casco", dice uno de los pescadores. Ellos cuentan todo con naturalidad, acostumbrados a este tipo de experiencias. Fue sólo una noche de trabajo perdida y más horas lejos de sus hogares.

"Se perdió una cadena", dice José, entrando apurado al comedor. "¿Cuando se cayó, antes o después de calar?", pregunta el capitán, preocupado. "No, recién. Se ve que el temporal la sacó del cajón donde estaba y se fue al agua, estaba colgando y cuando la quise retener se fue por su propio peso", responde José.

"Vamos a virar", afirma Daniel, ciertamente molesto. "Si la enganchamos en la red rompemos todo". Suena el timbre. Pero luego medita y dice: "No, no creo que la hayamos agarrado, vamos a esperar". Afortunadamente la cadena se perdió en el fondo y la red no sufrió consecuencias. De ahí en más el viaje siguió calmo, ya no hubo viento, el mar estuvo planchado y los mil quinientos cajones pudieron completarse en las siguientes dos jornadas.

 
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