Lunes 27 de enero de 2003

MAS INFORMACION

"¿Para qué vamos a aumentar el número de víctimas?"

"¡Y para colmo, no vamos a figurar en los diarios!"

"Pará... bajamos acá y hacemos dedo"

 

Con cuarenta y siete mil horas de vuelo, cuentan cientos de peripecias en el aire

 

Eduardo de Castro -de General Roca, con algo más de 70 años- y Aldo Mastice -doblando los 60, de Neuquén- suman 47.000 horas de vuelo. El grueso de ellas fue acumulado a partir de volar en la Norpatagonia. Todo un tiempo en el que las experiencias vividas les han servido para continuar volando hoy con la misma pasión que cuando subieron por primera vez a un avión y eran muy jóvenes. Durante un largo e intenso rato, ambos desgranaron anécdotas ante "Río Negro".

 
De Castro: ¡Hay cada pasajero!
Mastice: ¡El colifa me abrió la puerta del avión y casi...!
-Yo casi dejo las Malvinas sin su general Mario Benjamín Menéndez -dice de golpe Mastice.
Y entonces recuerda: "He tenido pocas emergencias... ninguna en la era de los aviones a pistones, pero sí algunas con los turbohélice y no lo digo en desmedro de éstos, que son aviones muy seguros. Un día, entrábamos a Bariloche con el gordo Pereyra también de piloto y, sentado entre medio de los dos, el petiso Menéndez, que era jefe de la Brigada de Infantería con asiento en Neuquén... fue antes de Malvinas. Menéndez iba sacando fotos y de golpe un motor hace "¡puff!" Menéndez se puso pálido... había estallado una caja de engranajes, pero bueno, seguimos con el otro motor".
El tema gira luego hacia ciertas cosas que no deben hacerse, pero de tanto en tanto se hacen desde el comando de un avión.
-Sí, sí... depende de qué tipo de máquina es, claro está. No se puede con un 747, pero sí con máquinas chicas. Sí se puede, pero es difícil, muy difícil... lo hizo... ¡mejor me callo! -dice De Castro..
-¡Sí,sí, él lo hizo... pero callemos! -refuerza Mastice.
-¿De quién no quieren hablar?
-No importa... un buen piloto... logró algo muy difícil de conseguir... yo también lo hice, pero en simulador de vuelo -acota Mastice.
-¿Y qué es lo que hizo ese piloto?
-Levantar vuelo con un solo motor... él lo hizo con gran habilidad, pero es algo muy complejo y riesgoso... el avión se va para aquí, para allá... además, claro está, es una operación que no se debe hacer -opina De Castro.
Como dato queda que finalmente ambos confesarían el nombre del piloto en cuestión. "Pero usted, mutis por el foro", le dijeron al periodista, quien acepta.
Y los dos reconocen que haber forjado el grueso de su profesión volando sobre la Patagonia les acredita una renta adicional en materia de experiencia.
-Acá hay que improvisar mucho... siempre en el marco de decisiones responsables, seguras, pero manejándose con lo que tiene, fundamentalmente por la carencia de ayudas radioeléctricas... o sea, de varios aeropuertos equipados con torres de control, distribuidos en distintos puntos, usted va informándose de esto o aquello -sostiene Mastice.
-Ahí arriba hay momentos en los que hay que hacer de todo... ¿Si miramos las cartas de navegación? No, por los menos de estas dos provincias nos conocemos hasta la última vizcachera que apareció en la pista de este aeroclub o aquel camino...¡Porque también aterrizamos en caminos! ¡Que hay que sacar un enfermo... que este político va de campaña y lo que había de pista en el pueblo ya no existe! ¡En esta materia, hemos hecho de todo! Eso sí, antes de largarse en un camino, hay que pasar dos o tres veces bien bajo y fijarse cómo está... no sea cosa que cuando se está carreteando, aparezca la zanja... - dice De Castro...
-¿Y los miedos?
-Yo... yo no soy más corajudo que el conjunto de los mortales -sostiene De Castro...
Luego, sentencia: "En general, no recuerdo haber pasado miedos que al menos dejaran recuerdos"...
La experiencia de Mastice es otra.
-Yo sí... no me jaboneé, pero no sé si fue miedo o temor... no sé qué diferencia hay entre ambos, pero algo de eso he sentido... especialmente entre Panamá y México, llevando turbos a revisar. ¡Mamita, qué tormentas... a uno le dan ganas de encomendarse a todo!
-Lo que pasa con el turbo es que uno agarra las tormentas en el medio... no le da el techo para irse arriba de la tormenta. En cambio, con máquinas como las que yo vuelo, esas mismas tormentas por esas zonas no son tan severas... con un 310 o un Azteca yo he venido de los Estados Unidos, y bueno... a 2.000 metros no se vive tan mal -agrega De Castro.
Los dos coinciden en que la Patagonia y su novio -el viento-, le ponen música propia a los vuelos por estos cielos...
-Pero al viento uno ya lo tiene como un compañero viejo y conocido. Uno se lo encuentra en la pista, lo saluda... uno trepa, el viento lo espera arriba, uno lo vuelve a saludar... sabe que el viento lo va a tirar de aquí, de allá... pero todo entre amigos -dice De Castro...
-Lo más embromado aquí es la turbulencia o lo que el común de la gente conoce como "pozos de aire". Un Neuquén - Mendoza con viento Zonda viniendo de la cordillera... ¡miércoles, eso sí que es bravo!... uno busca por aquí o por allá el nivel de vuelo, o sea la altura, pero nada -confiesa Mastice.
Cuando se toca el tema de lo que Charles Limbergh definió como "ese invencible y peligroso socio de vuelo" -el hielo en las alas-, por primera vez los rostros de De Castro y Mastice se ponen rígidos.
-¡A ese no se lo saluda ni se juega! -parecen decir ambos al unísono.
-Hoy los aviones, principalmente los más complejos, tienen defensas contra el hielo... yo tengo experiencias muy duras en este tema. En una oportunidad, iba con un 310 a Bariloche... era por algo del entonces BPRN, y se comenzó a formar hielo en las alas, parabrisas... etc. Descendí, di alguna vuelta en procura de que el hielo se desprendiera o dejase de formarse, pero no pasó nada. Entonces enfilé para Jacobacci y el hielo se desprendió un poco. Cuando estacioné el avión, al rato, el hielo que se había derretido dibujó la forma del avión en la pista... si me demoraba en buscar Jacobacci, para mí, este reportaje no existía -señala De Castro...
-¡No me pregunte lo que me va a preguntar! -se adelanta Mastice mirando al periodista y acota:
-Sí, sí... el hielo puede tumbar un avión, pero no por el peso del hielo, sino porque deforma los perfiles de la nave y le quita aerodinámica. Una capa de hielo en el borde de ataque del ala, o sea el frente del ala, degrada la performance aerodinámica del perfil del ala, que está diseñada para funciones muy concretas que, debido al hielo, deja de cumplir...
De Castro y Mastice reúnen 47.000 horas de vuelo: 25.000 el primero, el resto el segundo.
Desde esa experiencia coinciden en que el grueso de los accidentes se debe más a fallas de índole humana que técnica. Y en el caso de los vuelos de máquinas chicas, "hay mucho piloto desordenado, que no tiene en cuenta el encadenamiento de los procedimientos a seguir en una aproximación, un desogue, etc".
"¿Que si encontramos animales en las pistas de la Patagonia? (En el último informe de la Junta de Accidentes Aéreos que dirige la Fuerza Aérea, está el caso de un piloto que en Entre Ríos se "comió" una vaca.
-Pasa, sí -dice Mastice, lo mira a De Castro y los dos se ríen y traen a cuenta "¡Aquel cordero!"..."¿Y el chancho que...?
-¡Te acordás de Jorge Ortiz, un piloto de Villa Regina compañero mío en TAN... en Valle Azul se le cruzó un caballo... se le partió el avión por detrás de la cabina y quedó con el avión mirando para arriba... a él no le pasó nada -dice Mastice y decolan las anécdotas.
-Hay para varios tomos -comenta De Castro y agrega:
- En una oportunidad yo venía a Roca no sé de dónde... solo, en un Stimson. Estaba por casarme con la que hoy es mi señora... tenía que hacer bien los deberes. La cuestión es que por Algarrobo me quedé sin combustible, me tiré a la ruta 22, un auto me llevó a Choele Choel, volví con combustible y llegué a Roca... si me demoraba, no me casaba... fue en el "52...
-Los aviones son cada vez más seguro, el problema somos los que vamos adentro -aporta Mastice y De Castro coincide, pero acota:
-La aviación tiene una contra: la fuerza de gravedad... siempre está tirando para abajo...s i a usted le pasa algo en el avión, no lo puede dominar, chau... ¡al suelo!
-Como en la tierra, en el aire pasa de todo -afirma Mastice...
-En una oportunidad me tocó llevar desde Neuquén a Buenos Aires a un tipo que estaba pirado. Volé sin copiloto en un Navajo... el tipo estaba sedado, iba un enfermero y un colado que enviaba la provincia no sé a qué. Se sentó en el lugar del copiloto. Antes de Salliqueló, el chiflado comenzó a inquietarse, el enfermero se descompuso, comenzó a vomitar... el colifa se fue para atrás y abrió la puerta del Navajo, que se abría mitad para abajo y mitad para arriba... todo se complicó por la entrada de aire... el enfermero sacó fuerzas no sé de dónde, y le metió una pichicata al tipo... lo durmió... pero yo tenía la puerta abierta... el avión era a pistón, sin presurizar, estábamos a algo más de 3.000 metros... donde el oxígeno ya es reglamentario. Yo no sabía qué hacer. Lo miré al "copiloto" que tenía y le dije: "Mire, éste es el "volante" del avión. Téngalo derecho. No lo incline. No se preocupe si el avión sube o baja. No toque los pedales" y me fui arrastrando para atrás a cerrar la puerta... ¡tenía un jabón! ¡ Me puse un cinturón, no fuese cosa de que me fuese por el tubo! El viento era ensordecedor y lo peor es que no pude cerrar la puerta... sólo atiné a levantar un poco el tramo de abajo... y bueno, retomé el timón y nos largamos en Salliqueló. Entré por una pista, cerré la puerta y salí por otra...
Interviene entonces De Castro y señala: "¡Muchachos, paremos... estamos contando lo más riesgoso que nos pasó! ¡Pero hay vuelos muy placenteros!...
-¿Qué permiten esos vuelos al piloto?- pregunta este diario.
- ¡Poner el piloto automático y gozar del panorama... leer! -dice De Castro y señala: "Cuando era más joven llevaba alguna novelita de cowboys...
-Yo soy el autor del escudo y la bandera de Neuquén... la bandera la creé volando... siempre llevo un bloquecito de papel y dibujo -acota Mastice...
Porque en el aire, como en la tierra, sucede de todo...

Carlos Torrengo

   
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