Sábado 24 de noviembre de 2001 | ||
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Cómo descifrar los sentimientos |
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Horacio Lavandera mostró su genio. |
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Una obra musical es un compendio encriptado que un verdadero médium nos descifra con, por caso, el piano. Su ejecución semeja a esas misteriosas parábolas de Jesús: ni demasiado simple que pase desapercibida ni demasiado compleja que no se entienda. El arte se sabe, no se explica. O nos conmueve o no lo hace. Es cierto que para encarar algunas es necesaria cierta preparación, pero basta con un buen entrenamiento cultural y sensitivo. Una obra de arte nos abre la puerta de la siguiente. El tango nos lleva a Borges, y Borges a Wilde, y el autor de "La importancia de llamarse Ernesto" a las cartas de amor. El encadenamiento es infinito y vaya a saber dónde concluye.
El jueves por la noche ocurrió a la inversa que en los días anteriores. La música interpretada por Horacio Lavandera creció desde la oscuridad que yace en el fondo de la sala junto a las ventanas, rumbeó entre las sillas y se reveló sobre el escenario. Lavandera nos comunicó con Chopin, Debussy y Prokofiev, y con las experiencias profundas que desencadenaron sus composiciones. Lavandera, como joven, tiene una intensa ruta hecha, pero como hombre aún deberá transcurrir por los confusos sentimientos que implica crecer y envejecer. Efectivamente, Lavandera se ha abrazado a la suculenta aunque perturbadora musa de la genialidad. El repertorio elegido sirve a las características de una personalidad que se intuye poderosa, a ratos sombría pero sobre todo abismal en lo referido a su talento. Lavandera podría convertirse en uno de los mayores genios que ha dado el mundo del piano en los 30 ó 40 años últimos. Pero ésa es la apuesta de su madurez. Luego que cumpla la mayoría de edad y se enfrente a sus propias frustraciones. Porque de frustraciones está hecha la dosis de divinidad que poseen los grandes. En la falta, en la ausencia se cuecen las habas del destino. Su técnica es sorprendente. En la línea que separa el llano del precipicio, Lavandera se divierte con los movimientos increíblemente rápidos de sus manos, le guiña el ojo a Chopin, y da cátedra acerca de la sensibilidad. Todos los paisajes le quedan bien, desde las líneas más intrincadas hasta los momentos que requieren la paciencia de un santo. Por la época que le ha tocado vivir, Lavandera es tanto una luz en el competitivo mundo de la música clásica como una estrella de connotaciones pop. El tiempo dirá qué sabores elige su boca. Claudio Andrade Foto: Lavandera demostró su excepcional técnica |
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