Domingo 17 de junio de 2001

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La lista epicúrea de la felicidad

El caso de un chico llamado Doug

 

Platón en el sillón del sicólogo

 
  No basta con saber para calmar el dolor de la existencia.
A sabiendas de esto la filosofía no se proclamó como una forma de terapia. Una parte de las verdades esenciales ya están dichas a lo largo del pensamiento de los principales filósofos de la historia. Hay un viejo y sucio dicho: "En los últimos 2000 años la filosofía se ha dedicado a hacer anotaciones al margen de Platón". Lo recuerda, muy adecuadamente para sus fines, Lou Marinoff, el autor de "Más Platón y menos Prozac" (Ediciones B). Pero se trata de una afirmación falsa que se olvida de varias mentes geniales.
Marinoff da a entender que él ha logrado algo más que anotaciones a Sócrates, Platón y Aristóteles. Un chico nuevo ha llegado al barrio y tiene una pelota. Marinoff intenta convertir el saber filosófico en una forma de medicina. Otro remedio salido, directo, de la inacabable cocina New Age.
No está mal su esfuerzo. Sería más interesante aún si no fuera por su vocación de invalidar otros saberes que en el principio formaron parte de ese universo llamado filosofía.
Marinoff y Alain de Botton, en su propia obra "Las consolaciones de la filosofía", hacen un recuento de frases alentadoras que en su momento invocaron los pensadores para sí mismos como productos anexos de reflexiones profundas.
Refiriéndose a uno de los dramas más angustiantes para el hombre de todos los tiempos, Manuel García Morente, el legendario profesor y autor de "Lecciones preliminares de filosofía", dice: "Este es el gran problema de la metafísica existencial: ¿cómo vamos a resolver el problema de la muerte? Yo no puedo, ni mucho menos, darles a ustedes una solución a ese problema de la muerte. Sólo podría quizá indicar alguna vaga consideración acerca del lugar topográfico, por donde habría que ir a buscar la solución de ese problema; y es la consideración siguiente: y es que la muerte "está en" la vida; es algo que le acontece a la vida. Por consiguiente, la muerte y la vida no constituyen dos términos homogéneos, en un mismo plano ontológico, sino que la vida está en el plano ontológico más profundo, el absoluto, el plano del ente auténtico y absoluto, mientras que la muerte que es algo que acontece a la vida, "en" la vida, está en el plano derivado de los entes particulares, de las cosas reales, de los objetos ideales y de los valores".
Este tipo de respuestas no son las que un autor vendedor como Marinoff prefiere. Por el sencillo hecho de que nos devuelve a nosotros mismos. Eso duele.
La muerte es lo que es. Saber que "no somos" cuando ella "es", no nos quita demasiado peso de encima. Acerca de cómo continuamos con nuestra vida, sabiéndolo, constituye el verdadero desafío.
La mayoría de estos conflictos esenciales -la nada, el vacío, el ser, el no ser, que existe y que no- forman parte de nuestras capas de pensamiento cotidiano pero, así planteados, nos tienen sin cuidado.
La nada es un personaje posible -hasta los religiosos se cruzan con él-, que pertrechado de una guadaña espera su turno. Y el bendito estado de conciencia tampoco nos libra de la tortura de tener que llegar a fin de mes con dignidad.
   
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