Domingo 17 de junio de 2001

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Platón en el sillón del psicólogo

 

La lista epicúrea de la felicidad

 
  Quienes oyeran los rumores debieron de quedarse perplejos al descubrir los auténticos gustos de los filósofos del placer. Nada de una grandiosa mansión. La comida era sencilla, Epicuro prefería el agua al vino y se contentaba con una comida a base de pan, verduras y olivas. "Mándame del queso envasado para que, cuando guste, pueda darme un lujo", pidió a un amigo. Tales eran los gustos de un hombre que había señalado el placer como objetivo vital.
No pretendía engañar. Su devoción por el placer era harto mayor de lo que hubiesen acertado a imaginar quienes le acusaban de celebrar orgías. Lo único que sucedía era que, tras el examen racional, había llegado a conclusiones sorprendentes sobre las auténticas fuentes de la vida placentera. Y, por fortuna para quienes careciesen de cuantiosos ingresos, todo apuntaba a que los ingredientes esenciales del placer, por muy escurridizos que fueran, no eran en absoluto caros.
1. Amistad
A su regreso a Atenas en 306 a.C., cuando contaba treinta y cinco años, se decidió por una curiosa solución doméstica. Localizó una casa grande a unos cuantos kilómetros del centro de Atenas, se instaló allí con un grupo de amigos. Se le unieron Metrodoro y su hermana, el matemático Poliano, Hermarco, Leonteo v su esposa Temista, y un comerciante llamado Idomeneo, que no tardó en casarse con la hermana de Metrodoro. Había sitio suficiente en la casa para que cada uno de los amigos tuviera sus propios aposentos y estancias comunes para las comidas y las conversaciones.
Epicuro observaba que:
De todos los medios de los que se arma la sabiduría para alcanzar la dicha en la vida, el más importante con mucho es el tesoro de la amistad. Hasta tal punto era Epicuro partidario de la buena compañía, que recomendaba hacer lo posible por no comer nunca en soledad: Debes examinar con quiénes comes y bebes antes de conocer qué vas a comer y beber, porque llenarse de carne sin un amigo es vivir la vida del león o del lobo.
La casa de Epicuro semejaba una gran familia en la que, al parecer, no había lugar para la tristeza ni para la sensación de confinamiento, sino tan sólo para la simpatía y la amabilidad.
No existimos a menos que alguien sepa de nuestra existencia; cuanto decimos carece de significado hasta que alguien lo comprende, y estar rodeados de amigos equivale a la constante confirmación de nuestra identidad; su conocimiento y su preocupación por nosotros poseen la facultad de arrancarnos de nuestra parálisis. Con sutiles comentarios, muchas veces jocosos, demuestran estar al tanto de nuestras manías y aceptarlas, con lo que se nos reconoce un lugar en el mundo. Podemos preguntarles "¿no es espantoso?" o ";sientes alguna vez que ... ?" y sentirnos comprendidos, en Itigar de toparnos por toda respuesta con un perplejo "no, no especialmente", que, aunque estemos acompañados, puede hacer que nos sintamos tan solos como exploradores polares. Los amigos de verdad no nos evalúan atendiendo a criterios mundanos; lo que les interesa es lo más íntimo de nosotros. Como padres ideales, a su amor por nosotros no le afecta nuestro aspecto ni nuestra posición en la jerarquía social, por lo que no tenemos ningún escrúpulo a la hora de vestir con ropas viejas o de confesar que este año hemos ganado poco dinero. Quizá el deseo de riquezas no debería entenderse siempre como meras ansias de vida fastuosa; tal vez pese más el deseo de sentirse apreciado y bien tratado. La razón de que persigamos la fortuna puede no ser otra que granjearnos el respeto y la atención de personas que, en otras circunstancias, nos mirarían sin vernos. Detectando nuestras necesidades fundamentales, Epicuro advertía que un puñado de auténticos amigos es capaz de dispensarnos el amor y el respeto que ni siquiera una fortuna puede reportarnos.
2. Libertad
Epicuro y sus amigos llevaron a cabo una segunda innovación radical. Con el fin de no verse obligados a trabajar para gente que no era de su agrado ni a satisfacer eventualmente caprichos humillantes se apartaron de las ocupaciones en los negocios del mundo ateniense ("hay que liberarse de la cárcel de la rutina y de la política") e instauraron lo que bien podría describirse como una comuna, aceptando un estilo de vida más simple a cambio de la independencia. Tendrían menos dinero pero jamás se verían obligados a cumplir las órdenes de odiosos superiores. Así pues, compraron un jardín próximo a su casa, un poco más allá de la vieja puerta de Dypilon, y cultivaron diversos vegetales para la cocina, probablemente bliton (col), krommyon (cebolla) y kinara (de la familia de la moderna alcachofa, cuyo fondo era comestible, pero no así sus escamas). Su dicta no era lujosa ni abundante, pero sí sabrosa y nutritiva. Como explicaba Epicuro a su amigo Meneceo, "[el sabio] de la comida no prefiere en absoluto la más abundante sino la más agradable".
La simplicidad no afectaba a la percepción que los amigos tenían de su categoría. Al distanciarse de los parámetros atenienses, habían dejado de juzgarse a sí mismos por un rasero material. No había por qué avergonzarse de la desnudez de las paredes y ningún beneficio reportaría hacer alarde del oro. Dentro de un grupo de amigos que vivían ajenos al meollo político y económico de la ciudad, nada había que demostrar en lo referido a las finanzas.
3. Reflexión
Existen pocos remedios para la ansiedad mejores que la reflexión. Al plasmar un problema por escrito o al airearlo en una conversación, dejamos que afloren sus aspectos esenciales. Y así, al conocer su naturaleza, eliminamos, si no el problema mismo, al menos las características secundarias que lo agravan: confusión, desubicación, sorpresa.
En el Jardín, conforme se iba haciendo conocida la comunidad de Epicuro, se estimulaba intensamente la reflexión. Muchos de sus amigos fueron escritores. Según Diógenes Laercio, Metrodoro escribió al menos doce libros, entre los que figurarían los desaparecidos Aparato para la sabiduría y De la enfermedad de Epicuro. En las estancias comunes de la casa de Melite y en el huerto debieron de contar con continuas oportunidades de someter asuntos a examen con personas tan inteligentes como comprensivas. A Epicuro le preocupaba en especial que tanto sus amigos como él aprendieran a analizar sus ansiedades concernientes al dinero, la muerte y lo sobrenatural. Epicuro defendía que, si pensáramos racionalmente en la mortalidad, nos daríamos cuenta de que nada hay sino olvido tras la muerte, que "lo que con su presencia no molesta sin razón alguna hace sufrir cuando se espera". Resulta absurdo alarmarse por anticipado a causa de un estado que nunca experimentaremos:
Pues no hay nada temible en el hecho de vivir para quien ha comprendido auténticamente que no acontece nada temible en el hecho de no vivir.
El análisis sereno apaciguaba el espíritu. Ahorraba a los amigos de Epicuro las furtivas vislumbres de dificultades que les habrían atormentado en el entorno irreflexivo allende el Jardín.
Desde luego, es poco probable que la riqueza pueda hacernos desdichados. Ahora bien, la clave de arco de la argumentación de Epicuro es que, si tenemos dinero sin amistad ni libertad ni vida reflexiva, nunca seremos felices de verdad. Y si gozamos de estas últimas, entonces, aun careciendo de fortuna, nunca seremos infelices. Con el fin de subrayar lo que resulta esencial para la felicidad y aquello a lo que cabe renunciar, sin grandes pesares, en caso de que se nos niegue la prosperidad a causa de la injusticia social o el desorden económico, Epicuro dividió nuestras necesidades en tres categorías: De los deseos, unos son naturales y necesarios y otros naturales y no necesarios, y otros ni naturales ni necesarios sino que resultan de una opinión sin sentido.
Por ejemplo:
Natural y necesario: amigos, libertad, reflexión, comida, ropa; Natural pero innecesario: Banquetes, sirvientes, baños privados, pescados, carne; y finalmente: Ni natural ni necesario: Poder, fama.
Crucial para los incapaces de hacer dinero o los temerosos de perderlo, la división tripartita de Epicuro sugiere que la felicidad depende de ciertos complejos atributos psicológicos, mas es relativamente independiente de los bienes materiales, más allá de los medios requeridos para hacerse con algo de ropa de abrigo, un habitáculo y algo de comida, un repertorio de prioridades diseñado Para dar que pensar a quienes equiparan la felicidad a la fructificación de grandes planes financieros y la desdicha a los ingresos modestos.
Por expresar en un gráfico la relación entre dinero y felicidad, la capacidad que el dinero posee de proporcionar felicidad ya está presente en los salarios bajos y no se incrementa en los más altos. Con mayores desembolsos no dejaremos de ser felices, pero Epicuro insiste en que no sobrepasaremos por esta vía las cotas de felicidad ya accesibles a quienes poseen ingresos limitados.
(...) A quien un poco no basta, a ése nada le basta.
(...) Ante cualquier deseo debemos formularnos la siguiente cuestión: ¿qué me sucederá si se cumple el objeto de mi deseo y qué si no se cumple?
Un método que, aunque no pervivan ejemplos al respecto, debería de haber seguido al menos cinco pasos que, sin hacerles injusticia, pueden esquematizarse en el lenguaje de un manual de instrucciones o de un libro de cocina.
1. Identifíquese un proyecto para alcanzar la felicidad. Para ser feliz en vacaciones tengo que vivir en una casa de campo.
2. Imagínese la posibilidad de que el proyecto resulte falso. Búsquense excepciones al presunto vínculo entre el objeto deseado y la felicidad. ¿Puede que, aun poseyendo el objeto deseado, no seamos felices? ¿Cabe ser feliz sin el objeto deseado?
¿Es posible que, después de gastarme el dinero en una casa de campo, no logre la felicidad?
¿Puedo ser feliz en vacaciones sin gastar tanto dinero como el que invertiría en una casa de campo?
3. Si se halla alguna excepción, entonces el objeto deseado no puede ser condición necesaria y suficiente de la felicidad.
Es posible pasar un tiempo desdichado en una casa de campo si, por ejemplo, me siento solo y sin amigos.
Puedo ser feliz en una tienda de campaña si, por ejemplo, estoy con alguien a quien quiero y siento que me aprecia.
4. Para que resulte apropiado para producir felicidad es preciso matizar el proyecto inicial dando cuenta de las excepciones.
En la medida en que pueda ser feliz en una costosa casa de campo, ello dependerá de que esté con alguien a quien quiera y sienta que me aprecia.
Puedo ser feliz sin gastar dinero en una casa de campo siempre que esté con alguien a quien quiera y sienta que me aprecia.
5. Las auténticas necesidades pueden antojarse ahora muy distintas del confuso deseo inicial.
La felicidad depende en mayor medida de la buena compañía que de la posesión de una casa de campo bien decorada.
No disipa la inquietud del alma ni origina alegría que merezca tal calificativo ni la más grande riqueza que exista.
Fragmento del libro "Las consolaciones de la filosofía" de Alain de Botton (Taurus, 2001).
   
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