Granja Familia Vega.
Quien piensa que Villa La Angostura es una localidad donde sólo los coquetos alojamientos turísticos encuentran su lugar en el cerrado bosque que, a modo de franja verde, une el lago y la montaña, comienza a cambiar de idea cuando conoce explotaciones como la de Marta y Claudio Vega..
Ellos, con su tambo y elaboración artesanal de lácteos, son unos de los pocos productores que se han animado a enfrentar los rigores del Nahuel Huapi. No sólo a eso se atrevieron, sino que después de hacer sus primeras experiencias desde 1993 con vacas Holando, se transformaron en los pioneros de la raza Jersey en la zona y desde 1996 han logrado reproducir unas 25 terneras puras y algunas cruzas, todas por inseminación artificial.
En la doble tarea de criadores y elaboradores de lácteos, han ido abriendo su propio camino a fuerza, por lo que se ve, de estudio e ingenio criollo, pero también a través de la ejemplarizadora y a veces dura vía de la prueba y el error.
La división del trabajo en el seno de la granja familiar está bastante clara: Claudio se ocupa de la producción y Marta de la comercialización, aunque también ella es la “maestra” del yogur. Radicados desde los ’70 en la zona, pueden considerarse parte de la segunda oleada de pioneros pues, llegados como un joven matrimonio capitalino, criaron desde pequeños a sus dos hijos junto al “gran lago”.
Ni uno ni otra venían de oficios o profesiones vinculados con la tierra. El, mecánico de los buenos; ella, profesora de inglés. Como quiera que fuese, su luna de miel transcurrida en la zona los marcó a fuego y regresaron para instalarse definitivamente.
Los primeros intentos de poner en marcha un tambo los encaró Claudio en 1993 con vacas Holando, mientras era administrador del predio de la Universidad de Buenos Aires, ubicado en la base del istmo de Quetrihué. Tras un tiempo desempeñando la misma labor para la Universidad de Cuyo, ya en 1996, adquirió su primera vaca Jersey, “Fantasy”, a reconocidos criadores de la especie, en La Pampa.
La raza -lo cuentan ellos mismos en un cuidado folleto que acompaña los quesos, licores y dulce de leche que venden a los turistas en el paseo de artesanos angosturense- “es la más difundida de las razas lecheras inglesas y se originó en la pequeña isla de Jersey, donde se fue desarrollando desde 1770”. Y explican que el clima riguroso de esta isla le permite adaptarse a zonas con temperaturas extremas como la nuestra y, consecuentemente, con disponibilidades forrajeras de irregular o pobre valor nutritivo. La leche que producen, por tanto, es más rica en todas sus propiedades.
La zafra, de noviembre a septiembre, les permite actualmente orillar los 7.000 litros anuales que procesan de modo artesanal, sin aditivos, en una amplia gama de manufacturas. Quesos frescos, semiduros saborizados o ahumados con madera de ciprés, ricota, crema, yogur, suero, dulce de leche, queso untable y daditos de queso en aceite de oliva son productos que salen de un pequeño cuarto de elaboración que no debe medir mucho más que tres por tres.
Pese al pequeño espacio, Claudio se ufana de que los análisis bromatológicos de la leche le dan un rango de apenas 300 bacterias por mililitro, lo cual es demostrativo de una higiene indiscutible.
Han tenido serios traspiés. Por una inseminación mal hecha murieron dos vacas y sus crías en el momento del parto y en el verano pasado tuvieron que sacrificar a otra porque se había cortado el garrón. El plantel, así reducido por ahora a dos lecheras -“Mutisia” y “Topa Topa”-, no les da la materia prima suficiente para crecer en base a la comercialización. “Hay que tener en cuenta que son animales caros” porque vienen con todos los papeles que certifican las cualidades de sus padres y que, además de la producción láctea, se destinan a la reproducción de crías de pura raza.
Claudio espera revertir esa situación cuando las dos terneritas que hoy crecen en el lote donde se halla la vivienda familiar puedan ser trasladadas a la chacra, en la parte alta de Puerto Manzano, y entrar en el circuito productivo a partir de su inseminación. Pero para eso todavía falta un tiempo.
Otra cuestión que les preocupa es la tierra. El predio de algo más de dos hectáreas que ocupan con las vacas les fue cedido por diez años, sin opción de compra, por parte de la comuna angosturense. Cumplido ese plazo, la incertidumbre pone nubes en el horizonte de los Vega, que igualmente se ilusionan con que sus hijos, ya adultos y actualmente residiendo en Neuquén capital, se sumen al emprendimiento. (Diario Río Negro 07 de septiembre de 2003).-