on un paso tranquilo, siempre de elegante camisa y corbata, Aroldo Albarracín dejó una huella imborrable -especialmente en el ámbito institucional, dado que fue presidente del Club Atlético Río Colorado durante 17 años-.
Aroldo falleció hace once años, pero sigue vivo en el corazón de la parcialidad "verde" y en el recuerdo de las instituciones amigas.
Su compañera de vida, María Adela Themthan -o "Tití", como la conoce todo el mundo-, recordó los trazos más salientes en la trayectoria de su esposo.
Aroldo nació en territorio pampeano, más precisamente en Cuchillo Co, en el seno de una familia numerosa. Sus padres Juan Antonio y Julia trajeron al mundo ocho hijos, entre ellos dos mujeres. Con el correr de los años los extraños designios de la vida lo llevaron primero a Conesa y más tarde a Río Colorado.
Desde muy chico comenzó a trabajar y muy pronto surgió como alternativa el comercio, rubro para el cual demostró condiciones de buen administrador y una capacidad innata para vender. Con una veintena de años se puso al frente de una casa de compraventa de muebles usados en plena calle San Martín de Río Colorado, lugar céntrico por excelencia.
El sitio era paso obligado de quienes salían a pasear y ocasionalmente lo hacía una jovencita que llamó la atención de Aroldo. "Tenía 14 ó 15 años y a la tardecita solía pasear por el centro. Cuando pasaba por el frente de su negocio siempre algo me decía, algún piropo que improvisaba según la ropa que llevaba o algo que se le ocurría. Me agarraba una bronca bárbara porque me caía mal que me dijera cosas, pero él sí me gustaba", cuenta entre risas "Tití".
En un casamiento que se realizó en el hotel Comercio y al cual estaban invitadas ambas familias, Aroldo la sacó a bailar y desde esa noche no se separaron nunca más.
En 1948 finalmente se casaron. Poco tiempo después Aroldo, en sociedad con sus hermanos Ernesto y "El Negro", compraron el hotel Vasconia. Allí trabajaron intensamente durante casi dos décadas. "Tití" lo recuerda muy bien, porque dividía su tiempo entre criar a sus hijos María Julia y Roberto, que demandaban atención, y la necesidad de trabajar día y noche en un rubro que lo requiere.
Años después abrieron una casa de venta de neumáticos, que se transformó en el negocio de Aroldo y que actualmente dirige su hijo.
Al mismo tiempo los hermanos Albarracín fueron adquiriendo tierras para explotar la ganadería. Ernesto compró un hotel en General Acha y se alejó de la sociedad en la que había estado durante siete años. Luego Aroldo vendió el hotel Vasconia y se quedó solamente con la venta de neumáticos.
El fútbol ocupó un lugar central en su vida. Nunca lo practicó porque cuando pudo hacerlo debía trabajar. Pero era un apasionado de ese deporte y cuando tenía el hotel solía armar equipos que se enfrentaban con otros que también representaban a comercios de la localidad.
Siempre fue hincha de Atlético porque sus amistades eran de ese club, y de a poco se fue acercando hasta integrar la comisión directiva. Merced a su personalidad y capacidad, pronto llegó a ocupar la presidencia. Y su paso por ese cargo lo convirtió en uno de los presidentes más recordados de la historia de la institución, por sus logros deportivos y las obras que se hicieron pero también por la inserción del club en la comunidad.
"Que nunca falte una pelota de fútbol para los chicos que llegan al club", solía repetir constantemente en una prédica que significaba que la entidad debía estar abierta a todos.
"Cuando nos casamos se metió de lleno en el club. Y yo lo acompañé siempre porque me gustaba lo que hacíamos juntos", prosigue "Tití". Recuerda que Aroldo le dedicaba muchas horas al club de sus amores, con constantes viajes al Alto Valle, a Buenos Aires, a Viedma... Durante su mandato, que se extendió por 17 años, se levantó el salón que está ubicado en calle Juan B. Justo y se construyó el nuevo campo de juego, además de lograr una cadena de campeonatos ganados durante siete años consecutivos. Los domingos en la casa de los Albarracín se cumplía un verdadero ritual. Un almuerzo liviano para Roberto, "El Negrito" que descollaba en el primer equipo y luego, todos a la cancha. "Era como una religión, no podíamos faltar. Íbamos donde jugaba el equipo y nos gustaba llegar temprano -dice "Tití"-. El día que perdíamos, hasta lloraba lamentando la derrota. Lo vivía con mucha pasión", recuerda.
Hoy, "Tití" pasa los días en su casa de calle Rivadavia. "Me gusta mucho ir al campo; cuando mi hijo me dice ´Mamá, después de comer vamos al campo´, enseguida preparo el mate. Yo me crié en el campo y la cabra al monte tira", cuenta mientras sonríe.
Le sobra vitalidad. Con 80 años, va al gimnasio desde hace 25, anda en bicicleta y espera la visita de sus nietos Santiago, Mariana y Diego.