Alejandro Sabella tuvo que afrontar el desafío táctico más importante, apenas nueve meses después de comenzar su tardía carrera como entrenador: cómo jugarle al Barcelona en la final del Mundial de Clubes.
Y lo resolvió con inteligencia y realismo, consciente de las diferencias entre un muy buen equipo -el suyo, Estudiantes- y uno de los mejores equipos de todos los tiempos, el Barça de Pep Guardiola.
Pero también lo hizo sabiendo que partidos son partidos y que hay que jugarlos, aunque delante estén Messi, Ibrahimovic, Xavi y todos los demás.
Estudiantes hizo lo que tenía que hacer. Y lo hizo bien. Tanto que logró su objetivo principal: desencajar al Barcelona. A fuerza de marca y despliegue físico en el mediocampo transformó a al de Guardiola en un equipo ordinario, simple, despojado de su elegancia.
Sólo un equipo lo tuvo al Barça entre las cuerdas como lo tuvo el sábado Estudiantes: el Chelsea. En semifinales de la pasada Champions League, el equipo inglés ganaba 1-0 en Londres y dejaba al Barcelona sin final pero, en el minuto 93, Andrés Iniesta logró el empate y el pase a la final. Nadie más pudo, ni antes ni después. Hasta Estudiantes, en Abu Dhabi. No es poco.
No fue excesivamente defensivo como se dijo. Atacarlo abiertamente habría sido absurdo. Y suicida. En cambio, Sabella prefirió la cautela. Formó una defensa de tres (Cellay-Desábato-Ré), más dos laterales (Clemente Rodríguez y Juan Manuel Díaz). Delante de todos ellos: Braña, Leandro Benítez y Verón. Más arriba, Enzo Pérez. Y un poco más arriba todavía: Mauro Boselli. Y a marcar. .
El Barcelona nunca jugó cómodo. Asedió al Pincha, sí, sobre todo después del segundo tiempo. Pero a no olvidar: la última pelota del partido, en el minuto 120, fue para Estudiantes, y casi fue gol.
El triunfo del blaugrana no se discute. Hasta resulta obvio. Pero el hecho que haya estado a dos minutos de la derrota habla muy bien del partido que le planteó Estudiantes.