Los seleccionados argentinos estuvieron en la mira durante la semana que se fue. Ya en el pasado, al menos en lo estrictamente temporal, quedaron la frustración del Sub 20, que se volvió de Venezuela sin pasaporte mundialista, algo inédito en los últimos 32 años, y la victoria de un combinado mayor que por momentos jugó bien, pero todavía es un cúmulo de excelentes individualidades que no consigue cuajar en equipo.
La historia hablará de que el 11 de febrero de 2009, durante el tórrido verano argentino y el helado invierno francés, dos potencias se unieron con la camiseta albiceleste: Diego Maradona y quien es apuntado como su heredero, Lionel Messi, autor del segundo para el 2-0 en Marsella.
Pero en el fondo hay muchas cuestiones para tratar. Porque sólo el futuro dirá qué tan relevantes fueron las críticas que dispararon, en diferentes puntos del mundo, Maradona y Sergio Batista.
Apuntando al cuerpo dirigencial, el técnico de la mayor alertó con sus típicas frases variopintas acerca de sus problemas para trabajar cómodo: "Llegué a la selección argentina pensando que era la prioridad y te meten un partido a las 19:30 en Jujuy para que Riquelme y Battaglia no lleguen, cuando el partido con Francia se sabía desde hace tres años y medio que se jugaba, es una cosa increíble. Estamos muy mal, pero esto es un mal argentino"; "yo creía que llegar a la selección era como que te daban todo, pero pedís ropa y te dan la de Suecia, pedís un jugador y te ponen un partido en Cochabamba a las 8 de la noche y el avión sale 8:30"; "a nivel dirigencial todo lo que pasó fue cero. ¿Qué les cambia a los jujeños que Boca juegue el sábado a la tarde? Absolutamente nada... No me jodan, a alguien se le escapó la tortuga, parece hecho a propósito", disparó el "10" antes del choque con Francia.
Maradona es una de las personalidades más influyentes del fútbol, pero así y todo deberá soportar los mismos embates internos que provocaron las renuncias de sus antecesores Marcelo Bielsa, José Pekerman y Alfio Basile. La única diferencia, al menos hasta aquí, es que con Diego Armando todo el mundo es complaciente públicamente.
El estruendoso tropezón del sub 20 posiblemente sea la primera pieza de un dominó que, lentamente, comenzará a derrumbarse. Lejos de hacer leña del árbol caído, aquí se apuntó en su momento que era un error descabezar una conducción de juveniles que hizo de la dignidad, el trabajo y el conocimiento, el humus para hacer florecer un éxito detrás del otro. Julio Grondona, y su cada vez más influyente hijo Humberto, vieron el negocio detrás de la mentada "Generación del '86", y corrieron detrás de él.
Sin Pekerman a la vista, la maniobra se motorizó en octubre de 2007 con el injustificado despido de Miguel Ángel Tojo, en ese momento a cargo del sub 17 y con la expresa tarea de ahuyentar a cualquier oportunista que se acercara al predio de Ezeiza. Hugo Tocalli entendió que se venían otros tiempos y también puso su renuncia arriba de la mesa. El rápido aterrizaje de Batista dejó al descubierto la operación, y las inertes excusas no alcanzaron para desviar la atención.
Como si fuese un club familiar, la "Generación del '86" ingresó por la puerta grande subida al eslogan de que había que recuperar la mística. Pero, al menos en las selecciones juveniles, no se entendió que no se trata de cuestiones metafísica, si no de expertos que vivan para los pibes. Batista también habló de "prioridades", pero apuntó a los dirigidos, su poco compromiso y su falta de actitud. Obvió decir, por ejemplo, que poco sabía de algunos jugadores: "Con Pastore no se, no lo vi mucho, tiene pocos partidos en primera", derrapó en Venezuela, cuando su equipo caminaba por la cornisa y los periodistas le tiraban un salvavidas al recordarle que le habían negado a Piatti, Di Santo, y el muchachito de Huracán. (S.B.)