Era humilde, mínimo, pero su ojo entrenadísimo le descubrió todo su potencial. A Martín le dan cuatro paredes anodinas y las transforma en una casita maravillosa. Esto es lo que hizo con esta casucha con la ayuda de Mauricio -albañil, carpintero, pintor-. Es su mano derecha. El que interpreta, adivina, remodela, decodifica y hasta sugiere. Misma frecuencia. Pensó en un momento en contratar un arquitecto. Pero no, le proponían cambios con presupuestos altos. Esta no es la gracia, pensaba. Acá quería destinarle poco dinero. Hacerla vivible, graciosa, original, con más ideas que dinero. Ese era el gran desafío. Y lo logró.
La casita originalmente era mínima, una pieza, un baño y cocina. Después un ahumadero ubicado en un cuarto externo. Y magnífica parra y árboles de ciruelos. Todo había sido hecho a mano, ladrillo por ladrillo, brochazos de pintura, por sus anteriores dueños. El nuevo rancho, que aumentó su superficie, quedó primoroso. Con mínima intervención, claro. Armaron una galería donde come con su mujer Guadalupe Villar (también diseñadora de ropa femenina), hijos, amigos, bajo la sombra placentera de la parra. Tiene un camastro también al reparo del sol, donde se pueden echar a dormir largas siestas cuando el sol castiga. Hasta se compró en Montevideo una mini-piscina de plástico que colocó al frente de la casa. Para darse chapuzones, cuenta. El interior es graciosísimo. Inventó un dormitorio principal y la cama es un colchón armado sobre una base de troncos blanqueados.
El estar es más grande, en forma de ele, con dos camastros también de troncos, una chimenea que inventaron, muebles y objetos que encontraron en la calle y otros que vienen de su casa de playa y del departamento de Buenos Aires. Pequeñas piezas que aquí encontraron su lugar en el mundo. La compra mayor fue la del bote, que parece encallado en el techo. Y puertas viejas que transformaron con pinceladas de pintura de colores. La cocina es un cuarto modesto pero con todos los artefactos necesarios para cocinar. El baño también fue aggiornado y le sumaron ducha y bidé. Los pisos son de cemento, pero no alisado, sino rústico, de obra. La electricidad corre por caños externos. La paleta elegida (sus colores favoritos, la bandera de Francia) es la que termina de armar el espacio. Puertas pintadas de rojos, paredes con toques de azul, turquesa y blanco. Los techos son de paja pintados con soplete blanco.
El resultado no puede ser más gracioso.
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