"El impacto de los diarios en sus primeras tres o cuatro décadas -desde el ´Daily News´ de 1919- es algo que podemos imaginar con mucha dificultad", dice Luc Sante llamando la atención sobre la falta de competencia que en los Estados Unidos (como en Argentina) los diarios populares enfrentaban para definir los términos simbólicos del crimen. Buenos Aires tenía una añeja tradición en este género.
Aunque su historia es todavía mal conocida, sabemos que se remontaba al menos al diario ´Tribuna´ y que en la década de 1870 continuó en la ´Revista Criminal", analizada por Máximo Sozzo en este libro. A partir del cambio del siglo, los principales diarios desarrollan una crónica del homicidio modelada sobre los grandes casos cubiertos por la prensa francesa, reproducidos gracias a la introducción del telégrafo.
Verdadera moda periodística, esa crónica combinó fuerte influencia de la literatura naturalista y préstamos abundantes (si no ortodoxos) de la terminología medicalizada de la criminología positivista (he analizado la crónica finisecular del crimen en ´Apenas un delincuente. Crimen, castigo y cultura en la Argentina. 1880-1955´; Edt. Siglo XXI). En la década de 1920, la espectacularización de la noticia del crimen adquirió dimensiones diferentes. ´La Nación´ y ´La Prensa´ fueron pioneros de la nota roja finisecular. Cedieron la cobertura estelar de estas noticias a nuevos diarios populares: ´La Razón´, ´Última Hora´ y muy especialmente ´Crítica´, que haría de su show de la truculenta y el melodrama una imagen de marca. La historia del crimen también se desarrolló en los nuevos magazines ilustrados: el más importante, ´Caras y Caretas´, le reservó un lugar a lo largo de toda su historia de cuatro décadas, que se inició en 1898.
Como comprobaron rápidamente los editores, el gran potencial de entretenimiento de las historias de delitos se multiplicaba cuando incluían imágenes, esas fotografías ruidosas y chocantes separadas de los hechos por unas pocas horas. Su modelo era el gran tabloide estadounidense, cuyos fotógrafos recorrían la ciudad buscando el ´plato del día´. Joseph Pulitzer, dueño del archipopular ´New York Wordl´ y pionero en la expansión de la penny press de principios de siglo, aseguraba que las fotos eran lo que permitía lograr el objetivo de su diario: hablar a la nación en lugar de a un selecto comité. Más y más competitivos, algunos de estos fotógrafos alcanzaron cierta mezclada celebridad. El más famoso fue Arthur Fellig (´Weegee´), el primero en obtener un permiso para poseer una conexión a la radio policial que le permitió jactarse muchas veces de llegar a la escena del crimen antes que nadie, hasta las últimas consecuencias, la obsesión por estar en el lugar indicado en el momento indicado. Su fantasía última era lograr fotografías del crimen mismo. ´Algún día voy a seguir a uno de estos sujetos de sombrero gris perla con mi cámara preparada y voy a obtener la imagen del asesinato´, advertía en su autocelebrado libro ´Naked City´. Tal era también la fantasía de sus colegas de oficio, incluidos los que en Buenos Aires hacían malabares para lograr acceso a las imágenes del delito".
(Lila Caimari en "Suceso de cinematográficos aspectos. Secuestro y espectáculo en el Buenos Aires de los años treinta". Esta investigación forma parte de "La ley de los profanos. Delito, justicia y cultura en Buenos Aires (1870-1940), del cual es compiladora; Edt. Universidad de San Andrés y Fondo de Cultura Económica, Bs. As. 2007).