Es una especie de eslabón último, último, de la larga carrera que corre una fruta desde que sale del árbol hasta que llega a manos de quien la va a saborear.
Alcides es algo así como el nexo entre una manzana y la realidad. Una realidad que no conoce ni de producción, ni de chacareros, ni de precios bajos? Ni de "rentabilidad" que muchos no ven, ni de contratos que no se cumplen. Menos de cortes de ruta. Nada de eso.
Alcides es, apenas, un jubilado al que la "mínima" no le alcanza para vivir y encontró -o tuvo que encontrar- en el noble fruto que mueve gran parte de la economía de una provincia, una alternativa para no tener que seguir ajustando el cinto al máximo.
Y como él, tantos.
Sentado en un cajoncito de manzanas, a veces acurrucado, a la intemperie, otras escapándose del sol abrumador, se lo puede ver cada día y hasta la noche, en la zona del canalito de Roca. Con su pelo blanco, sus ojos claros y una gorra que apenas deja ver parte de su rostro. Siempre corriendo de un lado para el otro con las bolsitas de manzanas. Rojas y verdes. "Están muy lindas señora. Son del frío", recomienda a una mujer, que mira y mira para llevarse la mejor bolsita.
Desde hace meses, prácticamente "vive" en esa esquina. Y pocos saben que pasa casi 12 horas diarias allí, solo, y sentado en "un cajoncito parado" hasta que puede sacar, con suerte, "por lo menos 20 ó 25 pesos", cuenta, de buen humor y voluntarioso, con el monumento a Sarmiento como fondo. "A veces hasta vendo 30 bolsitas", comenta contento.
"Me metí en algunas cuentas de más, ahora que dan tantos créditos a los jubilados y bueno? estoy hasta el cogote", agrega, sin perder la sonrisa.
Alcides ahora es "vendedor de manzanas" -dice que un hombre todos los días le entrega fruta para que la venda- pero antes fue "de todo". Panadero, tintorero, vendedor de quiniela y más. Tiene 67 años. Nació en Lamarque pero desde hace 53 años "es roquense".
Su "puestito" al igual que el de tantos otros, por lo general hombres, ya se ha convertido en una postal en algunas calles de la ciudad. Ofrecen las bolsitas a pocos pesos y subsisten. Cada uno, con su historia a cuestas.
"Alcanza. Qué puedo decir. Algo tenía que hacer, estaba pensando en otras cosas y me salió esto", cuenta Alcides. "Y no me puedo quejar".
Hay días en que se levanta temprano y llega a las 8 y media a "su esquina" y allí pasa horas larguísimas. Con frío, con calor. "Me quedo, para qué me voy a volver, paso acá toda la mañana, toda la tarde y a última hora me voy a casa".
"¿Lo que más pasé acá? Y? doce horas más o menos", piensa, sin quejarse. "Vale la pena", insiste, y se aleja. Otra mujer cruzó la calle y mira unas manzanas rojas, que tientan desde dentro de una bolsa. "Están muy lindas, señora. Mire, mire. Son del frío".