PUERTO PRÍNCIPE (DPA) - Unos niños jugando desganados con una deshinchada pelota es todo lo que recuerda que el estadio Silvio Catore de Puerto Príncipe fue en algún tiempo el centro de los sueños de un país que se desvivía por el fútbol.
El terremoto, como tanto en el Haití abrumado por la catástrofe, lo cambió todo. Sobre la hierba artificial donde entrenaba la selección nacional, muchos de cuyos miembros también fallecieron a causa del sismo, se erigen ahora improvisadas tiendas de campaña en las que se refugian familias que lo han perdido todo.
Incluso las porterías, hacia las que se dirigían todas las ansiosas miradas en espera de un gol en tiempos mejores, constituyen ahora un refugio frente al intenso calor del día y el frío que ataca en la noche.
Cuentan los "vecinos" que huyeron hasta el estadio, ubicado en el centro de la ciudad, porque al menos les daba una cierta seguridad al estar a cielo abierto, aterrados como estaban ante un nuevo derrumbe como el que se llevó todas sus cosas y tantas vidas.
Pero la precaria seguridad inicial ha dado paso a la desesperación.
Ha pasado ya más de una semana y, salvo un equipo de médicos voluntarios que instalaron una modesta clínica a un costado del estadio, nadie, aseguran, vino a ofrecerles ayuda. Y aunque están agradecidos por la asistencia médica, son muchas más las urgencias que los apremian.
"La gente aquí necesita comida, agua, tiendas, retretes portátiles", recita uno de ellos. "Tenemos algunas medicinas, pero también tenemos que comer. En estos momentos, vivimos día a día para morir al final", lamenta.
"Por favor, cuenten que necesitamos ayuda", piden con la mirada desesperada. Los helicópteros que sobrevuelan el estado constituyen un triste recordatorio de que la ayuda está tan cerca, pero a la par tan lejos, tan inalcanzable para decenas de miles de haitianos a los que todavía no les han llegado los ansiados suministros.
No es una historia única, es la misma en todas partes. "Help, aide, ayuda", innumerables carteles señalan desesperados los recovecos en los que se han instalado pequeños o grandes campamentos por toda la ciudad. Ya no saben en qué idioma pedirlo.
Los habitantes del estadio tienen la suerte de que, hasta el momento, no están tan hacinados como en otros campamentos donde, tras días de estrecheces, el olor a orín y a basura lo inunda todo.
Y sus gradas les ofrecen un pequeño espacio de privacidad. No tienen que lavarse en plena calle, a la vista de todos, mezclados niños, hombres y mujeres a los que se les ha arrebatado hasta el sentido del pudor.
Pero un nuevo temor los acecha. El campamento es un hervidero de rumores, dicen que van a ser evacuados porque los militares estadounidenses necesitan el lugar para aterrizar sus helicópteros.
¿Dónde irán en ese caso? Nadie tiene una respuesta. Puerto Príncipe es una ciudad reducida a escombros donde el mínimo espacio abierto ya fue ocupado por improvisados refugios.
La capital haitiana se ha convertido en un sálvese quien pueda donde cada cual lucha por su supervivencia. Los habitantes del estadio saben que, como el fútbol, pueden acabar olvidados.