La balsa se desliza a 7 km/h impulsada por la corriente. El caudal de unos 1.100 metros cúbicos por segundo tiene la suficiente potencia como para garantizar una navegación veloz. Eso ocurre cuando las represas ubicadas aguas arriba abren sus vertederos para descomprimir, como en esta cálida mañana de diciembre. Cuando rema Sebastián Rivanera, el guía de Sendas Patagónicas, la velocidad promedio alcanza los 12 km/h con un máximo de 18 km/h en una correntada, de acuerdo con el GPS.
El punto de partida es Isla Jordán apenas unos minutos antes, a las 7.40. Es un día soleado y conviene usar gorra y protector además del chaleco salvavidas. Los otros dos tripulantes de la balsa doble proa tipo rafting son una fotógrafa y un cronista, sentados en sillas giratorias elevadas preparadas para pescadores en ambos extremos.
La belleza agreste del río Negro y su entorno emerge en todo su esplendor. Olivillos, sauces y chacras sobre la margen norte; álamos, bardas, cañadones y acantilados sobre la margen sur. Verde a la izquierda, aridez detrás de la primera fila de árboles a la derecha. En las barrancas, halcones peregrinos y colorados otean el panorama, mientras un grupo de garzas blancas cruza de orilla y un carancho arrebata una gallareta a una garza mora, de mayor porte pero vuelo lento. Dicen que su graznido asusta hasta al más valiente, pero no es el caso del ave rapaz que se aleja con su presa entre las garras.
En pequeños recodos se forman bahías o lagunas de aguas calmas ideales para el avistaje de aves y la pesca. La balsa entra en una de ellas y las gallaretas huyen: carretean con estruendo antes de elevarse un par de metros, todo lo que pueden, mientras una bandada de cuervillos de cañada de pico curvo vuela en formación y cisnes de cuello negro, flamencos y gansos salvajes blancos buscan alimento en el agua. Un grupo de patos overos se desplaza hacia un sitio sin intrusos detrás de las cortaderas.
Observar a las aves en su hábitat natural es una de las grandes atracciones del paseo, pero no la única. Además de la flotada, el kayak, las canoas o la navegación a motor en un paisaje deslumbrante, la pesca convoca a muchos que prueban suerte desde la orilla, embarcados o de vadeo. Se pueden capturar 2 truchas arco iris, 3 percas, 10 pejerreyes. No hay límite para las carpas. Aunque en el Valle aún son vistas como una plaga, en España y México gozan del mismo prestigio que las truchas aquí y generan un gran movimiento comercial.
Pese a que hay lugares más apropiados que otros (ver infografía), todo el río es una tentación para quienes disfrutan de la actividad. Para el guía Sebastián el tramo Cipolletti-Allen es mejor para el avistaje y el de Allen-Paso Córdoba para la pesca. Lo dice poco antes de que una trucha arco iris salte para atrapar alimento, mientras un grupo de garcitas se posan sobre los sauces y un macá de pico grueso se sumerja lento como un submarino en un ambiente que sería idílico sin esa botella de lavandina que avanza río abajo apenas unos metros a la izquierda. El amarillo del plástico contrasta con el verde del agua.
Sería mejor que nadie tirara basura al río y que las ciudades procesaran por completo sus efluentes cloacales antes de arrojarlos. Parece una obviedad, pero no lo es, porque es lo que ocurre. Por eso Rivanera y su colega Nicolás Pugni organizan una flotada con los intendentes del área: "La idea es que naveguen y observen las consecuencias de la contaminación y el gran potencial turístico de la zona. Es un río hermoso y cerca de él viven casi un millón de personas. Tenemos que cuidarlo y disfrutarlo", afirman. Y enseguida cuentan que visitantes de otras regiones del país y del exterior se asombran con lo que ven. "Este río es único, sólo se ve en la Patagonia", les dijo, por ejemplo, un turista español.
A la altura de Allen la barda cae abrupta sobre el río y en los acantilados hay aves rapaces. La recorrida sigue y pronto se divisa sobre la margen norte una estructura gigantesca cubierta con una sombra, el aviario de Bubalco. La balsa pasa frente al Zoo poblado con especies autóctonas y exóticas: decenas de chicos recorren esa novedosa propuesta pedagógica, científica y turística. Algunos saludan desde la orilla.
Un km más adelante, el lugar para almorzar es fácil de resolver: basta con acercar la balsa a la orilla. Mejor no pisar descalzo la chapita de cerveza que alguien arrojó justo ahí. De allí hasta Paso Córdoba se repite el hermoso espectáculo de recodos, remansos y aves de todo el trayecto, aunque el rojo de las bardas agrega un matiz inolvidable.
Casi nueve horas y 38 km después de iniciada la travesía la balsa arriba al Náutico de Roca.
Paso Córdoba-Regina
El segundo tramo se inicia en el renovado Náutico a bordo de la balsa de los guías Julio De Florián y Juan Carlos Pilipiw, de Flotadas Nontue Patagonia, con remos en el centro y sillas giratorias adelante y atrás.
El río está alto, la corriente es fuerte y la navegación es rápida: 12 km/h de promedio cuando los guías reman: se alternan y bromean acerca de quién es más veloz. El paisaje sigue siendo verde a la izquierda y árido a la derecha, con el deslumbrante Valle de la Luna Amarillo que atrae a locales y visitantes con sus bardas, fósiles y cañadones.
Aquí también el nivel del cauce tapa las correderas donde se apostan los pescadores, sectores de poca profundidad y brusca circulación de agua donde las codiciadas truchas suelen buscar alimento.
-Con el río bajo aparecen los pedreros. Bajás, caminás, probás y seguís -dice Juan Carlos. Ambos alientan la pesca con devolución y suelen hacer este viaje en dos días acampando a la vera del río para poder detenerse en cada lugar que lo merezca.
Es un escenario de minideltas, brazos e islas. La primera divisoria es un brazo que se desprende en la margen norte hacia el balneario Apycar. La presión de la corriente se hace sentir más sobre la margen sur: hay alambrados derrumbados y cientos de árboles que cayeron y quedaron estancados o se mueven río abajo. Hay que eludirlos con cuidado y tener en cuenta que una profundidad de siete metros puede ser de apenas 30 centímetros poco más adelante.
-Unos meses atrás aquello era un bracito -dice Juan y señala un brazo de unos 10 metros de ancho. Es que la potencia del agua genera nuevos recorridos que envejecen al instante las fotos satelitales de Google. Es lo que ocurre, por ejemplo, en el balneario de Huergo: allí el caudal se hizo más ancho y socavó la margen izquierda, lo que obligó a poner piedras como defensa. El balneario incorporó un tobogán acuático que suma a su atractiva oferta para los vecinos.
Remansos, recodos, lagunas, las bardas que se acercan y se alejan, pedreros y correderas son parte del recorrido que sigue y que Julio y Juan Carlos relatan y muestran en cada exposición. Y aunque todavía deben explicar que el río Negro no es negro sino verde y todo lo que se puede hacer aquí, se alegran de que cada vez más gente lo disfrute.
-Admiran la belleza del paisaje, las aves. Algunos hasta dicen que si no pescan no importa... Los extranjeros, además, se sorprenden de recorrer kilómetros y kilómetros sin ver a nadie, como que se asustan un poco, hasta que se acostumbran, se relajan. Y disfrutan -cuenta Julio.
La recorrida insume 10 horas y 57 kilómetros para terminar en el balneario de Regina. Fueron, en total, 95 kilómetros de travesía por un paraíso que podemos disfrutar y que debemos cuidar.
Javier Avena
javena@rionegro.com.ar