Hace ya un largo tiempo que Charly García trata de alcanzar al escurridísimo fantasma de quien una vez él mismo fue. Incluso esta nueva etapa, en la que se lo ve robusto y alejado de la cocaína, no parece sino un atajo hacia un lugar en el cual ya estuvo, brilló y colapsó. Charly García siempre querrá ser, desde hoy y hasta el día de su muerte, Charly García.
Y Charly es, o lo fue, colérico, impredecible, tempestuoso, brillante aun en el caos, visceral y profético. Charly sabe que su más reciente versión, sedada, pausterizada, no representa su espíritu creativo, no le hace honor al nombre que supo ganarse a costa de discos que quedarán en la historia de la música. No proyecta su antiguo fuego interior.
Como una suerte de Diego Maradona en los estertores de su carrera, Charly insiste en regresar, en forma, más fuerte, rejuvenecido por la terapia y las Flores de Bach. Como Joaquín Sabina ha sobrevivido al precio de volverse saludable. Aunque bajo esta idea profiláctica debe subyacer la de delirarse una vez más.
No hace falta un redoble de tambores, no hay suspenso acerca de lo que ocurrirá con el artista. Charly nunca será el que conocimos en sus días más agudos. Hace mucho que no lo es. A su pesar y el de sus fanáticos, no hay posibilidad de volver el reloj atrás para encontrar las perlas perdidas de su genialidad.
Este no resignarse al paso del tiempo, este no claudicar a la práctica del espíritu salvaje, no hace más que taladrar las posibilidades compositivas del viejo Charly.
¿Cuánto hace que Charly cayó en una espiral de locura que por poco se lo lleva de este mundo? Pues nada. Sin embargo, Charly insiste en refrescar la voz y salir de gira lo antes posible. ¿Algo nuevo en el tintero? No, no realmente; apenas un tema.
García no dejó espacio para la introspección. No se permitió a sí mismo mudar de piel. Y la prueba de todo esto es que está en el ruedo, otra vez, como todo un Rolling Stone. En cuando a conducta, Charly no es un Leonard Cohen sino un Keith Richards, un Ron Wood fugado con una joven que acaba de dejar la adolescencia (de hecho la asistente de Charly debe andar por los 20).
García persevera en ser García. Tarde o temprano, bajo esta misma lógica Charly vivirá su paroxismo y su eclipse.
Hay un Charly posible o al menos opcional, uno que marcha a la montaña o al mar y deja el personaje de lado para dedicarse a producir arte. Sólo música. Lejos de las groupies, de los amigos del alma, de las conexiones on-line y de las tapas de las revistas. Uno que va hacia lo profundo sin naufragar.
Pero hay demasiados negocios alrededor suyo. Demasiados intereses que benefician a un contingente no menor de artistas y mercaderes de variada gama. García lo sabe y los soporta, o los incluye en su ser. Después de todo, él firma el cheque. Él paga los platos rotos. No hace más que aceptar su karma: vivir al sur y ser un rockstar.