| Este nuevo aniversario encuentra en Roca una ciudad ordenada, limpia, tranquila, sin mayores sobresaltos que los propios de la vorágine de su crecimiento, comunes a la mayoría de los municipios vecinos. Pero cuarenta años atrás la calidad de vida era otra. El peligro desde los orígenes mismos de la ciudad
La historia es conocida, pero vale la pena refrescarla. Dicen que, apurando su tazón de mate cocido, una fría mañana de invierno el padre Alejandro Stefenelli discute con vehemencia con el coronel Rohde -jefe de la guarnición militar- sobre la reedificación del pueblo arrasado por la crecida del río Negro del 19 julio de 1899: “¡Llévelo nomás al pueblo a donde usted quiere. Las avenidas de las bardas se lo van a arrasar!” A su alrededor todo era desolación y ruina, pero el espíritu de los soldados y los colonos del pueblito incipiente se mantenía firme y animado. Habían venido al desierto a cumplir una misión con sentido de futuro, y la reconstrucción del pueblo era una firme decisión. Habían logrado hasta entonces una comunidad organizada, aun en medio de sus penurias y escaceses. Ya tenía muchos edificios, algunos de reciente construcción como la Comandancia, casas de comercio, sus casas de adobe, colegio y una incipiente colonia pastoril. Con la mayor diligencia, poco más de dos meses después, el 25 de setiembre de 1899 el Poder Ejecutivo nacional aprobó oficialmente el emplazamiento del “pueblo nuevo”. Los inundados de 1899 se empeñaron en construir desde entonces una población que marchase a la vanguardia del progreso patagónico, esta Roca que hoy disfrutamos. Imaginemos a ese puñado de náufragos, ciento diez años atrás, con lo puesto y ubicados sobre los enormes medanales en la que descansa la meseta agreste : ¡ni cerca ni lejos del río traicionero! El pronóstico del cura tuvo una lamentable confirmación durante más de medio siglo: el nuevo caserío se alejó del río por temor a la inundación, y se reedificó en medio del torrente que descarga las avenidas del río seco de la planicie Norte de la ciudad. Esa admonición indica que ya en 1899 se conocía su existencia, al pie de cuyo “cono de deyección” de todos los torrentes del Valle del Río Negro Superior fue emplazado peligrosamente el pueblo nuevo de General Roca, al pie del gran zanjón.
Crónica de los desastres anunciados
Esta nota, reconstruida través de la valiosa información que brinda el archivo histórico de este diario y de testimonios de viejos vecinos y recuerdos propios de una infancia lejana, pretende ser un relato para las nuevas generaciones y para los nuevos vecinos que Roca acogió y que hoy transitan tranquilamente por las calles céntricas de la ciudad aun cuando haya un cielo amenazante o lluvias copiosas. También un recordatorio nostalgioso para los que nacimos y nos criamos en este pueblo conviviendo con los aluviones. Y de cómo tras muchos años de desazón y de muchas movilizaciones vecinales estériles ante cada evento (más de 23 desastres con consecuencias muy graves desde el nacimiento del “pueblo nuevo”), se pudo lograr en 1969 la terminación de las obras de defensa. También la prédica de este casi centenario diario fue constante desde su misma fundación en 1912, a través de numerosos editoriales. Y sobre todo cuando la desaparecida Intendencia de Riego persistió en proteger el Canal Grande a expensas de la seguridad del vecindario, realizando un acueducto frente a calle Maipú por donde se canalizaban las aguas de la planicie, convirtiendo en un lamentable lodazal a la ciudad aun cuando caían unas pocas gotas. Desde la propia fundación del “pueblo nuevo” hasta fines de la década del sesenta fue mucha la angustia y la zozobra cada vez que el cielo se presentaba ennegrecido por nubes amenazantes y truenos roncos que presagiaban lo peor. Y cuando empezaba a sonar la sirena de los Bomberos Voluntarios (cuerpo creado en 1949), una tras otra hasta cinco toques, había que rezar y esperar que los daños “esta vez” fueran menores que la última: cinco sirenas era ¡aluvión, viene la creciente! La gente corría a refugiarse a su casa lo más rápido posible, a poner bolsas de arena a la entrada o compuertas- que ya formaban parte de los enseres del galpón a la espera de su próximo uso-; a acopiar alimentos, velas, a retirar los chicos de la escuela o a retirarse del trabajo, a bajar las persianas de los comercios. Algunas veces era una falsa alarma, pero bien valía la pena el resguardo. A lo mejor no llovía en el pueblo, y ese era el peor miedo, que estuviera lloviendo arriba, en la barda norte. El carácter sorpresivo era la mejor definición del fenómeno. Y tras la lluvia calurienta y pegajosa venía con todo su furor el aluvión de la planicie, así, sin avisar. Bajaba por calle Maipú, que se tornaba en una avenida barrosa de piedras, cardos rusos, enseres de viviendas arrasadas, mugre, y se desdoblaba por Nueve de Julio y todas las calles paralelas y transversales, Don Bosco, Santa Cruz, cruzando a veces las vías cayendo como catarata hacia el sur del pueblo en los más trágicos. La ciudad quedaba cubierta con más de un metro de arena en las calles, en las veredas, en los patios y en las habitaciones. En los peores aluviones, decenas de viviendas precarias quedaban derruidas a su paso, puentes y canales de desagüe rotos, basura, autos dados vuelta por la furia del barro, cañerías partidas, postes de luz caídos, la mercadería de los comercios arruinada si tenían sótano. Plantaciones arruinadas en las chacras afectadas. Y muchas vidas humanas. Las fotografías del archivo de este diario son el mejor documento. Cada aluvión era un advertencia aleccionadora y un nuevo motivo para recordar con explicable amargura que todos los gobiernos, desde los comienzos mismos del pueblo, no habían podido hacer nada definitivo que conjurara ese peligro. Peligro que se cernía sobre la vida y los bienes de los roquenses. Las pérdidas eran millonarias. Y luego lo de siempre: colectas solidarias para ayudar a los evacuados que se quedaron sin nada , donaciones, festivales, la limpieza del pueblo - llevaba semanas remover tantas toneladas de arena- graves peligros sanitarios porque cedían las cámaras y los pozos ciegos. Y tras ello, nuevos o reflotados estudios técnicos impecables, proyectos y más cálculos sin ulterioridad práctica, archivados en algún cajón de la burocracia estatal por falta de partidas presupuestarias. Entre ellos el de 1950 realizado por Agua y Energía (incluido en el primer Plan Quinquenal del Justicialismo, ver aparte “La gaffe del presidente Perón ...”); el de la primera gestión entre 1956 y 1957 del Comisionado Municipal ingeniero Próspero Saint Martin; el valioso informe en 1958 del ngeniero de montes español García Nájera, de la FAO, a pedido del gobierno nacional; el estudio que hizo el ingeniero Honorio Cozzi en 1960 por encargo del entonces presidente del Consejo Municipal José Enrique Gadano, el del ing. Maulini.También por ese interín se pavimentaron las calles “canales” Maipú y Nueve de Julio, obras que formaban parte del proyecto principal, que palió sustancialmente el problema pero no la solución de fondo. Todo era “esperar contra toda esperanza”, como tituló este diario un editorial en 1958.
Los gobiernos municipales poco podían hacer para encontrar la solución de fondo. Era mucho dinero que se necesitaba y mucho lo que se gastaba en poner al pueblo otra vez de pie ante cada tormenta. Los gobiernos provinciales y nacionales tampoco. Y eso que Roca contribuía con muchos millones al fisco por su vigorosa actividad económica.
Todo se diluía en promesas: inmediatamente del aluvión se formaban comisiones Pro Obras de Defensa que a la postre no lograban nada. Los telegramas de reclamo iban y venían a Viedma y Buenos Aires. Las visitas gubernamentales y los camiones con víveres para los damnificados. Y así hasta el aluvión siguiente. Todo era calcado una y otra vez.
La movilización vecinal de 1966 apuró las obras
Una breve reseña cronológica permite palpar los ánimos de los vecinos una vez más para ver cómo se desencadenaron los hechos. El aluvión del 7 de noviembre del año 1965 había causado innumerables daños materiales. Como siempre, desde el municipio se formó una comisión que realizaría gestiones directas ante AyE en Buenos Aires, vía el senador roquense José Enrique Gadano, y en diciembre dio un informe final: se construiría una presa frontal de tierra en el curso del Zanjón Roca, a 4 km aguas arriba de la población, que cerraría la cuenca superior . Parecía otra promesa. Cuatro meses después, las fuertes lluvias de ese marzo de 1966 causaban preocupación. Pero la del martes 29 produjo la catástrofe nuevamente, y esta vez fue más grave que nunca. Había que hacer algo de inmediato. Los roquenses, muy conmovidos por la muerte de algunos de sus vecinos, dejaron de pensar en la Fiesta de la Manzana que estaban organizando (y que a la postre se realizó a fin de mayo) y se autoconvocaron al día siguiente mientras la ciudad seguía paralizada: asueto administrativo, una semana sin clases, bancos y comercios cerrados. En ese momento estaba Fabián Sour en la comuna como vicepresidente a cargo, por cuestiones fortuitas. Sucedió que el 12 de setiembre del año anterior, 1965, se habían realizado elecciones municipales y el agrimensor Alberto Lorenzo Gadano, de la UCRP, había resultado electo presidente del Concejo municipal, junto a Jorge Sans como vicepresidente, y con Fabián Sour, José Manuel García (luego Elena Bou Abdo) y Héctor P. Echeverría como concejales oficialistas; y Marcos Lazzeri, Arturo Amadeo Llanos, Fernando Bajos y José Rodríguez, por el Justicialismo. Apenas días después de asumir las nuevas autoridades municipales el 12 de octubre de 1965 , Sans fue convocado por el gobernador Nielsen para hacerse cargo del flamante Ministerio de Obras Públicas en su nuevo gabinete, subiendo entonces Fabián Sour como vice en su reemplazo y e incorporándose la señora Raquel deToro de Ferrari por la UCRP, quien seguía en la lista. Dos meses después, una grave enfermedad fue alejando a Alberto Gadano de la gestión comunal, hasta que el 4 de mayo de ese año 1966 fallece a la temprana edad de 48 años. Sus exequias, según cuenta la crónica periodística, fue una imponente demostración de pesar y por ello se suspendió por segunda vez la Fiesta Nacional de la Manzana. Debido a estas circunstancias Sour estaba a cargo de la comuna . Pero volvamos al aluvión de fin de marzo de 1966. El mismo Sour había sufrido pérdidas cuantiosas en su comercio, pero aun así permaneció al frente del municipio desde el primer día. Entrada la noche y llegando como podían, ese primero de abril los vecinos se reunieron en la sede de la Biblioteca Julio A. Roca en numerosa asamblea. Se escucharon opiniones enérgicas para que ni un día más se dilate la búsqueda de la solución al problema. Querían dormir tranquilos! De madrugada se designó una comisión técnico- económica que buscaría la forma de financiar la obra, marginando en lo que fuera posible la intervención estatal, dados los antecedentes. Integraron esa Comisión Vecinal Provisoria los ingenieros Juan Maulini y Federico Horne; el médico Julio Ruiz, Leocadio Sánchez (presidente), Antonio Castaño (secretario), Manuel Presas, Angel Suárez, Pablo Fermín Oreja, Mauro Gargini entre otros. Las reuniones eran diarias, en la CAIC, y emitían comunicados numerados para ir informando de la gestión. En la del 2 de abril estuvieron el gobernador Carlos Nielsen y el senador José Enrique Gadano, quienes escucharon junto a los vecinos a los funcionarios de AyE Pronsato y Saravia, y al agrimensor Cosme Gayá y Enrique Gianolini, jefe y subjefe de la Intendencia de Riego Zona V. Nielsen ya había encomendado urgentes gestiones en Buenos Aires a su ministro de Obras Públicas Jorge Augusto Sans, quien se entrevistó con Conrado Storani, presidente de AyE y luego Secretario de Energía y Combustibles. Storani le dijo que había pedido al Congreso una partida de 100 millones de pesos para poder comenzar las obras largamente proyectadas, cuyo costo sería de 280 millones, gestión que a la postre fracasó: el Congreso, días después, luego le dijo que no. Se enviaron telegramas a Nación (presidente Arturo Illia), en fin, las mismas gestiones de siempre. El 3 de abril la comisión fue recibida por los técnicos de AyE en Roca: Cosme Gayá, Antonio Pronsato, Ricardo Sarabia y Gianolini. Como decíamos más arriba, los estudios sobraban, seguía faltando el dinero. En la reunión del día 4 de abril la Comisión Vecinal siguió con su análisis, descreyendo de la incorporación en el presupuesto nacional de una partida dada la experiencia de los antecedentes pero apoyando toda gestión conducente “a lograr se hagan efectivos los fondos”. Mientras, otro grupo de vecinos pedía al Deliberante la constitución de una comisión municipal permanente que entregue y administre los numerosos fondos reunidos para los damnificados. Eran tiempos políticos ásperos, y posibilidades de clientelismo y de discrecionalidad en el manejo de dineros públicos enervaban los ánimos de uno y otro lado del espectro político. Se llamó Comisión Asesora de Defensa contra Aluviones e informó prolijamente del destino de las donaciones, previas encuestas realizadas por docentes y asistentes sociales voluntarios. Las tensiones hacían aflorar malestares subyacentes por donde pasaba la línea oficialismo-oposición. Este diario editorializó “El hábito de pedir y la decisión de negar” por esos días. El 06 de abril se convocó a una gran asamblea en Club Italia Unida donde estuvieron representantes de diversas instituciones: Sociedad Italiana, CAIC, Sociedad Libanesa, Sociedad Israelita, Asociación Patriótica Tiro Federal, Círculo de Amigos Bahienses, Club de Leones, Club del Progreso, Apycar, Rotary Club, entre otras, participantes también en las gestiones de 1954, lo que demuestra el gran compromiso y responsabilidad social de esas instituciones desde siempre. La crónica periodística denota que era tanta la premura que hasta se habló de realizar las obras por parte de la municipalidad, de solventarla los vecinos frentistas, de pedir colaboración al Batallón de Neuquén para el movimiento de tierras, etc. Parecía que esta vez las voluntades se mostraban más firmes que nunca. En el Comunicado Nº 5, la comisión habla ya de dos anteproyectos: el conocido del embalse, y el del sistema de bordos y forestación complementaria. Comunicado que luego originó otro inmediato de AyE con fuertes contrapuntos, y una posterior ratificación de la Comisión Pro Obras de sus dichos , con verbo duro.
El 10 abril trajo un nuevo aluvión. Aún bajo los efectos del calamitoso desastre del 30 de marzo, la ciudad tomó el aspecto patético que ofrece una ciudad alarmada en tiempos de guerra. A ello contribuyó el lúgubre sonido de las sirenas del cuerpo de Bomberos ante una nueva avenida de las aguas cuyas consecuencias nunca podían preverse. Esta vez se sumaron daños de incalculable volumen en la empresa AyE: parte del puente de calle Maipú cayó sobre el canal de riego . Y hubo pérdidas millonarias del ente por la no generación de las usinas al no haber agua en el canal principal y quedar tapado de arena en varios kilómetros.
Simultáneamente, en la barda norte AyE de la Nación comenzaba los trabajos de relevamiento topográfico a unos 4 km de la ciudad pactados tras el aluvión de diciembre. Los ingenieros Julio Porrino y Antonio Granero Hernández, integrantes de la comisión designada por dicho ente, invitaron a un cronista de este diario el 11 de abril a recorrer el campamento y dieron abundantes explicaciones técnicas del terraplén a construirse, previendo que los estudios geológicos demandarian 15 ó 20 días más. El día 13 de abril se realizó otra numerosa asamblea en Italia Unida que duró seis horas. Leocadio Sánchez dio por abierta la reunión : “no nos interesa que las obras las realice la provincia, la municipalidad o los vecinos, pero que de una vez por todas se planten con los derechos que les asisten para que las hagan. Esa es nuestra meta. Ustedes decidan la conveniencia de seguir o no en el empeño”, ya que la tarea de la comisión provisoria estaba concluida. Pablo F. Oreja, a su turno, destacó la independencia de la comisión vecinal más allá de las consultas a los expertos e informó que se adoptaba el sistema de “bordos” o terrazas por ser de mayor viabilidad y economía en vez del embalse. Y que AyE no tenía los fondos para realizar las obras ni los tendría en el futuro. El sistema de “bordos” (contención del escurrimiento pluvial por abordamientos) y de bajo costo, había sido explicado prolijamente a la Comisión Vecinal por el ingeniero Federico Horne, de aquilatada experiencia en obras hidráulicas adquirida en el exterior. Un cerrado aplauso dio por concluida la asamblea casi a las tres de la mañana. Ahora se formaría la comisión definitiva con la incorporación de nuevos vecinos: Rolando Bonacchi, Eduardo Cardín, asesores legales; escribano Rafael Lasala, y señores Del Bello, Olivares y Jorgensen. Y con el pedido expreso de los asambleístas de que los integrantes no participen de ningún cargo de los previstos por ordenanza a fin de mantener la libertad de acción como “única comisión vecinal auténtica y representativa”. El 14 de abril visitó Roca el subsecretario del M.O.S.P de la Nación, Jorge Stolkiner. Tras una visita por la zonas más afectadas, entre ellas el puente sobre Maipú y el barrio Tiro Federal , dijo que en ese momento la secretaría de Obras Públicas de la Nación no tenía el dinero para las obras, pero que de alguna forma el gobierno nacional encararía directamente el problema. “Yo no sé si a los legisladores nacionales les gustan las manzanas porque -la verdad- ustedes son mirados con mucha simpatía en las esferas nacionales porque sus problemas son solucionados en una medida que no logran a veces ni las provincias denominadas grandes”, dijo Stolkiner en tono jocoso. El Congreso Nacional debatía por esas horas la viabilidad del complejo hidroeléctrico El Chocón-Cerros Colorados, y el presupuesto nacional con mucho atraso. Obsérvese que dos iniciativas, una privada, la de los vecinos, y una estatal trataban, sin confluir, de solucionar un mismo problema. Aún con las calles enlodadas, cuánto desencanto habría en los primeros!
El golpe militar, la licitación y la finalización de las obras
Transcurría mayo de ese 1966 y las gestiones seguían más aceitadas que nunca. El 16 el agrimensor Gayá presentó en la municipalidad la maqueta del proyecto terminado. La buena nueva vino con el senador Gadano: el lunes 30 , en una reunión en la municipalidad con la participación de todos los involucrados, informó de sus gestiones en Buenos Aires: en quince días se llamaría a licitación, y se incorporaría al Presupuesto nacional una partida inicial de $ 100.000.000, del valor estimado en 265 millones a que ascendía el total de la obra. El resto, la provincia y el municipio en una porción menor. Las cosas parecían encaminarse definitivamente, pero un nuevo cimbronazo hizo desvanecer las esperanzas con la destitución del presidente Illia y su vice Carlos Perette mediante el golpe militar del 27 de junio, la disolución del Congreso Nacional, las legislaturas provinciales y los consejos municipales; la proscripción de toda actividad partidaria, la imposición del Acta de la Revolución Argentina por encima de la Constitución Nacional, y la posterior asunción de Onganía dos días después, iniciando un gobierno autoritario y centralizado. El 12 de agosto el Comodoro Luis H. J. Lanari asume como gobernador de la provincia, y el ingeniero Próspero Saint Martin como comisionado municipal por tercera vez. Días después la Comisión Vecinal dispuso suspender sus gestiones “dadas las circunstancias adversas que se le presentan para continuar su cometido”. Los vecinos insistían en una defensa en base al sistema de “bordos” o terrazas, más rápido y económico, mientras AyE realizara la gran obra proyectada, el dique de “atenuación”. Entendían que la población quedaba desprotegida tres años más hasta que se finalizara el mismo. Saint Martin, eficaz gestionador, logró que en diciembre de 1966 las obras quedaron adjudicadas a la empresa Carlos A. Bacigalupo S.A. - la misma que construía entonces el Puente Paso Córdoba- con un costo de 247.090.000 pesos y un plazo de 18 meses, ampliado a 24. Trabajaron en promedio unos 50 obreros locales. Todo fue muy rápido después. Monitoreada constantemente en su construcción por ingenieros de Bacigalupo S.A. y de Agua y Energía, resultó una obra segura y con valor estético: la empresa constructora ha ido más allá de lo estrictamente técnico y dispuso terminarla con una agradable presentación exterior.
La inauguración, un multitudinario paseo a las bardas
Hubo fiesta popular ese lunes 24 de febrero de 1969 en Roca. El camino a la defensa se constituyó en un movimiento constante de vehículos, bicicletas y familias de a pie que, a pesar del calor de la tarde, caminaron los casi cinco kilómetros bajo el sol con regocijo. Pueblo y gobierno, aunque defacto, unidos esta vez para el festejo. Era una obra magnífica y había que estar presente. Esta presa de tierra, más pequeña que la que se construía en El Chocón pero como aquélla, con objetivos amplios, era una robusta barrera inexpugnable a los futuros embates naturales del pueblo. Ahora podían dormir tranquilos! La defensa a los pocos meses de inaugurada demostró su eficacia. Y en la recordada tragedia de 1975, con numerosas víctimas fatales en el Valle e incluso en Cutral Co y Plaza Huincul, producto de una de la lluvias más grandes en la historia de la colonización, funcionó a la perfección de acuerdo a la evaluación técnica y, de no haber sido construida, la ciudad de Roca hubiera literalmente desaparecido.
La “gaffe” del presidente Perón en una reunión en el ‘54
El desastroso aluvión de fines de diciembre de 1953 movilizó nuevamente a la comunidad. Como en un “Bailando sobre el Titanic” y a pesar de las tormentas de la semana a muchos vecinos los sorprendió en el Prado Español (demolido en enero de 1971, sobre calle Veinticinco de Mayo casi España) , donde el maestro Florindo Sassone animaba con sus tangos una seguidilla de bailes ese fin de año. Otros cenaban en el Tiro Federal celebrando el primer año de la sede social. Las familias más tradicionales participaban del “dinner danzante” en el Club Social. Tras una lluvia sumamente copiosa, el torrente que se descolgó inundó la ciudad en menos de una hora y produjo gran conmoción y pánico. Las obras de defensa habían estado incluidas en el Plan Quinquenal Nacional 1947-1951 del Justicialismo pero habían quedado en promesas, a pesar de la profusa propaganda. Esta vez había que asegurarse que se concretaran en el segundo Plan 1953-1957. Pocos días después de ese aluvión de fin de año, cuando todavía la ciudad se acomodaba, los vecinos se organizaron y lograron rápidamente una audiencia con el presidente Perón, por lo que una nutrida delegación de cuarenta personas partió a Buenos Aires. Durante los calurosos sábado 9 y domingo 10 de enero de 1954 la estación del ferrocarril, todavía pantanosa por los restos del aluvión, fue desbordada de vecinos y familiares que despedían a la comitiva que abordaba el “Zapalero”. Cada uno se pagaba sus viáticos, según lo establecido, y el municipio costeaba los gastos de los delegados gremiales. Así debía ser: eran épocas peronistas. Viajaron los representantes de las distintas actividades económicas, instituciones y gremios roquenses. Algunos de ellos fueron Carlos Padín (por el Club Social, Patronato de Menores y Martilleros); Manuel Saiz y Angel Barda, de la Cámara de Agricultores y de Bomberos; José Pasino, del Centro de la Construcción; Mario Vasallo y Anacleto del Hierro, por la Federación de Cooperativas; José Rodríguez, concejal peronista; David Vapñarsky y Teinblun Chanine, de la colectividad israelita; José Saionz, por el Banco de Río Negro y Neuquén; Walter Kaufmann, de Bomberos Voluntarios; Enrique Palmieri, de la Sociedad Italiana; Fernando Jorgensen, vocal de la Comisión Pro Obras de Defensa; Estela A. de Jofré, por la Sociedad de Beneficencia Coronel Isidro Lobo; Arturo Amadeo Llanos, concejal justicialista y presidente de la Comisión Pro Obras; Angel Palma por el Rotary; Fernando Gorostiague; José y Manuel Allende por el Club Tiro Federal; Héctor Ramón Salgado, secretario de la Comisión, secretario de Actas de la CGT local y de Martilleros; Elías Rached por la colectividad sirio-libanesa; Jorge Martínez por la Sociedad Española; José Fernando Carro, por el Club del Progreso. Esteban Moreno iba por la CGT regional. Muchos de sus descendientes hoy se estarán anoticiando de esta pequeña “gesta”. Los gremios representados fueron numerosos: construcción, metalúrgicos, alimentación, taxímetros, obreros vitivinícolas, panaderos, mosaístas, trabajadores rurales, empleados de comercio, obreros municipales, entre muchos otros. El 13 de enero fueron recibidos en la Casa Rosada por el ministro del Interior, Angel Borlenghi, a quien le entregaron un extenso y detallado memorial dirigido al presidente, redactado por Esteban Moreno, Angel Palma y Fernando Gorostiague . Al día siguiente los recibió Perón en la Rosada. Algunos biógrafos populistas dicen que entonces el general no se había podido recuperar de la muerte de Evita casi dos años antes, y que empezaba a sentir la soledad del poder. Que carecía del brillo, la ductibilidad, el olfato y la intuición del Perón del ‘45. Esta apreciación histórica, subjetiva, podría coincidir con lo que pasó en la reunión, contado por testigos y convertida luego en leyenda urbana poco recordada. Las entrelíneas de la historia dicen que apareció Perón en el Salón Blanco acompañado por su edecán, el ministro del Interior y el gobernador del Territorio de Río Negro Emilio Belenguer. Más allá de la formalidad del acto, los saludos protocolares y los cafés servidos por mozos prolijamente uniformados, cuentan que el mismo Perón empezó a explicarles a los presentes cómo era el tema de las inundaciones y cuál era la solución. Los vecinos se empezaron a mirar entre sí ante las incorrecciones que decía el general, hasta que uno -el “Vasco” Gorostiague, según recuerda don Manolo Saiz a sus lúcidos 91 años- pidió la palabra y le hizo ver que estaba equivocado. Perón lo dejó hablar y cuando terminó saludó y dio por concluida la reunión abruptamente. Nunca se supo si se ofendió con quien lo corrigió o con el asesor que lo había hecho equivocar groseramente por no darle el memorial: había confundido las inundaciones pluviales de la altiplanicie roquense, fenómeno eminentemente local y telúrico, con los deshielos cordilleranos. Y aunque los presentes se llevaron la promesa de que se iban a tomar las medidas necesarias rápidamente, eso no sucedió en su mandato: el golpe de 1955 lo derrocó y con él la esperanza de la sufrida y resignada población de General Roca. Los casi 18.000 vecinos siguieron mirando muchos años más con preocupación cada cielo cubierto de nubarrones. (A.M.A.)
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