Este nuevo aniversario encuentra en Roca una ciudad ordenada, limpia, tranquila, sin mayores sobresaltos que los propios de la vorágine de su crecimiento, comunes a la mayoría de los municipios vecinos. Pero cuarenta años atrás la calidad de vida era otra.
El peligro desde los orígenes mismos de la ciudad
La historia es conocida, pero vale la pena refrescarla. Dicen que,
apurando su tazón de mate cocido, una fría mañana de invierno el
padre Alejandro Stefenelli discute con vehemencia con el coronel
Rohde -jefe de la guarnición militar- sobre la reedificación del
pueblo arrasado por la crecida del río Negro del 19 julio de 1899:
“¡Llévelo nomás al pueblo a donde usted quiere. Las avenidas de las
bardas se lo van a arrasar!” A su alrededor todo era desolación y
ruina, pero el espíritu de los soldados y los colonos del pueblito
incipiente se mantenía firme y animado. Habían venido al desierto
a cumplir una misión con sentido de futuro, y la reconstrucción del
pueblo era una firme decisión. Habían logrado hasta entonces una
comunidad organizada, aun en medio de sus penurias y escaceses. Ya
tenía muchos edificios, algunos de reciente construcción como la
Comandancia, casas de comercio, sus casas de adobe, colegio y una
incipiente colonia pastoril.
Con la mayor diligencia, poco más de dos meses después, el 25 de
setiembre de 1899 el Poder Ejecutivo nacional aprobó oficialmente
el emplazamiento del “pueblo nuevo”. Los inundados de 1899 se
empeñaron en construir desde entonces una población que marchase a
la vanguardia del progreso patagónico, esta Roca que hoy disfrutamos.
Imaginemos a ese puñado de náufragos, ciento diez años atrás, con
lo puesto y ubicados sobre los enormes medanales en la que descansa
la meseta agreste : ¡ni cerca ni lejos del río traicionero!
El pronóstico del cura tuvo una lamentable confirmación durante
más de medio siglo: el nuevo caserío se alejó del río por temor a
la inundación, y se reedificó en medio del torrente que descarga
las avenidas del río seco de la planicie Norte de la ciudad. Esa
admonición indica que ya en 1899 se conocía su existencia, al pie
de cuyo “cono de deyección” de todos los torrentes del Valle del
Río Negro Superior fue emplazado peligrosamente el pueblo nuevo de
General Roca, al pie del gran zanjón.
Crónica de los desastres anunciados
Esta nota, reconstruida través de la valiosa información que brinda
el archivo histórico de este diario y de testimonios de viejos
vecinos y recuerdos propios de una infancia lejana, pretende ser
un relato para las nuevas generaciones y para los nuevos vecinos
que Roca acogió y que hoy transitan tranquilamente por las calles
céntricas de la ciudad aun cuando haya un cielo amenazante o
lluvias copiosas. También un recordatorio nostalgioso para los que
nacimos y nos criamos en este pueblo conviviendo con los aluviones.
Y de cómo tras muchos años de desazón y de muchas movilizaciones
vecinales estériles ante cada evento (más de 23 desastres con
consecuencias muy graves desde el nacimiento del “pueblo nuevo”),
se pudo lograr en 1969 la terminación de las obras de defensa.
También la prédica de este casi centenario diario fue constante
desde su misma fundación en 1912, a través de numerosos
editoriales. Y sobre todo cuando la desaparecida Intendencia de
Riego persistió en proteger el Canal Grande a expensas de la
seguridad del vecindario, realizando un acueducto frente a calle
Maipú por donde se canalizaban las aguas de la planicie,
convirtiendo en un lamentable lodazal a la ciudad aun cuando caían
unas pocas gotas.
Desde la propia fundación del “pueblo nuevo” hasta fines de la
década del sesenta fue mucha la angustia y la zozobra cada vez
que el cielo se presentaba ennegrecido por nubes amenazantes y
truenos roncos que presagiaban lo peor. Y cuando empezaba a sonar
la sirena de los Bomberos Voluntarios (cuerpo creado en 1949),
una tras otra hasta cinco toques, había que rezar y esperar que
los daños “esta vez” fueran menores que la última: cinco sirenas
era ¡aluvión, viene la creciente! La gente corría a refugiarse a
su casa lo más rápido posible, a poner bolsas de arena a la entrada
o compuertas- que ya formaban parte de los enseres del galpón a la
espera de su próximo uso-; a acopiar alimentos, velas, a retirar
los chicos de la escuela o a retirarse del trabajo, a bajar las
persianas de los comercios. Algunas veces era una falsa alarma,
pero bien valía la pena el resguardo.
A lo mejor no llovía en el pueblo, y ese era el peor miedo, que
estuviera lloviendo arriba, en la barda norte. El carácter
sorpresivo era la mejor definición del fenómeno. Y tras la lluvia
calurienta y pegajosa venía con todo su furor el aluvión de la
planicie, así, sin avisar. Bajaba por calle Maipú, que se tornaba
en una avenida barrosa de piedras, cardos rusos, enseres de
viviendas arrasadas, mugre, y se desdoblaba por Nueve de Julio y
todas las calles paralelas y transversales, Don Bosco, Santa Cruz,
cruzando a veces las vías cayendo como catarata hacia el sur del
pueblo en los más trágicos.
La ciudad quedaba cubierta con más de un metro de arena en las
calles, en las veredas, en los patios y en las habitaciones. En
los peores aluviones, decenas de viviendas precarias quedaban
derruidas a su paso, puentes y canales de desagüe rotos, basura,
autos dados vuelta por la furia del barro, cañerías partidas,
postes de luz caídos, la mercadería de los comercios arruinada si
tenían sótano. Plantaciones arruinadas en las chacras afectadas. Y
muchas vidas humanas. Las fotografías del archivo de este diario
son el mejor documento.
Cada aluvión era un advertencia aleccionadora y un nuevo motivo
para recordar con explicable amargura que todos los gobiernos,
desde los comienzos mismos del pueblo, no habían podido hacer nada
definitivo que conjurara ese peligro. Peligro que se cernía sobre
la vida y los bienes de los roquenses. Las pérdidas eran
millonarias. Y luego lo de siempre: colectas solidarias para
ayudar a los evacuados que se quedaron sin nada , donaciones,
festivales, la limpieza del pueblo - llevaba semanas remover tantas
toneladas de arena- graves peligros sanitarios porque cedían las
cámaras y los pozos ciegos. Y tras ello, nuevos o reflotados
estudios técnicos impecables, proyectos y más cálculos sin
ulterioridad práctica, archivados en algún cajón de la burocracia
estatal por falta de partidas presupuestarias. Entre ellos el de
1950 realizado por Agua y Energía (incluido en el primer Plan
Quinquenal del Justicialismo, ver aparte “La gaffe del presidente
Perón ...”); el de la
primera gestión entre 1956 y 1957 del Comisionado Municipal
ingeniero Próspero Saint Martin; el valioso informe en 1958 del
ngeniero de montes español García Nájera, de la FAO, a pedido del
gobierno nacional; el estudio que hizo el ingeniero Honorio Cozzi
en 1960 por encargo del entonces presidente del Consejo Municipal
José Enrique Gadano, el del ing. Maulini.También por ese interín
se pavimentaron las calles “canales” Maipú y Nueve de Julio, obras
que formaban parte del proyecto principal, que palió
sustancialmente el problema pero no la solución de fondo. Todo era
“esperar contra toda esperanza”, como tituló este diario un
editorial en 1958.
Los gobiernos municipales poco podían hacer para encontrar la
solución de fondo. Era mucho dinero que se necesitaba y mucho lo
que se gastaba en poner al pueblo otra vez de pie ante cada
tormenta. Los gobiernos provinciales y nacionales tampoco. Y eso
que Roca contribuía con muchos millones al fisco por su vigorosa
actividad económica.
Todo se diluía en promesas: inmediatamente del aluvión se formaban
comisiones Pro Obras de Defensa que a la postre no lograban nada.
Los telegramas de reclamo iban y venían a Viedma y Buenos Aires.
Las visitas gubernamentales y los camiones con víveres para los
damnificados. Y así hasta el aluvión siguiente. Todo era calcado
una y otra vez.
La movilización vecinal de 1966 apuró las obras
Una breve reseña cronológica permite palpar los ánimos de los
vecinos una vez más para ver cómo se desencadenaron los hechos. El
aluvión del 7 de noviembre del año 1965 había causado innumerables
daños materiales. Como siempre, desde el municipio se formó una
comisión que realizaría gestiones directas ante AyE en Buenos
Aires, vía el senador roquense José Enrique Gadano, y en diciembre
dio un informe final: se construiría una presa frontal de tierra en
el curso del Zanjón Roca, a 4 km aguas arriba de la población, que
cerraría la cuenca superior . Parecía otra promesa.
Cuatro meses después, las fuertes lluvias de ese marzo de 1966
causaban preocupación. Pero la del martes 29 produjo la
catástrofe nuevamente, y esta vez fue más grave que nunca. Había
que hacer algo de inmediato. Los roquenses, muy conmovidos por la
muerte de algunos de sus vecinos, dejaron de pensar en la Fiesta
de la Manzana que estaban organizando (y que a la postre se
realizó a fin de mayo) y se autoconvocaron al día siguiente
mientras la ciudad seguía paralizada: asueto administrativo, una
semana sin clases, bancos y comercios cerrados.
En ese momento estaba Fabián Sour en la comuna como vicepresidente
a cargo, por cuestiones fortuitas. Sucedió que el 12 de setiembre
del año anterior, 1965, se habían realizado elecciones municipales
y el agrimensor Alberto Lorenzo Gadano, de la UCRP, había
resultado electo presidente del Concejo municipal, junto a Jorge
Sans como vicepresidente, y con Fabián Sour, José Manuel García
(luego Elena Bou Abdo) y Héctor P. Echeverría como concejales
oficialistas; y Marcos Lazzeri, Arturo Amadeo Llanos, Fernando
Bajos y José Rodríguez, por el Justicialismo. Apenas días después
de asumir las nuevas autoridades municipales el 12 de octubre de
1965 , Sans fue convocado por el gobernador Nielsen para hacerse
cargo del flamante Ministerio de Obras Públicas en su nuevo
gabinete, subiendo entonces Fabián Sour como vice en su reemplazo y
e incorporándose la señora Raquel deToro de Ferrari por la UCRP,
quien seguía en la lista. Dos meses después, una grave enfermedad fue
alejando a Alberto Gadano de la gestión comunal, hasta que el 4 de
mayo de ese año 1966 fallece a la temprana edad de 48 años. Sus
exequias, según cuenta la crónica periodística, fue una imponente
demostración de pesar y por ello se suspendió por segunda vez la
Fiesta Nacional de la Manzana. Debido a estas circunstancias Sour
estaba a cargo de la comuna .
Pero volvamos al aluvión de fin de marzo de 1966. El mismo Sour
había sufrido pérdidas cuantiosas en su comercio, pero aun así
permaneció al frente del municipio desde el primer día. Entrada la
noche y llegando como podían, ese primero de abril los vecinos se
reunieron en la sede de la Biblioteca Julio A. Roca en numerosa
asamblea. Se escucharon opiniones enérgicas para que ni un día
más se dilate la búsqueda de la solución al problema. Querían
dormir tranquilos! De madrugada se designó una comisión técnico-
económica que buscaría la forma de financiar la obra, marginando en
lo que fuera posible la intervención estatal, dados los
antecedentes. Integraron esa Comisión Vecinal Provisoria los
ingenieros Juan Maulini y Federico Horne; el médico Julio Ruiz,
Leocadio Sánchez (presidente), Antonio Castaño (secretario),
Manuel Presas, Angel Suárez, Pablo Fermín Oreja, Mauro Gargini
entre otros. Las reuniones eran diarias, en la CAIC, y emitían
comunicados numerados para ir informando de la gestión. En la del
2 de abril estuvieron el gobernador Carlos Nielsen y el senador
José Enrique Gadano, quienes escucharon junto a los vecinos a los
funcionarios de AyE Pronsato y Saravia, y al agrimensor Cosme Gayá
y Enrique Gianolini, jefe y subjefe de la Intendencia de Riego
Zona V.
Nielsen ya había encomendado urgentes gestiones en Buenos Aires a
su ministro de Obras Públicas Jorge Augusto Sans, quien se
entrevistó con Conrado Storani, presidente de AyE y luego
Secretario de Energía y Combustibles. Storani le dijo que había
pedido al Congreso una partida de 100 millones de pesos para poder
comenzar las obras largamente proyectadas, cuyo costo sería de 280
millones, gestión que a la postre fracasó: el Congreso, días
después, luego le dijo que no. Se enviaron telegramas a Nación
(presidente Arturo Illia), en fin, las mismas gestiones de
siempre. El 3 de abril la comisión fue recibida por los técnicos
de AyE en Roca: Cosme Gayá, Antonio Pronsato, Ricardo Sarabia y
Gianolini. Como decíamos más arriba, los estudios sobraban, seguía
faltando el dinero. En la reunión del día 4 de abril la Comisión
Vecinal siguió con su análisis, descreyendo de la incorporación en
el presupuesto nacional de una partida dada la experiencia de los
antecedentes pero apoyando toda gestión conducente “a lograr se
hagan efectivos los fondos”.
Mientras, otro grupo de vecinos pedía al Deliberante la
constitución de una comisión municipal permanente que entregue y
administre los numerosos fondos reunidos para los damnificados.
Eran tiempos políticos ásperos, y posibilidades de clientelismo
y de discrecionalidad en el manejo de dineros públicos enervaban
los ánimos de uno y otro lado del espectro político. Se llamó
Comisión Asesora de Defensa contra Aluviones e informó prolijamente
del destino de las donaciones, previas encuestas realizadas por
docentes y asistentes sociales voluntarios. Las tensiones hacían
aflorar malestares subyacentes por donde pasaba la línea
oficialismo-oposición. Este diario editorializó “El hábito de pedir
y la decisión de negar” por esos días.
El 06 de abril se convocó a una gran asamblea en Club Italia Unida
donde estuvieron representantes de diversas instituciones: Sociedad
Italiana, CAIC, Sociedad Libanesa, Sociedad Israelita, Asociación
Patriótica Tiro Federal, Círculo de Amigos Bahienses, Club de
Leones, Club del Progreso, Apycar, Rotary Club, entre otras,
participantes también en las gestiones de 1954, lo que demuestra el
gran compromiso y responsabilidad social de esas instituciones
desde siempre. La crónica periodística denota que era tanta la
premura que hasta se habló de realizar las obras por parte de la
municipalidad, de solventarla los vecinos frentistas, de pedir
colaboración al Batallón de Neuquén para el movimiento de tierras,
etc. Parecía que esta vez las voluntades se mostraban más firmes
que nunca. En el Comunicado Nº 5, la comisión habla ya de dos
anteproyectos: el conocido del embalse, y el del sistema de bordos
y forestación complementaria. Comunicado que luego originó otro
inmediato de AyE con fuertes contrapuntos, y una posterior
ratificación de la Comisión Pro Obras de sus dichos , con verbo duro.
El 10 abril trajo un nuevo aluvión. Aún bajo los efectos del
calamitoso desastre del 30 de marzo, la ciudad tomó el aspecto
patético que ofrece una ciudad alarmada en tiempos de guerra. A
ello contribuyó el lúgubre sonido de las sirenas del cuerpo de
Bomberos ante una nueva avenida de las aguas cuyas consecuencias
nunca podían preverse. Esta vez se sumaron daños de incalculable
volumen en la empresa AyE: parte del puente de calle Maipú cayó
sobre el canal de riego . Y hubo pérdidas millonarias del ente por
la no generación de las usinas al no haber agua en el canal
principal y quedar tapado de arena en varios kilómetros.
Simultáneamente, en la barda norte AyE de la Nación comenzaba los
trabajos de relevamiento topográfico a unos 4 km de la ciudad
pactados tras el aluvión de diciembre. Los ingenieros Julio
Porrino y Antonio Granero Hernández, integrantes de la comisión
designada por dicho ente, invitaron a un cronista de este diario
el 11 de abril a recorrer el campamento y dieron abundantes
explicaciones técnicas del terraplén a construirse, previendo que
los estudios geológicos demandarian 15 ó 20 días más.
El día 13 de abril se realizó otra numerosa asamblea en Italia
Unida que duró seis horas. Leocadio Sánchez dio por abierta la
reunión : “no nos interesa que las obras las realice la provincia,
la municipalidad o los vecinos, pero que de una vez por todas se
planten con los derechos que les asisten para que las hagan. Esa es
nuestra meta. Ustedes decidan la conveniencia de seguir o no en el
empeño”, ya que la tarea de la comisión provisoria estaba
concluida. Pablo F. Oreja, a su turno, destacó la independencia de
la comisión vecinal más allá de las consultas a los expertos e
informó que se adoptaba el sistema de “bordos” o terrazas por ser
de mayor viabilidad y economía en vez del embalse. Y que AyE no
tenía los fondos para realizar las obras ni los tendría en el
futuro. El sistema de “bordos” (contención del escurrimiento
pluvial por abordamientos) y de bajo costo, había sido explicado
prolijamente a la Comisión Vecinal por el ingeniero Federico
Horne, de aquilatada experiencia en obras hidráulicas adquirida en
el exterior.
Un cerrado aplauso dio por concluida la asamblea casi a las tres
de la mañana. Ahora se formaría la comisión definitiva con la
incorporación de nuevos vecinos: Rolando Bonacchi, Eduardo Cardín,
asesores legales; escribano Rafael Lasala, y señores Del Bello,
Olivares y Jorgensen. Y con el pedido expreso de los asambleístas
de que los integrantes no participen de ningún cargo de los
previstos por ordenanza a fin de mantener la libertad de acción
como “única comisión vecinal auténtica y representativa”.
El 14 de abril visitó Roca el subsecretario del M.O.S.P de la
Nación, Jorge Stolkiner. Tras una visita por la zonas más
afectadas, entre ellas el puente sobre Maipú y el barrio Tiro
Federal , dijo que en ese momento la secretaría de Obras Públicas
de la Nación no tenía el dinero para las obras, pero que de alguna
forma el gobierno nacional encararía directamente el problema. “Yo
no sé si a los legisladores nacionales les gustan las manzanas
porque -la verdad- ustedes son mirados con mucha simpatía en las
esferas nacionales porque sus problemas son solucionados en una
medida que no logran a veces ni las provincias denominadas
grandes”, dijo Stolkiner en tono jocoso. El Congreso Nacional
debatía por esas horas la viabilidad del complejo hidroeléctrico El
Chocón-Cerros Colorados, y el presupuesto nacional con mucho atraso.
Obsérvese que dos iniciativas, una privada, la de los vecinos, y
una estatal trataban, sin confluir, de solucionar un mismo
problema. Aún con las calles enlodadas, cuánto desencanto habría en
los primeros!
El golpe militar, la licitación y la finalización de las obras
Transcurría mayo de ese 1966 y las gestiones seguían más aceitadas
que nunca. El 16 el agrimensor Gayá presentó en la municipalidad
la maqueta del proyecto terminado. La buena nueva vino con el
senador Gadano: el lunes 30 , en una reunión en la municipalidad
con la participación de todos los involucrados, informó de sus
gestiones en Buenos Aires: en quince días se llamaría a licitación,
y se incorporaría al Presupuesto nacional una partida inicial de $
100.000.000, del valor estimado en 265 millones a que ascendía el
total de la obra. El resto, la provincia y el municipio en una
porción menor.
Las cosas parecían encaminarse definitivamente, pero un nuevo
cimbronazo hizo desvanecer las esperanzas con la destitución del
presidente Illia y su vice Carlos Perette mediante el golpe militar
del 27 de junio, la disolución del Congreso Nacional, las
legislaturas provinciales y los consejos municipales; la
proscripción de toda actividad partidaria, la imposición del Acta
de la Revolución Argentina por encima de la Constitución Nacional,
y la posterior asunción de Onganía dos días después, iniciando un
gobierno autoritario y centralizado.
El 12 de agosto el Comodoro Luis H. J. Lanari asume como gobernador
de la provincia, y el ingeniero Próspero Saint Martin como
comisionado municipal por tercera vez. Días después la Comisión
Vecinal dispuso suspender sus gestiones “dadas las circunstancias
adversas que se le presentan para continuar su cometido”. Los
vecinos insistían en una defensa en base al sistema de “bordos” o
terrazas, más rápido y económico, mientras AyE realizara la gran
obra proyectada, el dique de “atenuación”. Entendían que la
población quedaba desprotegida tres años más hasta que se
finalizara el mismo.
Saint Martin, eficaz gestionador, logró que en diciembre de 1966
las obras quedaron adjudicadas a la empresa Carlos A. Bacigalupo
S.A. - la misma que construía entonces el Puente Paso Córdoba- con
un costo de 247.090.000 pesos y un plazo de 18 meses, ampliado a
24. Trabajaron en promedio unos 50 obreros locales.
Todo fue muy rápido después. Monitoreada constantemente en su
construcción por ingenieros de Bacigalupo S.A. y de Agua y Energía,
resultó una obra segura y con valor estético: la empresa
constructora ha ido más allá de lo estrictamente técnico y
dispuso terminarla con una agradable presentación exterior.
La inauguración, un multitudinario paseo a las bardas
Hubo fiesta popular ese lunes 24 de febrero de 1969 en Roca. El
camino a la defensa se constituyó en un movimiento constante de
vehículos, bicicletas y familias de a pie que, a pesar del calor
de la tarde, caminaron los casi cinco kilómetros bajo el sol con
regocijo. Pueblo y gobierno, aunque defacto, unidos esta vez para
el festejo. Era una obra magnífica y había que estar presente. Esta
presa de tierra, más pequeña que la que se construía en El Chocón
pero como aquélla, con objetivos amplios, era una robusta barrera
inexpugnable a los futuros embates naturales del pueblo. Ahora
podían dormir tranquilos!
La defensa a los pocos meses de inaugurada demostró su eficacia. Y
en la recordada tragedia de 1975, con numerosas víctimas fatales
en el Valle e incluso en Cutral Co y Plaza Huincul, producto de
una de la lluvias más grandes en la historia de la colonización,
funcionó a la perfección de acuerdo a la evaluación técnica y, de
no haber sido construida, la ciudad de Roca hubiera literalmente
desaparecido.
La “gaffe” del presidente Perón en una reunión en el ‘54
El desastroso aluvión de fines de diciembre de 1953 movilizó
nuevamente a la comunidad. Como en un “Bailando sobre el Titanic” y
a pesar de las tormentas de la semana a muchos vecinos los
sorprendió en el Prado Español (demolido en enero de 1971, sobre
calle Veinticinco de Mayo casi España) , donde el maestro Florindo
Sassone animaba con sus tangos una seguidilla de bailes ese fin de
año. Otros cenaban en el Tiro Federal celebrando el primer año de
la sede social. Las familias más tradicionales participaban del
“dinner danzante” en el Club Social.
Tras una lluvia sumamente copiosa, el torrente que se descolgó
inundó la ciudad en menos de una hora y produjo gran conmoción y
pánico.
Las obras de defensa habían estado incluidas en el Plan Quinquenal
Nacional 1947-1951 del Justicialismo pero habían quedado en
promesas, a pesar de la profusa propaganda. Esta vez había que
asegurarse que se concretaran en el segundo Plan 1953-1957. Pocos
días después de ese aluvión de fin de año, cuando todavía la
ciudad se acomodaba, los vecinos se organizaron y lograron
rápidamente una audiencia con el presidente Perón, por lo que una
nutrida delegación de cuarenta personas partió a Buenos Aires.
Durante los calurosos sábado 9 y domingo 10 de enero de 1954 la
estación del ferrocarril, todavía pantanosa por los restos del
aluvión, fue desbordada de vecinos y familiares que despedían a la
comitiva que abordaba el “Zapalero”. Cada uno se pagaba sus
viáticos, según lo establecido, y el municipio costeaba los gastos
de los delegados gremiales. Así debía ser: eran épocas peronistas.
Viajaron los representantes de las distintas actividades
económicas, instituciones y gremios roquenses. Algunos de ellos
fueron Carlos Padín (por el Club Social, Patronato de Menores y
Martilleros); Manuel Saiz y Angel Barda, de la Cámara de
Agricultores y de Bomberos; José Pasino, del Centro de la
Construcción; Mario Vasallo y Anacleto del Hierro, por la
Federación de Cooperativas; José Rodríguez, concejal peronista;
David Vapñarsky y Teinblun Chanine, de la colectividad israelita;
José Saionz, por el Banco de Río Negro y Neuquén; Walter Kaufmann,
de Bomberos
Voluntarios; Enrique Palmieri, de la Sociedad Italiana; Fernando
Jorgensen, vocal de la Comisión Pro Obras de Defensa; Estela A. de
Jofré, por la Sociedad de Beneficencia Coronel Isidro Lobo; Arturo
Amadeo Llanos, concejal justicialista y presidente de la Comisión
Pro Obras; Angel Palma por el Rotary; Fernando Gorostiague; José y
Manuel Allende por el Club Tiro Federal; Héctor Ramón Salgado,
secretario de la Comisión, secretario de Actas de la CGT local y de
Martilleros; Elías Rached por la colectividad sirio-libanesa;
Jorge Martínez por la Sociedad Española; José Fernando Carro, por
el Club del Progreso. Esteban Moreno iba por la CGT regional.
Muchos de sus descendientes hoy se estarán anoticiando de esta
pequeña “gesta”. Los gremios representados fueron numerosos:
construcción, metalúrgicos, alimentación, taxímetros, obreros
vitivinícolas, panaderos, mosaístas, trabajadores rurales,
empleados de comercio, obreros municipales, entre muchos otros.
El 13 de enero fueron recibidos en la Casa Rosada por el ministro
del Interior, Angel Borlenghi, a quien le entregaron un extenso y
detallado memorial dirigido al presidente, redactado por Esteban
Moreno, Angel Palma y Fernando Gorostiague .
Al día siguiente los recibió Perón en la Rosada. Algunos biógrafos
populistas dicen que entonces el general no se había podido
recuperar de la muerte de Evita casi dos años antes, y que
empezaba a sentir la soledad del poder. Que carecía del brillo, la
ductibilidad, el olfato y la intuición del Perón del ‘45. Esta
apreciación histórica, subjetiva, podría coincidir con lo que pasó
en la reunión, contado por testigos y convertida luego en leyenda
urbana poco recordada. Las entrelíneas de la historia dicen que
apareció Perón en el Salón Blanco acompañado por su edecán, el
ministro del Interior y el gobernador del Territorio de Río Negro
Emilio Belenguer. Más allá de la formalidad del acto, los saludos
protocolares y los cafés servidos por mozos prolijamente
uniformados, cuentan que el mismo Perón empezó a explicarles a los
presentes cómo era el tema de las inundaciones y cuál era la
solución. Los vecinos se empezaron a mirar entre sí ante las
incorrecciones que decía el general, hasta que uno -el “Vasco”
Gorostiague, según recuerda don Manolo Saiz a sus lúcidos 91 años-
pidió la palabra y le hizo ver que estaba equivocado. Perón lo
dejó hablar y cuando terminó saludó y dio por concluida la reunión
abruptamente. Nunca se supo si se ofendió con quien lo corrigió o
con el asesor que lo había hecho equivocar groseramente por no
darle el memorial: había confundido las inundaciones pluviales de
la altiplanicie roquense, fenómeno eminentemente local y telúrico,
con los deshielos cordilleranos. Y aunque los presentes se llevaron
la promesa de que se iban a tomar las medidas necesarias
rápidamente, eso no sucedió en su mandato: el golpe de 1955 lo
derrocó y con él la esperanza de la sufrida y resignada población
de General Roca. Los casi 18.000 vecinos siguieron mirando muchos
años más con preocupación cada cielo cubierto de nubarrones. (A.M.A.)