SAN IGNACIO (ASM).- El último viaje fue sólo de un millar de kilómetros, pero debieron pasar 85 años de espera. Desde ayer, los restos del beato Ceferino Namuncurá descansan en San Ignacio, en el interior de un monumento diseñado especialmente y sobre la piedra que uno de los respetados mayores de la comunidad, ya achacoso, usaba para ayudarse a subir a la dignidad de su caballo.
Unas 500 personas, con una rara mezcla de respeto, recogimiento y alegría, participaron de la entronización del "lirio de la Patagonia", en el monumento ubicado a dos kilómetros de la escuela y centro comunitario de San Ignacio, que sirvió de sitio de reunión a la espera de la llegada de la comitiva, proveniente desde Fortín Mercedes. La misión encabezada por el cacique Celestino, el huerquen Cirilo y el padre Mateos, arribó a San Ignacio alrededor del mediodía. Allí los esperaba la comunidad en pleno; cerca de 70 familias mapuches, huerquenes amigos y muchos de los que hacen la vida a campo en estas tierras de crianceros, donde la subsistencia es una pelea que se enfrenta a diario.
El sincretismo entre las visiones mapuches y la fe cristiana también estuvo presente en la ceremonia, que se nutrió de gritos de euforia y expresiones de respeto, en convivencia con aquellos que ven en el beato un faro de fe. San Ignacio se encuentra a unos 60 kilómetros de Junín de los Andes, y es un laberinto pleno de curvas y pendientes, con casas dispersas y un terreno que exige cuidado cuando la nieve, el hielo o el barro se hacen dueños de sus inmensidades.
Allí se construyó el santuario, a campo abierto, con forma de cultrún (el pequeño tambor típico de la cultura mapuche), al pie de un cerro que necesariamente debía llamarse "Ceferino". El diseño pertenece al arquitecto y artista sacro Alejandro Santana, quien mantiene un estrecha relación con los Namuncurá.
Como se apuntó, la urna fue entronizada sobre una simbólica piedra de un metro cúbico. Para los familiares, esa roca era la forma en la que uno de los más queridos mayores de la comunidad ascendía a la dignidad de su caballo, y ahora es la que sostiene al beato, tanto como él ayuda a elevarse a las personas. Ese juego de ideas estuvo presente a la hora de la bienvenida, y dejaron la esperanzadora sensación de que se ha cumplido un ciclo pero también se ha renovado la fe.
Ceferino nació en Chimpay, el 26 de agosto de 1886. Tras rendirse al avance militar, Manuel Namuncurá tuvo que dejar las tierras prometidas en aquella zona de la actual provincia de Río Negro, pues nunca le dieron los títulos. Los Namuncurá se instalaron entonces en estas tierras cordilleranas.
Ceferino falleció el 11 de noviembre 1905 en Italia. En 2007 fue beatificado en Chimpay, por disposición del papa Benedicto XVI. Los restos del hoy beato fueron repatriados en 1924 y depositados en el santuario de Fortín Mercedes, a orillas del Colorado. Pasaron 85 años hasta que ayer, a escasas horas del último y muy patagónico temporal, los restos de Ceferino encontraron morada final, junto a sus familiares.