El planeta asiste sin dudas a uno de sus momentos decisivos. El calentamiento global es mucho más que el aumento de la temperatura, más que inviernos no tan fríos, más que el derretimiento de grandes masas de hielo. Significa que por el uso excesivo e indiscriminado de energías en su mayoría no renovables, la deforestación que arrasa con los pulmones del ecosistema, y la contaminación por emisión de gases tóxicos que han herido de muerte al agujero de ozono -filtro natural de la tierra frente a los rayos solares perjudiciales-, muchas especies, entre ellas el hombre, han comenzado a enfermarse, a tener que migrar de sus ambientes naturales e incluso a desaparecer.
Los ejemplos están a la orden del día y no hace falta ir a buscarlos demasiado lejos, ya no es ajeno a nadie. Basta recordar lo ocurrido hace apenas dos años en Orán, Salta, cuando los aborígenes de las yungas fueron desplazados por el desmonte y obligados a deambular como mendigos por la urbe salteña en busca de comida, despojados de sus tierras, de sus posibilidades de alimento y de su dignidad. En ese momento, citadinos e integrantes de pueblos ancestrales tuvieron que convivir con enfermedades como el hantavirus, la leishmaniasis y el dengue.
El virus de la gripe A (N1H1), producto de una mutación de aquel que sólo afectaba a los porcinos, es señalado por muchos como el producto de la extrema cercanía en la convivencia entre humanos y animales como consecuencia de las cada vez más escasas superficies de tierra que las grandes empresas multinacionales interesadas en los cultivos altamente rentables, les dejan a los campesinos más humildes.
Esta es la línea que siguió un periodista de la publicación de Le Monde Diplomatique, quien en un artículo reciente en el que se citan como fuentes a varias organizaciones ambientalistas, sanitarias, investigadores y periodistas, señaló como responsable de la afección a la empresa productora de carne más importante del globo, la estadounidense Smithfield Foods Inc.
La Smithfield posee uno de los criaderos de cerdos más grandes en Latinoamérica, más precisamente en el pequeño pueblo de La Gloria, en México, donde humanos y animales conviven a diario en medio de nauseabundos olores provenientes de las heces de éstos últimos, sumados a los aires putrefactos que miles de cuerpos acumulados en una suerte de fosa liberan en su descomposición.
Las fosas en las que los animales son arrojados cuando mueren constituyen verdaderos focos de podredumbre que originan dolores de cabeza entre los pobladores, además de enfermedades gastrointestinales y de las vías respiratorias, diarreas, tos, infecciones de garganta, vómitos y fiebre. Cualquier semejanza con la realidad argentina no es casualidad. A nivel local, la lucha de las organizaciones ambientalistas y de los ciudadanos en contra de los rellenos sanitarios no cesa. Las acusaciones también incluyen la alta posibilidad de que la basura degradada contamine las napas freáticas.
Podría decirse que todo comenzó con la muerte de Judy Trunnell, una maestra de 33 años que vivía en Harlingen, un pueblo cerca de la frontera con México.
Expertos de la organización no gubernamental Grain que promueve el uso sustentable de los recursos agrícolas, alertaron en abril de este año respecto que el aumento en gran escala de zahúrdas industriales vienen creando las condiciones perfectas para el surgimiento y dispersión de nuevas formas de gripe altamente virulentas.