LOS ANGELES (AP) _ Gabriela Esquivel se pasea feliz por los recintos de la Universidad de California en Los Angeles, cargando cuadernos y lapiceros. Es mucho mejor que estar cosechando verduras o
frutas, como hace siempre en el verano, junto a sus padres.
Sus grandes ojos negros miran a todos lados y las instalaciones le parecen inmensas y lujosas, en comparación con las de su escuela secundaria y con las plantaciones de Bakersfield, donde ella y sus
padres laboran desde hace años. Sentada en uno de los comedores de la universidad, al lado de otros estudiantes que también han trabajado en el campo o que tienen padres campesinos, la muchacha de 16 años dice sentirse cada vez menos intimidada por un lugar, aunque todavía
le cuesta vislumbrar ese sitio como futuro alma mater.
``Quisiera verme bien vestida y no con la ropa rota que uso para trabajar al campo ... y trabajar en otra cosa, con comodidad'', dijo la adolescente recientemente, durante una entrevista en la universidad. ``Se me antoja venir (a la universidad) a ver qué pasa''.
Esquivel es parte de un grupo de 100 estudiantes campesinos o hijos de trabajadores del campo de California que participan en el programa de verano para alumnos de familias campesinas en UCLA. La idea es exponerlos al mundo académico y darles una inyección de ánimo. Con
ese fin, el Instituto de Liderazgo para Estudiantes Migrantes reúne cada año por un mes a alumnos de los grados 10, 11 y 12 (los tres últimos de la secundaria) y les da clases y talleres con crédito para
centros de enseñanza superior. Los participantes de este programa gratuito, que incluye estadía y comida en la universidad, tienen que tener calificaciones promedio de al menos 2,0 y pertenecer al Programa de Educación Migrante, agencia federal que ofrece ayuda suplementaria a estudiantes de prekinder hasta el grado 12.
Básicamente hay tres tipos de estudiantes: los encaminados hacia la universidad, con buenas calificaciones; alumnos con buenas calificaciones que sólo necesitan un empujoncito académico para
despegar y aquellos que tienen puntajes promedios bajos pero que tienen potencial de mejorar, explicó el Raúl Lomelí, director ejecutivo de la organización que dirige el programa Saber es Poder,
con sede en Los Angeles. Este año 55 chicas y 45 varones, de los cuales algunos han nacido aquí mientras otros acaban de llegar hace unos meses de México, están recibiendo clases de historia, inglés y
talleres de liderazgo, señala la organización. La mayoría de estos estudiantes tienen desafíos académicos especiales porque se mudan a menudo junto con sus padres, siguiendo las cosechas, provienen de
hogares pobres y viven en áreas azotadas por males sociales como pandillerismo y desempleo. El programa, que termina esta semana, también intenta incluir a los padres, invitándolos durante el primer
fin de semana a conocer la universidad y tomar talleres sobre el proceso de postulación a universidades.
Este año invitaron a 40 padres y contrataron a unos cuantos como asistentes del programa. Algunos de los estudiantes son indocumentados, pero eso es algo que la organización no toma en cuenta, agregó el director ejecutivo. Uno de los recién llegados al país es Cristian Meza, de 15 años, quien va entrar al grado 10 en el pueblo de Sanger, en el condado de Fresno. El, sus padres y tres hermanos llegaron hace unos seis meses de su natal Jalisco, México. Caminando cabizbajo por las escalinatas de UCLA, el niño narra que el año pasado abonó la tierra, cosechó maíz y levantó ladrillos para ayudar a su familia, pues su padre no trabaja porque está en tratamiento de diálisis desde hace unos tres años.
Un día no se puso camisa y el abono le quemó la espalda, explica. Al llegar a casa, su madre preocupada le recriminó el descuido entre llantos, pero él la calmó diciéndole que había aprendido a valorar su
trabajo más que antes. ``La vi llorando y le dije que fue mi decisión (no ponerme camisa) y ahora puedo saber de veras lo que ustedes pasan y los sacrificios que hacen para sacarnos adelante'', cuenta el
muchacho. ``Ahora sé que la vida no es tan fácil como dicen otros chavales''. Debido a que muchos de los participantes trabajan para ayudar a sus familias, como Cristian y Gabriela, a menudo los
organizadores tienen dificultades en lograr el permiso de los padres.
Noé Flores, quien entrará al grado 12 en la secundaria Pioneer Valley, en Santa María, cuenta que su madre mexicana sabe el valor de la educación y lo apoya, pero a último minuto dudó y le insinuó que
tal vez sería mejor que no participara para ganar dinero trabajando en el campo durante el verano. ``Me dijo, 'mejor quédate para juntar dinero para cuando lo necesites''', puntualizó el muchacho de 16
años, nacido en Estados Unidos. El se hubiera quedado cosechando verduras, como lo hace desde niño al lado de su hermano mayor y de su madre, quien trabaja en un empacadora de apio y brócoli. De hecho,
dice haber trabajado unos 15 días en el campo entre el final de clases y el inicio del programa. Pero Flores, quien tiene un padre alcohólico y un hermano mayor pandillero, agregó que decidió
desentenderse temporalmente de sus problemas y aprovechar una oportunidad que no llega todos los días.
``Trato de ser un modelo para mi hermanito de 10 años, que me hace más caso a mí que a mi
mamá. Trato de hacer el bien para que él no siga los malos pasos de mi hermano mayor, que está perdido en las pandillas'', explicó Noé sobre su decisión de participar en el programa. Pese a estar lejos de casa, todos ellos se sienten cómodos en la universidad pues, aseguran, saben que están entre semejantes y superiores que los entienden, ya que han sentido en carne propia el dolor de cintura al
final de una jornada en el campo. ``Saber que hay gente que ha pasado
lo mismo que tú, hace todo más fácil'', explicó Noé.
El mismo director ejecutivo dijo haber trabajado en el campo a fines de los 90 en el Valle de San Joaquín. Y una de las asistentes de alumnos, Erica Fernández, participó en el programa hace dos años, cuando cursaba el grado 11.
Ella ahora cursa Estudios Urbanos y Justicia Ambiental en la Universidad de Stanford gracias a una beca Gates Millennium que la cubre hasta su doctorado. ``Muchos vienen con un pasado difícil y tal
vez no puedan sanar aquí, pero les digo que la forma de ayudar a su familia es a través de la educación, a largo plazo. El campo ayuda, pero a corto plazo'', apuntó la universitaria mexicana, agregando que
trabajó en el campo en México hasta los 10 años.
``Les digo que si dejan de estudiar, allí dejan su futuro''. Pero aunque saben que
están haciendo lo correcto, no pueden dejar de sentirse un poco culpables por disfrutar de tantas comodidades mientras sus padres o hermanos trabajan la tierra.