Lunes 27 de Julio de 2009 > Sociedad
Hijos de campesinos cambian las cosechas por las aulas
Se trata de un programa gratuito para exponerlos al mundo académico y dárles una inyección de ánimo

 LOS ANGELES (AP) _ Gabriela Esquivel se pasea feliz por los  recintos de la Universidad de California en Los Angeles, cargando  cuadernos y lapiceros. Es mucho mejor que estar cosechando verduras o 
frutas, como hace siempre en el verano, junto a sus padres.

Sus  grandes ojos negros miran a todos lados y las instalaciones le parecen inmensas y lujosas, en comparación con las de su escuela  secundaria y con las plantaciones de Bakersfield, donde ella y sus 
padres laboran desde hace años. Sentada en uno de los comedores de la  universidad, al lado de otros estudiantes que también han trabajado  en el campo o que tienen padres campesinos, la muchacha de 16 años  dice sentirse cada vez menos intimidada por un lugar, aunque todavía 
le cuesta vislumbrar ese sitio como futuro alma mater.

 ``Quisiera  verme bien vestida y no con la ropa rota que uso para trabajar al  campo ... y trabajar en otra cosa, con comodidad'', dijo la adolescente recientemente, durante una entrevista en la universidad.  ``Se me antoja venir (a la universidad) a ver qué pasa''.

Esquivel es  parte de un grupo de 100 estudiantes campesinos o hijos de  trabajadores del campo de California que participan en el programa de  verano para alumnos de familias campesinas en UCLA. La idea es  exponerlos al mundo académico y darles una inyección de ánimo. Con 
ese fin, el Instituto de Liderazgo para Estudiantes Migrantes reúne  cada año por un mes a alumnos de los grados 10, 11 y 12 (los tres  últimos de la secundaria) y les da clases y talleres con crédito para 
centros de enseñanza superior. Los participantes de este programa  gratuito, que incluye estadía y comida en la universidad, tienen que  tener calificaciones promedio de al menos 2,0 y pertenecer al Programa de Educación Migrante, agencia federal que ofrece ayuda  suplementaria a estudiantes de prekinder hasta el grado 12. 


Básicamente hay tres tipos de estudiantes: los encaminados hacia la universidad, con buenas calificaciones; alumnos con buenas calificaciones que sólo necesitan un empujoncito académico para 
despegar y aquellos que tienen puntajes promedios bajos pero que tienen potencial de mejorar, explicó el Raúl Lomelí, director  ejecutivo de la organización que dirige el programa Saber es Poder, 
con sede en Los Angeles. Este año 55 chicas y 45 varones, de los  cuales algunos han nacido aquí mientras otros acaban de llegar hace  unos meses de México, están recibiendo clases de historia, inglés y 
talleres de liderazgo, señala la organización. La mayoría de estos  estudiantes tienen desafíos académicos especiales porque se mudan a  menudo junto con sus padres, siguiendo las cosechas, provienen de 
hogares pobres y viven en áreas azotadas por males sociales como  pandillerismo y desempleo. El programa, que termina esta semana,  también intenta incluir a los padres, invitándolos durante el primer 
fin de semana a conocer la universidad y tomar talleres sobre el  proceso de postulación a universidades.

Este año invitaron a 40 padres y contrataron a unos cuantos como asistentes del programa. Algunos de los estudiantes son indocumentados, pero eso es algo que  la organización no toma en cuenta, agregó el director ejecutivo. Uno de los recién llegados al país es Cristian Meza, de 15 años, quien va  entrar al grado 10 en el pueblo de Sanger, en el condado de Fresno. El, sus padres y tres hermanos llegaron hace unos seis meses de su  natal Jalisco, México. Caminando cabizbajo por las escalinatas de UCLA, el niño narra que el año pasado abonó la tierra, cosechó maíz y levantó ladrillos para ayudar a su familia, pues su padre no trabaja porque está en tratamiento de diálisis desde hace unos tres años.

Un día no se puso camisa y el abono le quemó la espalda, explica. Al llegar a casa, su madre preocupada le recriminó el descuido entre llantos, pero él la calmó diciéndole que había aprendido a valorar su 
trabajo más que antes. ``La vi llorando y le dije que fue mi decisión (no ponerme camisa) y ahora puedo saber de veras lo que ustedes pasan  y los sacrificios que hacen para sacarnos adelante'', cuenta el 
muchacho. ``Ahora sé que la vida no es tan fácil como dicen otros  chavales''. Debido a que muchos de los participantes trabajan para  ayudar a sus familias, como Cristian y Gabriela, a menudo los 
organizadores tienen dificultades en lograr el permiso de los padres. 

Noé Flores, quien entrará al grado 12 en la secundaria Pioneer  Valley, en Santa María, cuenta que su madre mexicana sabe el valor de  la educación y lo apoya, pero a último minuto dudó y le insinuó que 
tal vez sería mejor que no participara para ganar dinero trabajando  en el campo durante el verano. ``Me dijo, 'mejor quédate para juntar  dinero para cuando lo necesites''', puntualizó el muchacho de 16 
años, nacido en Estados Unidos. El se hubiera quedado cosechando  verduras, como lo hace desde niño al lado de su hermano mayor y de su  madre, quien trabaja en un empacadora de apio y brócoli. De hecho, 
dice haber trabajado unos 15 días en el campo entre el final de clases y el inicio del programa. Pero Flores, quien tiene un padre  alcohólico y un hermano mayor pandillero, agregó que decidió 
desentenderse temporalmente de sus problemas y aprovechar una  oportunidad que no llega todos los días.

``Trato de ser un modelo  para mi hermanito de 10 años, que me hace más caso a mí que a mi 
mamá. Trato de hacer el bien para que él no siga los malos pasos de  mi hermano mayor, que está perdido en las pandillas'', explicó Noé  sobre su decisión de participar en el programa. Pese a estar lejos de  casa, todos ellos se sienten cómodos en la universidad pues,  aseguran, saben que están entre semejantes y superiores que los  entienden, ya que han sentido en carne propia el dolor de cintura al 
final de una jornada en el campo. ``Saber que hay gente que ha pasado 
lo mismo que tú, hace todo más fácil'', explicó Noé.

 El mismo  director ejecutivo dijo haber trabajado en el campo a fines de los 90  en el Valle de San Joaquín. Y una de las asistentes de alumnos, Erica  Fernández, participó en el programa hace dos años, cuando cursaba el  grado 11.

 Ella ahora cursa Estudios Urbanos y Justicia Ambiental en la Universidad de Stanford gracias a una beca Gates Millennium que la  cubre hasta su doctorado. ``Muchos vienen con un pasado difícil y tal 
vez no puedan sanar aquí, pero les digo que la forma de ayudar a su  familia es a través de la educación, a largo plazo. El campo ayuda,  pero a corto plazo'', apuntó la universitaria mexicana, agregando que 
trabajó en el campo en México hasta los 10 años.

``Les digo que si  dejan de estudiar, allí dejan su futuro''. Pero aunque saben que 
están haciendo lo correcto, no pueden dejar de sentirse un poco  culpables por disfrutar de tantas comodidades mientras sus padres o  hermanos trabajan la tierra.

 

Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí