A fines de abril pasado, el día que el alerta por la gripe porcina acaparó la atención de los medios de comunicación, Fausta Leoni pasó todo la tarde haciéndose estudios médicos. " Tengo 39 de fiebre. Mejor hablemos la semana que viene para hacer la entrevista", sugirió la periodista que nació en Roma. Por el mismo inconveniente, pasaron varias semanas hasta que Leoni recibió a "Río Negro" en su coqueto departamento, en el barrio de Recoleta. "Hace como dos meses que estoy enferma y no me puedo recuperar", comentó antes de involucrarse en una charla que duró más de dos horas. Resulta que las enfermedades -para ella- esconden un significado que va más allá del diagnóstico clínico; son algo más complejo que una dolencia. Dice que están relacionadas con cuestiones inexplicables, y que son algo así como una forma de expresión del cuerpo.
"Me pasé la vida tratando de entender lo que es la energía de la vida. Le tengo horror a ese misterio increíble que es la muerte. Siempre me ocupé de ver qué es esa energía que nos enferma, que nos mata", explicó durante la conversación, en la que repasó sus libros "Karma. Historia auténtica de una reencarnación" -obra que lleva vendidos más de 5 millones de ejemplares desde su publicación original, en 1969-, y "Más allá del Karma", que recientemente fue editado en la Argentina por editorial Planeta.
Durante las últimas décadas Leoni alternó su residencia entre Buenos Aires y Roma. Sin embargo, los últimos años en la Argentina fueron densos. "Todos los días tengo dolor de cabeza. Muchos padecimientos son psicosomáticos, por eso me estoy yendo a Roma, probablemente en forma definitiva. Había venido al país con la idea de quedarme casi para siempre porque acá tengo a mis hermanos, a mis sobrinos... La familia está acá... Pero no me gustan muchas cosas de este país ni de mi familia, así que estoy siempre enferma. Es probable que sea algo psicosomático", reflexionó Leoni, quien tradujo al italiano la novela "Sobre héroes y tumbas", de su amigo Ernesto Sábato.
El tiempo parece estancado en este silencioso departamento de Recoleta. En su living, Leoni está acompañada por los retratos de sus mejores amigos. "Acá estamos en una reunión con (Jorge Luis) Borges en mi casa de Roma", comenta mientras señala una foto. "En esa caminábamos con (el célebre cineasta Gillo) Pontecorvo por la Piazza del Popolo (Plaza del Pueblo, una de las más famosas de Roma)". Es su momento de mayor alegría durante la entrevista. "Ese de ahí es (Michelangelo) Antonioni (cineasta, escritor y pintor italiano)", "Y ese (Federico) Fellini", "Este poema me lo regaló Roberto Benigni (actor y director italiano). Es hermoso lo que dice", "Bueno, ese de ahí es Sábato cuando era mucho más joven". El comentario sobre el autor de "El túnel" le cambia el rostro: el paso de los años le duele. El brillo desaparece y, con una mueca, refleja tristeza. El tiempo pasó, y la mayoría de sus amigos ya no están en este mundo. "Somos demasiado limitados. No podemos entender nuestra existencia ni tampoco la de Dios", dice.
-En Karma dice que su destino es cambiar la vida de los demás pero que la suya no la cambia, ¿por qué?
-Es una cosa rarísima que me pasa. Continuamente presento gente que después se casa. Le he cambiado la vida radicalmente a bastantes personas. Por ejemplo, hace un tiempo, en la esquina de casa, me encontré a mi amigo Facundo Cabral acompañado de una chica lindísima. Ella, sin conocerme, me dice: "vos me vas a cambiar la vida". Así fue: ahora es mi asistente, estamos siempre juntas y se viene conmigo a Italia, donde tal vez se quede para siempre. Soy como un canal.
-Quizá esa sea su misión en la vida...
-Por mala suerte trabajé tanto que nunca tuve el tiempo de reflexionar cada cosa. Hace unos años viajé al Tibet con un grupo de periodistas de televisión muy famosos. Fuimos a un monasterio donde había una especie de buda, que me hizo ir al día siguiente a las 4 de la mañana porque quería hablar conmigo a solas. A 3 mil metros no le explico el dolor de cabeza que tenía. Cuando llegué, este buda sabía todo de mí: "Su vida es muy difícil. Su marido y su hijo están muertos. Está sola. Cuidado, vos tenés un karma durísimo porque estás en la última vida terrenal".
-¿Qué quiere decir eso?
-Que cuando uno está en la última vida ya entendió lo que tenía que entender y vivió lo que tenía que vivir. Ya no tenés que hacer más experiencia humana. Cuando uno se va tiene que cerrar todas las cuentas: por eso no puedo tener hijos ni un compañero... La última vida es así, solos, cerrando cuentas. Me dio un papelito escrito en sánscrito y me dijo: "Tenés que repetir este mantra cien veces al día". ¡No podía porque trabajaba todo el día en la televisión! Me advirtió que de lo contrario no iba a salir de este karma porque es demasiado duro. Ahora pienso que hice mal. ¡Cómo no le di el peso que tenía! Me explicó que no tenía una vida privada propia porque la mía servía de trámite a la vida de los demás. Ahora me resigné a que sea así.
-¿Saber que puede abrir la conciencia de la gente no le da satisfacción?
-Sí, sí, eso sí. Pero me parece bastante injusto que si uno ha dedicado la vida a los demás no pueda tener una vida humana un poco mejor... Yo pensaba que la gente era toda buena, generosa y viví una vida de traiciones constantes. Tengo el karma muy duro de la traición... Antes era como una niña: confiaba en todos. Después me di cuenta de que no se puede confiar en casi nadie. Uno se pregunta, ¿la vida es justa?
-A veces eso tiene que ver con las expectativas y con una falta de desapego...
-Bueno, he tenido la suerte de conocer a Krishnamurti, quien me cambió la vida con el desapego. Le dije: "No tengo pareja, no tengo hijos, no tengo a mi familia, no tenía a nadie, no me apego a nada. Soy un ejemplo del desapego lo que usted predica". Él se reía y me decía que yo vivía en una dimensión muy justa. Pero tan feliz no soy ahora, porque estás en un limbo cuando no estás apegado a nada.
-¿Era feliz en ese entonces?
-No. Siempre me acuerdo de un episodio, después de una cena con la gente más inteligente de Italia: Fellini, Antonioni... Volvía a mi casa y por primera vez hice un balance de mi vida. Me pregunté: ¿es posible que tenga una vida tan brillante, rodeada de gente muy inteligente, pero me vuelva a casa todas las noches sola, en medio del campo? Entonces con la voz me dirigí a él, a Dios, si es que existe. Estaba enojada. Le dije: "¿Es posible que me sacaste todas las personas que amo de al lado? ¿Qué es esta soledad? ¿Vos pretendés que te busque y te encuentre a vos? Si este razonamiento es así, haceme sonar el teléfono así entiendo que mi destino es buscarte a vos y no a un hombre o a un hijo.
-¿Qué sucedió?
-El teléfono no paró de sonar toda la noche. Cuando se lo conté a Krishnamurti me dijo que, con mi mente, había sido yo la que había hecho tocar el teléfono. No lo creo. Fue una contestación muy verdadera. Pero todo me han sacado de al lado, hasta el último hombre, que era muy joven, se murió en tres meses -dice mientras con un pañuelo se seca las lágrimas-. Todo porque tengo que estar sola para tratar de entender los misterios. Es como que algo más poderoso que nosotros quisiera que vivamos en el misterio porque cada vez que nos acercamos o nos ocupamos en entender algo, viene una paliza dura representada por enfermedades, muertes u otra cosa.
-¿Y ahora qué hace?
-Sigo escribiendo y persiguiendo mi destino, sólo que ya no lo llamo Dios sino misterio. El problema con Dios no es tanto creer sino amarlo porque me parece que es despiadado, incompleto... Lo difícil es entender qué quiere. ¿Por qué hizo un ser humano tan pequeño y débil? Te hace frágil así pecás y después te da paliza. No me parece justo. Pero sigo. Es mi destino.
-¿Cree realmente que es su último karma?
-Sí. En India, me pararon tres veces en la calle y me decían "ah, pobrecita, estás en tu última vida". Lo ven en el aura.
-Da la sensación de que su mirada es algo negativa. Por ejemplo, si este fuera su último karma, estaría en las puertas de algo nuevo, ¿no?
-Para una persona ambiciosa puede ser positivo, pero no para mí. No niego que esta vida ha sido muy interesante pero sólo quería una vida humana tranquila. Veo amigas que les hubiese gustado escribir mis libros, que fueron best seller. Juro sobre Dios que a mi no me importa nada. Me molesta cuando la gente me llama por teléfono o me escribe para decirme cosas maravillosas. Sólo quiero estar en paz. Si Dios me hubiera creado un poco más ambiciosa estaría contenta.
JUAN IGNACIO PEREYRA
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