Es difícil saber si efectivamente los dobles de Gran Cuñado tuvieron algo que ver en el acto solitario de elegir a los representantes de Buenos Aires. Pero está claro que los políticos, los que participaron de la campaña, creyeron que su presencia en el programa de Marcelo Tinelli le agregaba mucho más que rating a los números de las encuestas. Por eso fueron.
Y esa es la prueba más evidente de que ningún ciclo de política, por prestigioso que sea, tiene tanto peso para ellos como el programa más duramente criticado -pero más visto- de la tevé.
Lo probó Francisco De Narváez, el primero en jugarse el ridículo ante las cámaras. Y en salir a defenderlo después: "Lo que hace Gran cuñado es humanizar la política", dijo. A él, le siguieron los demás. Mauricio Macri, que homenajeó a Queen con su imitador; Gabriela Michetti que se animó a cantar; el siempre adusto Carlos Reutemann, que llevó "un regalo para la presidenta": un yuyo gigante en clara alusión a la soja y al conflicto con el campo, y hasta Néstor Kirchner que después de largas negociaciones, idas, vueltas y presiones varias sobre el dueño de Ideas del Sur, pudo cerrar virtualmente la campaña vía telefónica.
Los dobles siguieron ayer su recorrido fuera del escenario de Tinelli y acompañaron a los verdaderos a votar. Se salieron de la casa para colarse en el acto electoral y darle color. Es fácil apuntar contra Gran Cuñado; decir que trivializó la campaña, y que hizo descender el debate a la planicie del absurdo. Pero nada de eso es nuevo en este país ni en nuestra pantalla chica.
En 1995, Tinelli se jugó por el ganador de las encuestas, y le ofreció la arena de su circo a Carlos Menem para que cerrara su campaña electoral antes de la reelección. Menem ganó. Kirchner, anoche, no.