Por CARLOS TORRENGO
carlostorrengo@rionegro.com.ar
Para radio Colonia, aquella noche del 29 de mayo del ´69 Córdoba era Vietnam.
-¡Se lucha casa por casa! ¡Cuerpo a cuerpo! ¡Tres mil paracaidistas del ejército se enfrentan a miles de obreros y estudiantes! ¡La ciudad está a oscuras! ¡A las 21, sólo hablan los disparos de mortero, artillería pesada, tableteo de ametralladoras y disparos de francotiradores! -exageraba la emisora uruguaya, tan ligada a la política argentina.
Pero Córdoba no era Vietnam. Era el Cordobazo.
Los hechos son conocidos. En la media mañana del 29 de mayo del ´69 miles de obreros y miles de estudiantes coparon el centro de Córdoba. Se generalizó el entrevero con la policía, que no pudo con el desafío. Se replegó como pudo. Entonces, Juan Carlos Onganía, dictador de turno desde el golpe de junio del ´68, ordenó al Tercer Cuerpo de Ejército que pusiera orden. A media tarde entró a tallar la IV Brigada de Paracaidistas. Con la noche, la cosecha: heridos y nueve de los 14 muertos que se cargó el Cordobazo. Muertos civiles y jóvenes.
Aquellos días de mayo del ´69 eran muy calientes. En menos de una semana, en Corrientes y Rosario, la policía había asesinado a dos estudiantes universitarios: Bello y Cabral. ¿Qué se comenzaba a insinuar en la Argentina de aquellos días con estos hechos?
Comenzaba a acelerarse el resquebrajamiento del sistema político surgido en el ´55 con el derrocamiento del régimen peronista. Sistema restrictivo. Incompleto. Deslegitimado desde un vacío que lo definía: la proscripción del peronismo. Sistema que a 14 años de la Libertadora había respondido parcialmente a esa pregunta directa y sincera de Victoria Ocampo: "¿Qué hacemos con la masa?". Parcialmente, porque la respuesta siempre había sido escamoteadora. "Sí pero no", sentenció Robert Potash.
Pero el Cordobazo no fue un movimiento peronista. Ni siquiera en sus estereotipadas consignas. Contó con la irritación del peronismo, pero expresó todo el imaginario contenido en un tiempo de ideas cuestionadoras al poder que se desplegaban por el mundo en aquellos dialécticos ´60.
Ni siquiera expresó una crisis económica aguda. Un tema en el que coinciden hombres con pensamientos políticos escasamente afines: el entonces ministro de Economía del régimen militar Adalbert Krieger Vasena y el sociólogo Francisco Delich.
Los sindicatos que se movilizaron en el Cordobazo -SMATA y Luz y Fuerza, entre otros- pasaban por un momento floreciente en materia de salarios.
Fue, además, una arremetida contra el principio de orden consustancial a la dictadura instaurada con el derrocamiento de Arturo Illia. Un orden fundado en un tradicionalismo conservador y ahistórico. El Estado Burocrático Autoritario que tan bien desviscerara Guillermo O´Donnell se hacía añicos.
Pero ¿por qué la demolición de la patología que arrastraba este sistema de poder estalló con tanta furia en Córdoba?
Las razones son de variada naturaleza. Incluso algunas hay que referenciarlas con la propia historia de la provincia. Pero entre aquella variada gama de causas hay un determinante que tiene consenso extendido en los investigadores: el importante desarrollo económico con que se proyectaba Córdoba desde mediados de los ´50. Un hábitat muy particular a la hora de propiciar ilusiones, realidades y contradicciones.
En su libro "Córdoba en los años ´60. La experiencia del sindicalismo combativo", Mónica Gordillo demuestra con sólida precisión la gravitación de ese determinante. Una síntesis de sus argumentos dice:
- Una expansión de la industria que pivoteó en la industria automotriz convirtió a Córdoba en una verdadera isla de desarrollo. Esto provocó profundas transformaciones en la estructura social de la provincia y en su mercado de trabajo.
- Si bien la demanda de mano de obra fue cubierta por nativos de la ciudad, hubo un flujo inmigratorio sobre Córdoba capital desde el interior de la provincia que promovió el surgimiento de nuevos barrios donde los intereses del sector obrero generaron una fuerte identidad.
- Un elemento común a este plano social es el estar integrado por trabajadores jóvenes que iniciaban su vida laboral en fábricas, lo que implicaba carencia de tradición sindical previa, con excepción de un pequeño porcentaje. Aquella flamante inserción en el sistema de relaciones predominante en la empresa capitalista generó una nueva conciencia gremial.
- Conciencia de que, sin embargo, al organizarse en un marco de proscripción al peronismo, en los hechos el sindicato pasó a cumplir un rol político. Actuaba como ámbito por donde se canalizaban, junto con las reivindicativas, las aspiraciones políticas que no encontraban salida por otros cauces.
Orillando los 70 años, el sociólogo Juan Carlos Torres es el más riguroso investigador argentino del peronismo, al que ha dedicado más de 40 años de estudio. En 1994 publicó "A partir del Cordobazo". Importan aquí dos de sus reflexiones sobre aquel proceso.
- Para los trabajadores, representaba la culminación de la resistencia que, a partir de 1955, habían opuesto a los más diversos proyectos políticos que se propusieron, desde el poder, desmantelar los cambios sociales e institucionales promovidos por el régimen peronista. Para los jóvenes, era el comienzo desafiante de la vasta empresa que apuntaba a subvertir a sangre y fuego un orden que aparecía a sus ojos como moralmente injusto y políticamente cínico y corrupto.
- Si la defensa de sus posiciones adquiridas frente a los intentos por arrebatárselas había inspirado a los trabajadores, la revuelta moral era, entretanto, la que guiaría con pulso firme la cruzada armada que los jóvenes lanzarían contra las prácticas y los valores establecidos.
La convergencia de obreros y estudiantes tirando en la calle para el mismo lado le sirve al historiador Horacio Tarcus para tender un hilo conductor entre el Mayo Francés y el Mayo Argentino. Director del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina, Tarcus sostiene que ambos mayos, "más allá de sus evidentes diferencias, fueron momentos singulares de encuentro y mutua potenciación entre dos sujetos, dos movimientos y, por lo tanto, dos tradiciones: la obrera y la juvenil. Sin duda, en cada acontecimiento se han anudado de modo diverso".
-¿Un momento único, irrepetible? -se preguntaba Silvio Frondizi en su cátedra de La Plata tres años después del Cordobazo y estallaba el debate entre sus alumnos.
Todo en un tiempo en que todo parecía posible, que alentaba el ponerse en marcha. Sabiendo o no lo que se quería pero sí lo que no se quería.
-Ese punto de la historia cuya arquitectura es siempre efímera sólo se vive de momentos, construyendo historia en una cotidianidad que nadie puede controlar -reflexionó un cordobés por el mundo de las ideas que lamentablemente murió muy joven: Deodoro Roca, uno de los padres fundadores de la Reforma Universitaria.
Todo se mueve. Nada está quieto.
"Son coyunturas -escribe Tarcus en su impecable ´El Mayo Argentino´- fugaces de la historia en que los sujetos salen de sus rutinas laborales, estudiantiles, institucionales, momentos históricos donde las formas dejan de corresponderse con los contenidos, donde estalla la ´normalidad´, en que predomina ese sentimiento colectivo de que los poderosos no son tan poderosos, de que las masas populares no están condenadas por fuerza alguna del destino a la pasividad y a la obediencia. Momentos históricos donde aparece que todo es posible, que basta con desearlo colectivamente para que pueda hacerse realidad".
Desde ese dictado se ganó la calle en aquel Córdoba capital de mayo del ´69. Y la "normalidad" que esas calles acorralaron fue la de una dictadura que creía dominar la historia. Mística. Corporativista. Convencida -al mejor estilo de las propuestas de Herder- de que, a más prejuicios, mejor país. Dictadura liderada por un general con singulares limitaciones para todo aquello que requiera un sistema de pensamiento complejo.
Para muestra de esto vale lo que cuenta Rosendo Fraga en su libro "¿Qué hubiera pasado si??": "En 1934 Juan Carlos Onganía egresa del Colegio Militar como subteniente, lugar 84 sobre una promoción de 110, es decir entre los menos dotados intelectualmente". Ni siquiera pudo cursar la Escuela de Guerra para ser oficial de estado mayor. "Su llegada a general fue excepcional y llega porque los avatares de una de las crisis político-militares de la época le podaron el camino sacándole a quienes lo precedían en orden de mérito".
Onganía lideró un régimen cívico-militar de tiempos, de prioridades determinadas por tiempos. Al tiempo económico le seguiría el tiempo social, decía. Luego -recién después de un lapso que jamás definió-, el tiempo de la política.
Tiempos que fueron sepultados en Córdoba, un día hace hoy 40 años.