Por ALEJANDRO GORSKY
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Salimos temprano ese jueves 29 de mayo. El "paro activo" estaba convocado para las 10 de la mañana y antes debíamos asegurarnos de encontrar a los compañeros y llegar a los puntos de reunión. El día anterior había sido agitado. Las discusiones en las asambleas universitarias fueron durísimas entre los que sosteníamos la necesidad de que los estudiantes nos sumáramos al paro obrero y la ultraizquierda (cuando no) que se oponía a seguir a la "burocracia sindical".
La noche del 28 la última reunión fue en SMATA, con Elpidio Torres, secretario general del gremio y figura clave de la movilización; el querido "Negro" Atilio López, de UTA, luego vicegobernador y asesinado por la Triple A; el "Gringo" Tosco, de Luz y Fuerza, y otros dirigentes sindicales y estudiantiles, a la que fuimos en representación de los que habíamos ganado con la posición de apoyo en las asambleas desde AUN (Agrupación Universitaria Nacional) u otras.
Veníamos de 15 días convulsionados en todo el país, que habían comenzado en Corrientes con la muerte de un estudiante. Hacía diferente a ese 29 que el núcleo convocante fuera el movimiento obrero. El hastío y el repudio a la dictadura de Onganía continuadora de 15 años de proscripción, represión popular y empequeñecimiento del país encontraban unidos a clases medias y trabajadores.
A las 10 de la mañana 5.000 operarios de IKA-Renault comenzaron su marcha por la avenida Vélez Sársfield; a las 13 la feroz represión mató a Máximo Mena. La noticia fue un reguero y empezaron a aparecer barricadas en cada esquina. Estábamos en Chacabuco y Entre Ríos, los vecinos nos daban los elementos para las barricadas que impedían avanzar a la Policía; de cada puerta o balcón se sumaba algo. Las piedras y las bolitas de acero para dejar a la montada fuera de acción eran el arsenal fundamental. Ya no éramos sólo los obreros y los estudiantes. Se sumaba todo el pueblo. Barrios enteros, empezando por el Clínicas y Güemes, no dejaban entrar a los represores. La gente se apropiaba de sus calles en una Córdoba que sublimaba el ominoso recuerdo de setiembre de 1955. Después de las 15 desapareció la Policía, incapaz de controlar la situación.
El "No deje de luchar por un gobierno obrero y popular" era el canto difundido en miles de gargantas, repetido con bronca y alegría en las calles recuperadas. Llegó luego el Ejército a disolver la movilización y el sonido de los disparos fue frecuente. Al atardecer los trabajadores de Luz y Fuerza "bajaron la palanca" y la ciudad quedó a oscuras, recorrida por las luces de los vehículos militares. Terminaba un día de furia popular. Los que estábamos en el centro dormimos en un departamento de la calle San Jerónimo. El viernes 30 fue difícil. Con toque de queda, ruido de balas, allanamientos, detenciones y sin saber de los compañeros, finalizaban dos días que marcarían la historia del país. No hubo dirección ni organización, fue un levantamiento espontáneo contra los enemigos de la Patria. Se empezaba a derrumbar la dictadura cívico-militar. Comenzaba un camino que terminaría en las elecciones de 1973. No lo sabíamos en ese momento. Pero estábamos, y estamos, convencidos de que la confluencia de los trabajadores, de los desposeídos y de las clases medias era, y es, la única salida para nuestra Argentina. No dirigimos el Cordobazo, no lo planeamos, pero estuvimos allí.