SAN MARTÍN DE LOS ANDES (ASM).- Esta nota podría comenzar con especificidades sobre el gato guigna, su hábitat, su carácter huidizo y su acuciante condición de especie vulnerable, en el país con la mayor variedad de felinos silvestres de América. Pero acaso resulte mejor iniciarla con la frase que el atildado biólogo dejó caer en tono de asombro, cuando vio la imagen: ¡Esta foto es un golazo! Y no hay demérito académico en esa observación.
Porque después de ocho años -el proyecto comenzó en 2001-, por primera vez se deja ver entre cámaras remotas instaladas en pleno bosque de selva valdiviana, un "Leopardus guigna", animal de apenas dos kilogramos de peso, que se alimenta de roedores, lagartijas y aves pequeñas; que vive en el bosque más cerrado, que no se deja ver y del que se sabe tan poco en comparación con otros de su especie (ver recuadros).
De hecho, es uno de los dos felinos menos conocidos del continente americano, junto con el jaguareté (Panthera onca) y el gato andino (Leopardus jacobita), y los tres son los felinos más amenazados de Sudamérica.
Hasta el presente sólo se conocía al gato en la zona por antiguos relatos y por los cadáveres hallados de tanto en tanto, así como por la hasta ahora única foto que de la que se tenía referencia en la región, tomada en el Parque Nacional Nahuel Huapi. Si hay algo que el gato guigna sabe hacer, podría decirse, es esconderse del hombre, aunque esa circunstancia no evita que su existencia esté amenazada, quizá en buena medida por la desinformación y el desconocimiento del público sobre este animal.
El guigna necesita de un plan de manejo para su conservación, ya que su especie se ve amenazada por la fragmentación de su territorio, la competencia con otras especies, el ganado doméstico, los animales sociales (gatos y perros) que le transmiten enfermedades, y el propio hombre, el lugareño, que lo mata creyendo en gran medida que es un simple gato más, afecto a los gallineros (ver recuadro).
Así lo cuentan el biólogo Martín Monteverde, del centro de Ecología Aplicada del Neuquén, y el guardaparque de la seccional Queñi del Parque Nacional Lanín, Guillermo D´Oliveira, que participan del proyecto interinstitucional "Ecología y Conservación de un Felino Amenazado en el Noroeste de la Patagonia", junto a las ong "Conservación patagónica" y la norteamericana y conocida "Sociedad para la Conservación de la Fauna Silvestre".
Pero en buena medida, el impulso de este programa obedece a los recursos que aportaron la "National Geographic Society" y la británica "Bufford Small Great Foundation", que en 2008 aportaron el dinero para multiplicar las hasta entonces escasas cámaras remotas instaladas en el bosque. Con esos fondos frescos, el proyecto cobró nuevos bríos, aunque, justo es decirlo, seguía sosteniéndose por el esfuerzo y el cariño de la gente empeñada en saber más del gato guigna: "No se puede querer, no se puede conservar aquello que no se conoce", dice Monteverde.
Las cámaras fueron instaladas en una zona de bosque cerrado, con alto régimen de lluvias, casi en el límite fronterizo con Chile, a unos 50 kilómetros al oeste de San Martín de los Andes, en el sector Hua Hum y lago Queñi, que exhibe a su vez un raro microclima, según cuenta D´Oliveira.
Las cámaras remotas son sensibles tanto al movimiento como al calor, y hasta aquí venían captando otros animales, entre ellos gran cantidad de zorros... pero ningún guigna. Hasta que una de ellas, que permite observar como sector de potencial paso de los animales el área que rodea a un tronco y el tronco mismo, caído sobre el piso y ganado por la vegetación, captó la inconfundible fisonomía y color del pelaje de un gato guigna.
La toma está registrada desde atrás del animal, lo que es en sí mismo una gran suerte, ya que la cola del guigna es de forma muy peculiar, corta y de pelo esponjoso, lanudo, lo que actúa como una virtual huella dactilar para la interpretación de los biólogos. No cabe duda, por primera vez en ocho años de esfuerzos, un gato guigna se dejó ver ante las cámaras del Parque Nacional Lanín.