PARÍS (DPA).- Las imágenes no podrían ser más contrastantes: mientras muchos franceses gozan el sol de mayo tomando café en las terrazas y aprovechan los fines de semana largos para escaparse a la playa, obreros furiosos bloquean fábricas y encienden neumáticos. Presentadores ya alertan de un nuevo "Mayo del 68", cuando la aburrida Quinta República repentinamente se vio afectada por una explosión social que hizo que algunos empresarios y ministros guardaran documentos y dinero para irse al exilio en Suiza.
¿Qué tan inestable es realmente la república de Francia?
La radicalización de las protestas es clara. Al igual que en los años 70 se bloquean fábricas, universidades y puertos, y hay "salvajes" cortes de luz. En los días de protesta, los sindicatos movilizan a millones de personas. Y los ejecutivos son tomados de rehenes para evitar despidos.
Según una encuesta del instituto TNS-Sofres, un sorprendente 17 por ciento de los franceses están dispuestos a realizar una "Boss-napping" o "secuestro del jefe". La mayoría lo encuentra natural. La líder socialista Ségolène Royal considera por eso que se ha llegado a una "situación de prerrevuelta".
Pero también el ex primer ministro conservador Dominique de Villepin advierte del "riesgo de una revolución". Y para la diputada liberal Christiane Toubira "el clima social recuerda a 1788". Y agrega que la indiferencia del gobierno frente a la creciente injusticia crea "un entorno prerrevolucionario".
Sin embargo, los sociólogos creen que esa hipótesis es absurda. Con sus "discursos sobre la tragedia social" los políticos sólo quieren llamar la atención, explica Guy Groux, director de investigaciones del centro de investigación política CEVIPOF. "Los conflictos están aislados el uno del otro", argumenta. Los pescadores, trabajadores o guardias de prisiones que protestan no están unidos, agrega.
Las acciones radicales sólo pueden llamar la atención, declaró Groux a la revista de noticias "L´Express". "Y funcionó: (el presidente) Nicolas Sarkozy prometió salvar la planta de Caterpillar".
Aunque el éxito de los días de protestas muestra lo difundida que está la ira de los franceses, a diferencia de 1968 ó 1789 los manifestantes no tienen exigencias concretas.
Aunque maldicen a los banqueros y ejecutivos como "ladrones", no piden expropiación ni socialismo.
Además, ningún partido opositor brinda una alternativa creíble a la política anticrisis del gobierno, lo cual no permite una dinámica de derrocamiento.
Sin embargo, el número de desempleados se dispara. Entre los hombres menores de 25 años, uno de cada dos está sin trabajo, especialmente afectados resultan los varones de las familias de inmigrantes.
Por eso el gobierno teme que la situación se agrave en otoño (boreal), cuando por un debilitamiento coyuntural muchas empresas pasan del trabajo temporal a despidos. Los sindicatos tradicionales son demasiado débiles para encauzar las protestas, dicen en el Palacio del Elíseo. Eso altera la imagen.
¿Cómo sigue esto ahora? El historiador Stéphane Sirot anticipa una "multiplicación de las rebeliones locales", donde sin embargo cada uno sólo lucha por su trabajo e interés. El sociólogo Michel Wieviorka teme un "círculo diabólico" en caso de que el gobierno actúe autoritariamente.