Si la Unión Cívica Radical volverá a gobernar la Argentina es tema que dilucidará el tiempo por venir.
Pero no es menos cierto que, tras años de sistemático desplome de su poder, lo que en política el francés Jacques Rancière define como "una cierta cuestión" quizá esté despuntando en el seno del veterano partido.
"Una cierta cuestión" en tanto proceso cuya marcha se insinúa pero a su vez, como eventual consecuencia de su propia dialéctica, proceso que puede anularse en su mismo trámite. "Es algo más que una posibilidad, pero también instancia que puede llegar a ahogarse en sí misma", dice Rancière a modo de explicar la "dinámica suelta" que suelen asumir determinadas instancias de la política.
La "cierta cuestión" que se está expresando en el radicalismo tiene, en principio, dos características:
Una: no se refiere a que esté en marcha, al menos en lo inmediato, una reconstrucción vigorosa del alicaído poder que sobrelleva el partido y que renueve rápidamente su alicaída inserción en la sociedad.
Dos: se relaciona sí con nuevas realidades que, forjadas en el interior del partido, primero, rompen inercias. Y luego modifican la distribución del poder en ese frente.
En la Convención del partido en Mar del Plata mucho de esto último quedó muy en evidencia. El cónclave comenzó con un partido que arrastraba distintos esquemas internos de poder -en algunos casos enfrentados entre sí- y acabó con otro. Un poder más horizontalizado. Ajeno a la existencia de personalismos excluyentes a la hora de hacer valer decisiones. Este radicalismo está ausente de lo que ha sido una perniciosa constante a lo largo de sus casi 120 años de vida: liderazgos carismáticos.
A decir de Juan José Sebreli, no hay "apóstoles regeneradores" del destino del partido. No hay "voz" que haga y deshaga a su antojo, como designaba Crisólogo Larralde a ese tipo de conducciones. Timoneros capaces de llevar el partido a la gloria y también a la inercia fatal que implican la falta de debate y la carencia de autocrítica.
"Hombre-idea; hombre-encarnación; hombre-bandera; hombre-símbolo, sembrador, profeta...", definió con singular exceso de devoción Horacio Oyhanarte a Hipólito Yrigoyen.
Desaparecido Raúl Alfonsín, ese tipo de liderazgos quizá sea más materia de la historia que posibilidad de repetirse en el futuro.
Consolidando poder
Es concreto, sí, que en Mar del Plata se consolidó el poder del presidente del partido, Gerardo Morales. Resistió la embestida de un grupo de descoloridos remanentes de Renovación y Cambio y restos de lo que fue Línea Nacional, todo un conjunto liderado por el presidente de la Convención Hipólito Solari Yrigoyen.
La embestida apuntó a modificar la Carta Orgánica del partido en una única dirección: restarle autonomía al Comité Nacional para, por caso, intervenir distritos partidarios. Protagonistas esenciales de la embestida fueron varios convencionales pertenecientes al radicalismo vendido al peronismo. Entre ellos, varios correntinos y rionegrinos.
Para este radicalismo Morales es la peste. Les duele el "manu militari" que con amplio respaldo del partido que no se vendió aplicó cuando la sangría hacia el kirchnerismo tenía perfiles de festín.
Pero la conducción de Morales -un hombre de pensamiento sencillo, práctico- se ejerce desde cierta socialización de los puntos de vista que nutren sus decisiones.
Lidera con el respaldo de lo que bien puede denominarse radicalismo "federal".
Se referencia en la consulta con infinidad de dirigentes que no se vendieron al peronismo. Dirigentes cuyos pergaminos se fundan en el estar y estar en el partido aun en medio de la oscuridad. Y en algunos casos, hombres con mucha valía a la hora de confrontar con el kirchnerismo, por ejemplo, desde el Parlamento.
Éste es el caso, entre muchos otros, del mendocino y senador Sanz, del cordobés y diputado nacional Aguad y del rionegrino Fernando Chironi, que cuando fue titular del bloque radical en la cámara baja irritó tanto a Néstor Kirchner que éste ordenó que lo sacaran del Protocolo de la Rosada.
Pero ese radicalismo "federal" también computa, siempre entre otros, al cordobés Mario Negri, esencial en la construcción del frente con Elisa Carrió, y los bonaerenses Margarita Stolbizer y Ricardo Alfonsín.
Y es precisamente en territorio bonaerense donde se está produciendo una mudanza singular en el esquema del poder interno del partido. Una geografía que desde el nacimiento del radicalismo, a comienzos de 1890, fue columna vertebral de su poder. "No hay radicalismo nacional sin la provincia de Buenos Aires" es un convencimiento que ha recorrido el partido. Pero en territorio bonaerense hoy el radicalismo tiene su poder muy carcomido, disperso, dependiendo de la gestión de éste o aquel intendente proveniente de sus filas.
Pero en Mar del Plata el radicalismo puso en marcha el operativo tendiente a juntar su tropa en esa provincia. El proceso germinó vía una situación de hecho: en la conformación de listas para las próximas elecciones gravitaron Stolbizer y Alfonsín hijo.
Los derrotados
Esto implicó la derrota de dos dirigentes crecientemente cuestionados en ese distrito: Federico Storani y Leopoldo Moreau.
Cosechan rechazos a partir de estilos mañosos, "conductas con recovecos" con que han manejado parte del destino del partido en la provincia. Estos dos retroceden incluso ante la conducción del partido en la provincia, en manos de Salvadores, un dirigente de la Zona Norte dispuesto a oxigenar el radicalismo bonaerense.
Pero el desafío más grave que encara el partido como instancia nacional no es cómo volver a juntar su familia.
Lo más grave le viene desde muy lejos en su historia. Es consustancial a su cuna. Se trata de la concepción voluntarista con que mira las posibilidades de la política.
Es una concepción que siempre se correspondió con la sujeción que el partido ha tenido al puñado de líderes, no más de una docena, que manejaron su destino en sus casi 120 años de vida.
"Desde la visión voluntarista de las cosas, la realidad externa a la propia voluntad no tiene estructura -es estructurada por el liderazgo- y por lo tanto no existen restricciones a las que haya que someterse ni adaptarse. Basta la voluntad, legítima si una mayoría la respalda", reflexiona acertadamente Manuel Mora y Araujo en una investigación que lamentablemente los radicales no han leído: "Ensayo y error".
El voluntarismo está en el centro de las tempestades que el radicalismo se forjó cuando fue gobierno.
Hace ya casi 30 años, James Neilson se asombraba del voluntarismo que signa la apreciación que los radicales tienen del ejercicio del poder. Una cultura que en alguna medida implica hacer política desde el convencimiento de que de alguna manera las cosas siempre se solucionan.
Ése es el drama que emerge y emerge a la hora de mirar mucho del largo periplo del radicalismo como gobierno nacional. Una tendencia de la que sólo pudieron sustraerse las presidencias de Marcelo Torcuato de Alvear y, en un marco muy particular, de Arturo Illia.
Pero, al margen de esos procesos, acertó Neilson cuando en 1981 sostuvo que el pensamiento del radicalismo generalmente reviste un "aire de insustancialidad etérea" y que sus propuestas -en economía, por caso- suelen ser "extrañamente pomposas".
El radicalismo falla al no ver en el ejercicio del poder un reclamo intelectual más complejo que la voluntad. Un espacio que exige ideas, convicción en su contenido y decisión para aplicarlas.
"Somos individualistas y socialistas, federalistas y unitarios, liberales y conservadores, creyentes y descreídos, religiosos y ateos", sentenciaba el dirigente Pedro Molina en polémica con Hipólito Yrigoyen al promediar la década del ´10.
Y sentenciaba con singular vigencia para este presente: "¿Qué vínculos nos unen, entonces? En la actualidad no tenemos más que el odio a la camarilla gobernante. Todos nuestros discursos lo respiran. Surgido para eliminar del escenario político un personalismo, vive encenegado en otro".
Finalmente Molina remataba: "El partido radical no tiene orientación. Ninguno de sus miembros, ni aun los dirigentes, podría afirmar con seguridad adónde se les lleva".
Casi un siglo después de este diagnóstico, ¿podrá el radicalismo superar sus contradicciones?
Por CARLOS TORRENGO
carlostorrengo@hotmail.com