ALMERIA, España (AP).- Un día al mes, desde hace seis meses, Antonio Montoya Soto acude a las oficinas públicas de empleo. Con paciencia resignada, hace una cola cada vez más larga de desempleados que esperan cobrar el dinero del subsidio o cazar alguna oferta de trabajo. No hace mucho tiempo, Montoya, de 54 años, llevaba una vida muy diferente, casi de ensueño, como obrero de la construcción. Compró una casa, dos coches y prosperó. Su hogar es el recuerdo de los buenos años. El salón es acogedor y un patio con mesas y sillas muy coqueto prolonga la estancia como alternativa ideal en los calurosos días de verano. Pero Antonio perdió su empleo el pasado agosto y con él, por aquello de que las desgracias nunca vienen solas, su esposa y sus cuatro hijos también se quedaron sin trabajo. Ahora, sobreviven con 750 euros (unos 1.000 dólares) al mes de la prestación y viajan en micro para no gastar dinero en combustible.
"A veces pasaba de largo por la oficina de empleo y me decía a mí mismo que nunca me vería en esta situación. Fíjate ahora...´´, comenta cabizbajo, como sin dar crédito a lo rápido que han empeorado las cosas para toda su familia.
Bienvenidos a Almería, una de las ciudades más golpeadas por la recesión y la crisis en España.
El paradigma del final de los días de vino y rosas en Almería se llama "Pueblo de Luz´´. Como si fuera un monumento erigido por la ironía del destino, el esqueleto de cemento de este macroproyecto urbanístico de centenares de viviendas permanece en pie junto a enormes grúas en silencio, porque la promotora no tiene dinero para pagar.
La economía de esta provincia se ha sustentado tradicionalmente en dos industrias: las canteras naturales de mármol y la agricultura intensiva de los invernaderos. Durante los años de bonanza, la construcción de turismo residencial, es decir segunda vivienda, se sumó a la fiesta para cerrar un círculo poco virtuoso.
La costa se pobló de urbanizaciones de lujo y campos de golf. El turismo británico, con la libra en buena forma, no tardó en colonizar la zona. En junio del 2006, unas 85.000 personas trabajaban en la construcción en Almería.
Hoy, de acuerdo con un estudio publicado por los sindicatos, no llegan a las 19.000.
Antonio Rosal, de 32 años, natural de Almería, pertence a Comisiones Obreras, uno de los dos sindicatos mayoritarios de España. En los últimos meses, se multiplica para poder asistir a las decenas de reuniones para negociar despidos colectivos en las empresas.
"Aquí nos hemos tirado 10 años viviendo a todo tren y resulta que no había tanta clase media como pensábamos´´, reconoce. "Sinceramente, creo que jamás llegaremos a lo que hemos tenido´´. Rosal considera que muchos trabajadores han vivido estos años por encima de sus posibilidades, sin pensar un sólo instante que podrían perder su empleo.
Así era la vida de Antonio Montoya cuando ganaba 1.200 euros al mes y sus cuatro hijos trabajaban en sectores relacionados con la construcción. En su casa, viven tres de sus hijos de entre 17 y 32 años y la novia de uno de ellos, todos sin empleo. Con los 750 euros que Montoya cobra del subsidio y 400 euros que el gobierno concede a familias en dificultades paga 500 euros de una hipoteca que no vence hasta el 2017, alimenta seis bocas y costea las facturas.
"Son momentos difíciles´´, reconoce. "Ahora, trato de no conducir por no gastar en combustible y a veces comemos las sobras de dos días para ahorrar´´.
Para frenar la sangría de desempleados, el gobierno invirtió más de 11.000 millones de euros en un ambicioso plan de obras públicas para emplear de nuevo a los desocupados de la construcción. Pero muchos expertos estiman que ningún rescate será efectivo.
Montoya es uno de los rostros detrás de la fría estadística. Como él, más de 800.000 familias tienen a todos sus miembros desempleados, según cifras del Instituto Nacional de Estadística. Son lo que algunos expertos han bautizado como los nuevos pobres del ladrillo.
"Seguiremos luchando", dice Montoya. "Yo salgo todos los días a buscar trabajo. Alguna vez encontraré, confío", concluye.