| R. Allen Stanford seducía a sus inversionistas mayormente de dos maneras: halagando y engañándolos. Su empresa servía a una clientela acaudalada, contaba con empleados de categoría y se ufanaba de ser "una institución de capital privado que tiene toda la libertad para dedicarse a su mayor prioridad: usted, el cliente´´, dice el banco, que prometen "ganancias sin par´´. Pero esas ganancias al parecer nunca existieron. Aunque la compañía aseguraba haber logrado réditos de dos dígitos entre 1993 y el 2005, en realidad no alcanzaban el 10% desde 1994. Las autoridades allanaron las oficinas en Houston y cerraron la compañía, en medio de acusaciones de que Stanford había prometido a sus clientes réditos fantasiosos en base a 8.000 millones de dólares en certificados de depósitos, y de que cometió otros tipos de fraudes. Stanford mintió sobre las raíces y la historia de su compañía -no solamente sobre sus finanzas- a fin de ganarse la confianza de los inversionistas. (AP) | |