Según el ex presidente del Banco Central Mario Blejer, la recesión en la que ha caído buena parte de la economía mundial será "profunda pero corta", ya que a su juicio Estados Unidos comenzará a levantar cabeza antes de terminar el año corriente y Europa lo hará poco después. La opinión de Blejer acerca de la probable evolución de la crisis es compartida por la mayoría de los dirigentes de los diversos gobiernos nacionales y de los funcionarios que desempeñan cargos en organismos internacionales, pero sucede que en su caso el optimismo es virtualmente obligatorio, ya que no quiere ser acusado de asustar a los agentes económicos pronosticando desastres. Será por eso que se han equivocado tanto los voceros gubernamentales y los de organismos como el FMI en sus esfuerzos no sólo por prever lo que sucederá en los meses próximos sino también por estimar lo que ya ocurrió. A juzgar por cifras que acaban de difundirse, en muchos países desarrollados el último trimestre del año pasado resultó ser llamativamente peor de lo que se creyó. En la zona euro el producto se contrajo el 1,5%, con la reducción más penosa -del 2,1%- registrada en Alemania, seguida por Italia, cuyo producto cayó el 1,8%, Francia, con el 1,2%, y España, con el 1%. Según la oficina estadística europea, se trata de los datos más desalentadores que se han visto desde hace 60 años. Huelga decir que las noticias procedentes de países europeos que han conservado su propia moneda, como el Reino Unido, además de Estados Unidos y el Japón, no contribuyen a hacer menos gris el panorama. Luego de muchos años de crecimiento, todas las economías del Primer Mundo han comenzado a achicarse sin que hasta ahora se hayan producido señales convincentes de que el proceso así supuesto esté por revertirse.
En principio, una caída estadísticamente modesta del producto bruto de un país rico no debería ocasionar demasiados problemas. Al fin y al cabo, el ingreso per cápita actual de los europeos es lo que fue hace un año, dos o a lo sumo tres, cuando a nadie se le ocurrió hablar de crisis. Sin embargo, las sociedades modernas están conformadas de tal manera que pocas están en condiciones de tolerar por mucho tiempo un período que no se vea signado por la expansión económica. La desocupación, el miedo a perder el empleo, las dificultades enfrentadas por quienes se endeudaron cuando era muy fácil y tentador hacerlo se combinan para crear la sensación de que la crisis es en realidad mucho más grave de lo que harían pensar las estadísticas. Otro motivo de preocupación para los europeos consiste en que virtualmente todos los países del Viejo Continente han dejado de ser tan homogéneos como antes. Aunque la recesión apenas ha empezado, los problemas que con toda seguridad causará a los países más pobres estimularán la emigración justo cuando los países ricos quieren mantener bien cerradas las puertas. En efecto, en Europa ya están surgiendo movimientos xenófobos que, de cobrar fuerza, afectarán muy negativamente a los millones de inmigrantes que ingresaron cuando se suponía que siempre habría empleos suficientes para todos.
Si los optimistas tienen razón y la recesión mundial -se prevé que la economía global crecerá este año el 0,5%, pero sucede que la población del mundo aumenta al menos el 1% anual- es profunda pero corta, los conflictos provocados resultarán manejables. De lo contrario, nos encontramos en vísperas de una etapa sumamente difícil. Por desgracia, los augurios distan de ser buenos. Los gobiernos de China, la India y otros países que se han acostumbrado a una tasa de crecimiento alta ya tienen motivos de sobra para temer la reacción de quienes se han visto privados imprevistamente de su única fuente de ingresos. Se estima que sólo en China hay 150 millones de personas que emigraron desde las zonas rurales a las ciudades para trabajar pero que en la actualidad corren peligro de verse obligadas a regresar, como, según un funcionario jerárquico chino, ya han hecho aproximadamente 20 millones. En otras regiones del planeta la situación no es mucho mejor, motivo por el que es de esperar que en esta ocasión los propensos a minimizar las dimensiones de la crisis hayan acertado.