Hay historias hechas para tevé; para deleitarse con la entrega semanal, en pequeñas dosis -de un misterio en este caso-, que siete días no alcanzaban para resolver.
"Los expedientes secretos X", allá por los noventa, cosecharon a una legión de fanáticos. Pero de verdad. La serie fue considerada el éxito más grande de la cadena Fox, con sus nueve temporadas al aire, y, después de "Star Treck", fue la mejor serie de culto, según los rankings .
De este lado de la pantalla, los fanáticos hablábamos de Cáncerman o "El Fumador" y sus retorcidas conspiraciones; sospechábamos que el bebé de la excéptica científica Scully no era más que otro plan siniestro para colonizar la tierra con extraterrestres; lamentábamos la muerte del informante Garganta profunda, y temíamos, claro, que el virus conocido como Pureza o "Cáncer Negro" terminara por contagiar a todos sin que nadie oyera los gritos de Mulder. La invasión extraterrestre, ocultada por el FBI, y el gobierno norteamericano eran el telón de fondo de esta serie que no aceptaba grandes cuestionamientos. "La verdad", como decían ellos- estaba "ahí afuera". Y creíamos en ella.
Eso ocurre con algunas series. Los incondicionales hablan un idioma que el que está afuera no entiende (es lo mismo que ocurre hoy con los seguidores de "Lost") Y no vale la pena cuestionar la lógica: cuando la serie está bien hecha, cuando la trama es tan perfectamente retorcida, se sostienen nueve años de serie y de complejos planes, aunque haya Ovnis incluidos
Pero quizás haya algo absurdo en querer resucitar aquel fanatismo con una nueva película. Devolver a Dana Scully y al agente Fox Mulder a aquel lugar que abandonaron hace ya tanto tiempo parece más un tonto intento de sumarse a la ola de series que saltan al cine que una necesidad. "Sex & the City" y "El superagente 86" mostraron este año claramente que no es lo mismo la tevé que el cine. Que lo que puede ser divertido, novedoso e inteligente en la pantalla chica, pierde gracia (e inteligencia) en la grande. Que cuando el cuadro se ensancha, se ven las costuras mal hechas, se adivina el ansia por vender entradas a un público que supo quererlos en el formato más chico. No es lo mismo. Y ya no basta con creer, como quieren ellos.
VERÓNICA BONACCHI